La puerta de la habitación se abrió, ahí estaba el rubio que le coqueteaba. Parecía que a ese hombre le encantaba su sombrero negro; siempre lo llevaba. No hizo falta saludarlo, él volvió a levantar su ceja y tenía la misma sonrisa traviesa.
—¿Qué haces aquí?
—Venimos por ti.
—¿Venimos? —, preguntó.
—¡Hola! —Saludó Eckhart y se le estrujó el corazón al verlo.
—Eckhart…—, susurró.
—Tenemos que llevarte con Abed. —, respondió el peli ondulado.
—¿Ahora que quiere? —, preguntó tajante.
—Hizo un trato con Gabriel. —, respondió el rubio.
Bufó, no quería irse de allí, había ido a esa casa porque se sentía segura. Afuera había una epidemia, no era el apocalipsis zombi, sin embargo, al contagiarte te daba hemorragia y esta no se detenía. La sangre salía por cualquier orificio del cuerpo.
—Sí quieren que vaya con ustedes…debo ir por mi hermano, —Eckhart y el rubio se miraron.
—Tú hermano está bien—, comentó el peli ondulado tratando de ser convincente. En realidad, ese joven ya estaba en el hospital; venían de ahí.
Frunció el ceño ¿Cómo lo sabían? Se cruzó de brazos porque no estaba dispuesta a moverse de ahí; cuestionó entonces lo mismo, pero los dos hombres contestaban igual: “Él está bien.”
El rubio perdió la paciencia y se la llevó a la fuerza. Los sujetos tenían una especie de magia, ya que volaba por el cielo aferrándose a los hombros de Eckhart, vio hacia abajo y en la ciudad había caos: Incendios. Toda la ciudad se veía en llamas, peleas, choques, muerte, estampidas, robos, asesinatos; gente intentando sobrevivir. A esas alturas dudó…
¿Vería a su hermano después de llegar con Abed? Le aseguraron que ellos mismos habían ido por él.
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Editado: 05.04.2018