Crónicas de un soñador Il

Sed

 

Terminal de autobuses, debía buscar a su hermano para ir a otra ciudad. Frente al edificio había un negocio y allí vivía una conocida y cómo el escandalo se escuchaba dónde estaba, decidió ir a dar un vistazo. Cruzó la calle y se percató que la puerta que daba acceso a la casa, yacía abierta; no dudo en entrar.

Las voces invadían sus oídos acompañadas de música y risas; tocó el pasamanos de las escaleras de madera y subió por los escalones despacio. Era una gran fiesta y su ropa no era la adecuada para infiltrarse, fue por eso que de inmediato decidió irse de ahí. Cuando salió por la puerta escuchó que alguien gritó. Era el hijo de la dueña de la casa; se asustó y corrió. Aquel sujeto fue tras ella porqué pensó que se había robado algo.

Se detuvo después de unos minutos, no estaba lejos de la terminal, no tenía caso seguir huyendo porque no había hecho nada; llegó el individuo y ella se giró, un poco nerviosa.

—Lo siento. Estaba saliendo cuando tú me viste, pero me asusté…Necesito cambiar de ropa para estar ahí, no encajo—, señaló su vestimenta.

La observó y torció los labios. Le pidió una disculpa y regresó a la casa; ella en cambio, vio una camioneta blanca y adentro se encontraba su hermano menor, fue rápidamente hacía allí y después entró. En el vehículo, Terry no iba solo, tres personas más le acompañaban. Se saludaron y emprendieron el camino hacia su destino. Escuchaban música de todo tipo, y los que se sabían la letra cantaban, mientras que los demás la disfrutaban o solo esperaban a que terminara. Su hermano iba al volante y ella en medio, aunque platicaba con el copiloto de vez en cuando.

Entraron a una calle con puesto de mercado, en un tramo del camino un coche de policía comenzó a perseguirlos. Terry se percató que ya llevaban mucho tiempo tras la camioneta; bajo el volumen de la música y habló:

—No se asusten, pero esos policías llevan mucho tiempo siguiéndonos—, comentó y todos voltearon hacia atrás. —Dejaré el vehículo aquí cerca de ese puesto—, apuntó a un puesto con rejas llenas de jitomates, unas encimas de otras; el dueño veía la televisión. —Me da mala espina. Será mejor correr y tomar el autobús que sale a las ocho. —Todos asintieron.

Como había dicho, Terry frenó desprevenido y todos abrieron puertas saliendo disparados del vehículo. Escucharon dispararos, los policías les apuntaban ¿Cuál era la razón? ¿Se habrán equivocado de objetivo?

En la huida perdió de vista a todos. Se alejó de las calles del mercado e intento actuar con normalidad. Se esperó unos minutos antes de llegar al punto de encuentro; quiso llamar a su hermano para saber si se encontraba bien, pero había dejado todo en la camioneta. Estaba agitada y asustada. Sudaba y su ropa empapada le causaba frío cuando el viento soplaba. Caminó hasta el punto de encuentro y vio a Terry esperando; sin dudar corrió a él.

—Debes irte, yo me quedaré.

—Pero no sabemos por qué nos persiguen.

—Vete con él, trata de comunicarte cuando lleguen. —Terry no estaba solo, un amigo iba con él. Ambos se miraron y luego viraron hacia ella. Parecía que la idea no les agradaba, aun así los dos se despidieron y subieron al camión que ya casi salía.

Al irse los dos muchachos, en vez de investigar porque aquellos policías los perseguían, decidió desviarse por el camino e ir a comprar una café a un autoservicio; tenía frío.

Al estar en el local, el servicio fue pésimo. Frente a ella los vasos eran viejos, los habían lavado y algunos tenían manchas de café y labial, otros estaban rotos. Trató entonces de buscar un vaso en buenas condiciones, se tardó en encontrarlo, incluso las trabajadoras estaban molestándose porque sacaba los vasos uno por uno para revisarlos.

Escuchó que una de ellas le dijo:

—Lo siento, pero los vasos se nos terminaron y no han llegado nuevos.

—Lo noté—, respondió ella irritada. Su búsqueda no fue en vano, encontró un vaso en buenas condiciones, estaba despintado y frágil, pero no se veía sucio y no tenía orificio o mordidas. Así pues, se sirvió café de la máquina.

Al esculcar sus bolsillos se percató que no llevaba dinero, lo dejó en el vehículo; cuando entraron más clientes y las mujeres que atendían se distrajeron, ella corrió antes que se dieran cuenta que se había ido. En el trayecto derramó café en sus manos y le quemó.

—¡Diablos! —, sacudió sus manos. Se detuvo y limpió la pegajosidad que había dejado el café en su piel, con su camisa azul a cuadros.  Mientras esperaba que el ardor se desvaneciera, a unos metros de distancia vio a un sujeto vestido de negro, pantalón, gorra y chaqueta, su camisa era blanca y en sus manos, agarraba un tubo delgado que escurría en sangre. Vio las gotas caer al suelo y tiró el café; rápidamente corrió y miró que ese asesino iba tras ella.



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En el texto hay: vampiros, lobos, zombis

Editado: 05.04.2018

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