Crónicas de Sauce y Acacio

Noche Dos

Esperando a que las aguas bajen, después de un día agitado y lluvioso, todos duermen.

Adhara sigue con la duda de la noche anterior: ¿Por qué a Sirius, en vez de Sirius, le dicen “las Estrellas del Perrito”?

A pesar de que ellas vienen de esa constelación y que cada una lleva el nombre de la estrella donde nació, nunca prestaron atención a este detalle.

Apenas escucha, Murzim —que vuela detrás de Adhara, como siempre— le hace señas de que se calle, porque los Árboles duermen. Luego, se pone a su lado y en voz baja le dice:

—Le pusieron el nombre del perro del Dios griego Zeus, porque desde la Tierra parece un perro. Y tiene la estrella más brillante de la galaxia, que es Sirius.

Se pone nostálgica y sigue hablando, como si estuviera viendo el lugar:

— ¡Ahí sí que hay mucho trabajo, y pagan bien! Pensar que nacimos allá… ¡Por eso nuestros nombres!

Adhara, más confundida, hace gesto de no entender. Antes de que pregunte, la interrumpe Aludra, quejándose.

—Pero acá hay que pintar todas las noches, porque hay verano, otoño…

Cada una va citando las estaciones que hay en el Planeta Tierra:

— ¡Primavera! —dice Murzim.

— ¡Invierno! —dice Mulifein.

Para Aludra, es justo pedir un aumento por esta cantidad de trabajo extra en cada estación. Todas están de acuerdo y empiezan a fantasear con cosas que quisieran como pago por su gran trabajo de pintar todas las noches.

A Mulifein le gustan los maníes con miel, así que es eso lo que pide. Adhara las nueces con polen. A Murzim le encanta saborear la menta fresca con rocío de verano. Y así van ampliando una a una el variado menú de sus gustos.

Aludra empieza a retroceder entre las plantas y un poco triste les dice a sus amigas:

—Igual, si esto sigue así… vamos a volver a Sirius… con o sin aumento. Esas cosas no las vamos a comer más.

Si bien ellas añoran sus hogares de nacimiento, se encariñaron mucho con este Planeta. Lo ven hermoso. Aunque el trabajo es muy duro, vale la pena esforzarse y dejarlo cada día más bonito.

Pero la realidad es otra, los Hombres no se dan cuenta de lo que ellas sí se dan cuenta.

Murzim entiende que algo hay que hacer y tiene un plan:

—No necesariamente tenemos que volver a Sirius, aunque yo quisiera ir un ratito, pero acá me gusta mucho, así que estuve pensando…

Las Hadas dejan de penar por las comidas que van a añorar si se van. Ansiosas, se acercan y le preguntan:

— ¿Qué estuviste pensando? ¡Decinos! ¿Hay algo que se pueda hacer?

— ¿Qué tenés en mente? —pregunta Aludra.

Se acercan a Murzim, que empieza a relatarles su plan en secreto. Nadie más que ellas pueden oír.

Las Hadas asienten, se ríen y están de acuerdo.

— ¡Excelente, Murzim! —dice Furud.

— ¿Cuándo empezamos? —pregunta Adhara.

Murzim sugiere que lo antes posible, porque ya no queda mucho tiempo.

— ¡El Planeta Azul es muy bueno, pero cuando se enoja, madre mía! —dice Adhara.

— ¡Es cierto! —dice Furud, mientras les muestra una bola de luz y busca imágenes de épocas pasadas, de los berrinches y enojos del Planeta.

Se acercan a mirar. No les gusta y susurran cada vez más alto por las imágenes que están viendo. Furud se cansa de sostener la bola y la pone en el suelo, sobre la hierba. Así, todas se van sentando alrededor y siguen mirando.

Esta noche nadie trabaja. Miran imágenes hasta el amanecer. Ven todas las temporadas, capítulo por capítulo.

Y tienen razón. Hay que hacer algo antes de que el Planeta Azul se vuelva a enojar.

El Gallo Colorado y Amarillo anuncia, con un estridente grito, que amanece otra vez. Las Hadas lo oyen y rápidamente comienzan a irse. Pero hoy se van con un plan: el de salvar al Planeta Tierra. Esa es su nueva misión.

El Sol parece saberlo.




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