Saltan del Sauce los Cerditos. Corren rápido, chapoteando sobre los charcos de agua que dejó el chaparrón de ayer.
Las Hormigas ya empiezan con la marcha hacia sus hormigueros.
El primero en amanecer es el Acacio. Se despereza y ve solo al Sauce dormido. No quiere hacer ruido, para dejarlo dormir un ratito más. Pero, como las Abejas ya están zumbando en las ramas del Sauce, se despierta, abre sus ramas y descubre su tronco mojado:
—Ya bajó el agua. ¡Menos mal! ¿Dónde están todos?
A lo lejos, se oyen las conversaciones en inglés de los Cerditos, que se van diciendo el menú de lo que quieren comer hoy. Tienen hambre, como siempre.
El Acacio lo saluda, le da los buenos días. Sabe que es cuestión de segundos para que el Sauce dispare las preguntas de siempre, así que decide adelantarse a la conversación para distraerlo de sus cuestiones eternas:
— ¡Qué bien estuvo ayer, mi querido Sauce! Fue muy bueno el ofrecer ayuda para que no se ahogaran los amigos.
El Sauce recuerda los hechos, pero no le da mucha importancia. Ya tiene preparada la pregunta y parece molestarle la iniciativa del Acacio.
Es astuto y sabe que lo adelantó para cambiarle el tema. ¡Pero si era un tema del que hablaban hace cientos de días atrás!
¿Por qué hoy iba a dejar la rutina maravillosa de las mismas preguntas de todos los días? Al Sauce no le gustan los cambios:
—Era lo menos que podía hacer. Y, dígame, ¿en dónde habíamos quedado ayer? ¡Ah! Sí. Me tiene que explicar un montón de cosas hoy… Lo de Acacio Falso, ¿no me lo quiere contar primero? O podemos empezar por… ¿Por qué los Cerditos quieren a las espigas?
No le va a poder ganar de mano nunca. En fin. “¡Otra vez!”, piensa el Acacio y le explica:
—Los Hombres se comen el trigo y a los Cerditos, sean extranjeros o no. Pero… Si tienen más trigo, entonces…
— ¡No se comen a los Cerditos! —interrumpe el Sauce.
—Algo así, más o menos —desconsolado el Acacio sigue—. Lo que sobra del trigo, se lo dan a los Cerditos y los engordan para
comérselos después con pan. Así que mucho, mucho no solucionan. Pero esos Cerditos tontos creen que sí.
Se oyen ruidos. Los Árboles se quedan callados, mientras escuchan pasos sobre las hojas.
Detrás del Acacio se mueve una figura. De repente, salta el ruido de una moto sierra. Se miran asustados.
El Acacio dispara las famosas bolitas de olor, para advertir del peligro.El Sauce estremece sus hojas, tratando de llegar al forastero. Pero no solo no lo logra, sino que ve con terror lo que empieza a ocurrir.
La sierra entra en el tronco del Acacio.
Están talando a su amigo.
Es lo que había oído, no era un cuento.
— ¡Nooooo!
El Acacio trata de calmarlo:
—Quédese tranquilo, mi querido Sauce. Ya les avisé a los otros Acacios para que hagan semillas. Tuve suerte este año: hice muchas, gracias a las Abejas. Estoy seguro de que van a crecer otros en mi lugar. ¡Cuídese, amigo!
El Sauce no puede soportarlo, apenas lo escucha, mientras lo ve caer lentamente al piso.
Era el Hombre con la moto sierra. El mismo que lo plantó. El mismo que se come a los Cerditos y al Trigo.
Ahora, el tronco desnudo del Acacio, atado con cadenas, va desapareciendo.
Por la brisa suave de la Laguna llegan las palabras de consuelo de sus hermanos, los Acacios falsos. Palabras que oyen los Cerditos, las Abejas, las Hormigas. Que vienen rápidamente, pero nada pueden hacer ya.
Se quedan quietos, rodeando el tronco cortado, en silencio, hasta que llega la noche.
Nadie hace ruido, ni Búhos, ni Ranas, ni siquiera los Grillos.
Una lucecita se va acercando. Es Murzim, la primera en llegar. Comienza a recorrer con su farol y ver cómo están todos.
Lo ve al Sauce con sus ramas tocando el suelo, más que otras veces. Se da cuenta de que está muy pero muy triste. Revolotea buscando al Acacio, no lo encuentra. Ve a todos los animales e insectos dormidos rodeando a un tronco cortado.
Así comienza la noche, con un Árbol menos que pintar.