La joven no paraba de llorar. Sus lágrimas seguían cayendo hacia la tierra fría, algunas llegando a empapar sus zapatos. «Esto no debía acabar así». Apretó sus labios y sintió una fuerte opresión en el pecho. «Esto no debía acabar así». Esas palabras llevaban resonando en su mente desde que aquello había pasado. «Esto no debía acabar así, en absoluto».
Mientras estaba agachada, divisó un objeto metálico. Cerró los ojos con fuerza, intentando protegerse, pero solo con saber que la empuñadura estaba allí, se llenaba de recuerdos dolorosos, y para colmo, muy recientes. Tomó el objeto que le había pertenecido a su madre, abrazándolo con una fuerza equivalente a sus sentimientos encontrados.
La boca de la espada estaba apuntando directamente a su corazón. Ciertas ideas pasaban por la cabeza de la joven. Aun así, sabía que el arma estaba demasiado dañada por la batalla reciente como para poder ser activada. El poder del que alguna vez estuvo llena había abandonado el objeto. Los pensamientos fugaces de la farlaiz se desvanecieron cuando recordó a su hermano.
Su hermano. Él era el mayor de los gemelos, pero su hermana menor era la «líder». Como cualquier farlaiz diría, ella era la Mai y él el Tai, tal como lo eran el Sol y la Luna. Juntos, habían erigido el Mausoleo. Dicho monumento estaba erigido en una isla apartada. Antes solía ser un lugar glorioso, pero había sido destrozado por el tiempo. Era el lugar ideal para construir el memorial.
La joven farlaiz apartó la empuñadura de su pecho. La contempló por breves momentos, apreciando la gran grieta que se había formado cuando su poder había sido liberado. Entonces, la guardó. Sabía que, aunque llena de dolor, era un recuerdo de su madre. Se levantó, dándole la espalda a aquel círculo que junto a su hermano había levantado.
Frente a ella estaba el océano Pacífico. No se alcanzaba a ver ningún continente desde la isla en la que estaban. La joven dio un suspiro, sintiendo el aire salino. Mientras respiraba, cerró los ojos. Se mantuvo así por un buen tiempo. Abrió sus ojos y soltó el aire lentamente, solo porque su cuerpo ya no podía mantener la respiración por tanto tiempo. Ahí fue cuando vio a una silueta familiar a contraluz.
—¡Hermana! —gritó la figura.
Ella se acercó lentamente hacia la silueta. Sentía que los pies le pesaban, y que sus piernas estaban muy rígidas. Hacía grandes esfuerzos por contener sus lágrimas, pero eran infructuosos. La otra persona también se dirigió hacia ella. Sus dos sombras se podían apreciar con claridad en contra del Sol. El astro rey estaba a punto de darle paso a su hermana menor, Selene.
Se encontraron. No había que decir ninguna palabra. Ambos cayeron al suelo y rompieron en llanto, sin poder controlarlo. Sus miradas se cruzaron. Sabían perfectamente lo que el otro estaba pensando y sintiendo. Era una combinación de las habilidades propias de un farlaiz junto al lazo único que tenían al ser gemelos. Un don, y a la vez una maldición.
—El reino nos necesita —finalmente pronunció el menor—. El planeta nos necesita. Este no es lugar para desmoralizarse.
—Los necesitan a ellos, no a nosotros.
—Pero ellos ya no son, nosotros somos. Es nuestro deber.
—¿Y quién lo dice? —la expresión de su rostro se convirtió en una de ira, aunque las lágrimas no paraban de brotar de sus ojos—. Dime, ¿quién lo dice?
—No lo sé —respondió—. Pero tú eres la heredera al trono, todo el mundo confía en ti.
—Yo no confío en el mundo. Ya no más. Si ellos no pudieron, yo no podré. Si quieres, toma tú el puesto. Legalmente debería ser tuyo.
—Piensa en lo que nuestros padres querían. Hazlo por ellos.
—No puedo —sacó los restos de la espada y los volvió a abrazar—. ¡No puedo!
—Vamos a Alpha. Quizás podamos salvar algunas posesiones. Tal vez hasta te sientas mejor.
—No lo creo.
—Confía en mí. Vamos al transporte.
La hermana menor, sin apartar la empuñadura de su lado, comenzó a caminar junto a él hacia el borde de la isla. Sus pasos eran débiles, tanto que su hermano debía ayudarle. El farlaiz no sabía muy bien cómo responder, se sentía muy incómodo. En cambio, ella solo estaba extrañada. Generalmente, las cosas eran al revés, era la menor quien solía apoyar al mayor.
El transporte que estaban utilizando para viajar por el planeta era uno bastante pequeño, fabricado por una compañía de la misma Tierra. Solo tenía espacio para cuatro individuos. A tal punto de evolución tecnológica, el transporte podía atravesar el planeta en modo automática. El hermano tecleó unos números en la computadora, mientras ella se distraía con el océano, mirándolo desde el cristal.
La aeronave comenzó a ascender en un ángulo muy seco. La fuerza causada por la ascensión, aunque leve, los hacía estar pegados a sus asientos. Llegaron hasta la mesosfera, cambiaron a una posición horizontal y comenzaron el viaje supersónico. Aquellos viajes eran muy rápidos por ciertos tramos, pero lentos al ascender y descender. Estaban en ese último proceso.