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El trayecto fue realizado en el más absoluto silencio. Jeffrey iba pensando en el papel que le había llevado Eara y la conversación que tuvo luego con el cardenal Bergagno. Él sabía que Sarah quedándose sin sus padres era una presa fácil para personas como el Cardenal, quienes estaban deseosas de eliminar a sus enemigos sin importarle los costos. Por otro lado, ella pensaba en el sueño con el desconocido, susurraba para sus adentros la oración que él pronunció. Al llegar, Sarah mira la iglesia y suspira, era el lugar al que iba a misa con sus padres con cierta regularidad. El abogado la saca de sus pensamientos y la guía por el templo hasta el lugar en donde estaban los ataúdes. Cuando entran se dirige hacia los féretros y acaricia la madera caoba. Antes de que ella se sumiera en sus pensamientos el hombre le dice que iría a hablar con el sacerdote y pronto regresaría, lo que es aceptado sin problemas.
En aquella inmensidad se sienta para empezar a mirar el techo y luego la cruz que protegía el sueño eterno de sus padres. El tiempo parecía haberse detenido, por primera vez empieza a pensar qué va a ser de ella en el futuro ahora que no los tenía. Estudiaría medicina como había estado pensando el último mes o se dedicaría al negocio de la familia, para esos momentos sus vanos deseos profesionales ya no eran lo que ella necesitaba. Quizás tendría que vender la tienda de antigüedades y la galería. ¿Qué debía hacer? No paraba de cuestionarse el futuro causando repercusiones negativas en su ritmo al respirar.
Vuelve a pensar en el sueño con el extraño y en la paz que le dio, de repente siente una presencia poderosa en las afueras de la iglesia. Se queda quieta y pronto siente que una esencia diferente ahuyenta a la otra. Las sensaciones estaban siendo tan abrumadoras que se agacha hasta que su pecho toca sus muslos y oculta la cabeza entre ellos. No podía parar de validar la idea de lo qué eran esos extraños sentimientos que la tensaban, de hecho, estaba tan confundida que no se da cuenta que Jeffrey había entrado para sentarse a su lado. Le acaricia la cabeza y ésta reacciona. Siente que ya no había nada extraño, por lo que se incorpora.
—¿Sucedió algo malo?
—Nada, solo fui a hablar con el sacerdote para avisarle que ya estábamos aquí. —Vuelve a mirar los ataúdes. —Pronto vendrá para hablar contigo.
—Claro. —Sarah suspira, vuelve a mirar el cielo y luego la cruz de plata. Se le viene a la memoria las pulseras y los tatuajes. Mira hacia la puerta que se abría y entra un clérigo.
—Mi querida hija. —Era el capellán que oficiaba las eucaristías a las que iba cada domingo.
—Padre… —Éste le toma las manos y le sonríe suavemente para darle paz.
—Mi más sentido pésame. Tus pérdidas se sienten mucho en nuestra comunidad, es lamentable perder a hermanos tan nobles como tus padres. Pero ten por seguro que ahora descansan en el reino del Señor y desde ahí te protegerán junto a los ángeles.
—Gracias. —El sacerdote le dibuja una cruz invisible en la frente.
—Dios te bendiga. —Asiente. Éste se gira hacía Jeffrey. —Las puertas se abrirán a las nueve.
—¿Hay algo que falte?
—Nada, solo quedan detalles que nosotros resolveremos. —Vuelve a ver a Sarah. —Mi querida hija, aún tienes tiempo para compartir con tus padres.
El sacerdote se estaba retirando cuando en la entrada del lugar es detenido por Jeffrey, éste necesitaba hablar una última cosa con el párroco. La adolescente los mira como salen y empiezan a conversar. Sin desearlo escucha algo sobre una eminencia y que si los gladius ya habían honrado los cuerpos. No entendía qué significaban esas cosas. El sacerdote le responde que ya lo habían hecho durante la noche y que su eminencia ya le había enviado el discurso que debía pronunciar en la misa. Tras no comprender los significados de esas palabras se levanta nuevamente para ver los rostros de sus padres. Se queda viéndolos largo tiempo, para ese entonces el abogado había regresado y la admiraba de lejos. Luego de un rato se vuelve a sentar con la mente en blanco. Suspira y en eso Jeffrey le anuncia que pronto empezarían a llegar las personas. Como no sabía quiénes vendrían le pide que le hable sobre los que asistirán a la misa, él le explica que todos los que conocían a sus padres y que eran clientes en su mayoría. Siguiendo la conversación le dice que no conocía a ningún cliente. Para calmar el sentimiento que había empezado a nacer en ella le explica que era algo lógico, porque la mayoría de los negocios se hacían en la galería, la tienda o en las casas de los clientes.
Ambos miraban los féretros cuando entran dos monaguillos con coronas y ramos de flores. Sarah pregunta de dónde son y el menor de los monaguillos, que debía tener unos dos años menos que ella, le dice que habían llegado durante la noche. Desconcertada les da las gracias, nunca se imaginó que sus padres iban a recibir tantas flores el día de su muerte. El abogado le dice que no se sorprenda, ya que son regalos de conocido del negocio. El ambiente se había impregnado del aroma de cada una de las flores. Se levanta y mira cada uno de los arreglos con detenimiento. El abogado estaba tecleando en su teléfono para organizar lo de la lectura del testamento mientras es observado detalladamente por ella. Cuenta las arrugas que tenía alrededor de los ojos, su gran nariz y descubre una cicatriz en la comisura de su labio. Al pasar los segundos se vuelve a girar hacia los arreglos florales. El hombre había quedado embelesado por los ojos esmeralda, los cuales lo observaron con tal detenimiento que sintió que veían a través de él, cosa que lo asustó de sobre manera. Piensa en que muy pronto iba a ver a Sarah convertida en una gladius, lo decidiera ella o por presiones del Vaticano. Suspira y la sigue con la mirada mientras se acercaba a los cajones.