Estaba en un salón dónde veía pasar a mucha gente de aquí para allá. Parecía un evento, no sabía por qué estaba ahí; se hizo espacio para pasar entre algunas personas que platicaban en medio del salón, mientras bebían copas de vino.
El aire era sofocante y podía oler diferentes perfumes que fueron tanto agradables cómo fétidos para su olfato. Había muchas mujeres hermosas, que llevaban vestidos muy elegantes, junto con joyas que les combinaban de maravilla, ella en cambio, iba demasiado informal para la ocasión.
Se alejó de las luces y de la muchedumbre para buscar un lugar en el rincón en dónde sentarse y poder observar la situación que se le presentaba. Se topó con un espacio más tranquilo, vio un sillón individual color rojo de terciopelo.
El corazón le golpeó en el pecho con fuerza puesto que miró una melena rubia y ondulada que sobresalía del cabezal del sillón. Pudo observar que delante había una pequeña tarima y estaban tres hermanos de su padre.
Aquellos vampiros que iban con ropas formales, pero no tan elegantes cómo las personas del salón, le encontraron. Sintió sus miradas en ella a pesar, que aquellos llevaban puestas gafas de sol. Además esos sujetos estaban de brazos cruzados; intuyó que algo andaba mal con el rubio que estaba en el sillón. Así pues, se acercó hasta él y con delicadeza le abrazo por detrás.
El rubio, que se encontraba con el codo recargado y con su mano aplastando su mejilla, dio un respingo al sentir el contacto de la joven. Tomó su mano y la acarició.
—No te vayas —le dijo apretando aquella pequeña mano con fuerza.
La fémina se percató del tono de voz, con el cuál su amigo ojiazul había dicho esas palabras. Se aferró más a él.
—¿Qué pasa? —, preguntó con suavidad.
—No te vayas… —volvió a decir él, tristemente.
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Editado: 05.04.2018