Llevaba mucho tiempo sin ver a Gea, amiga de la infancia, de juegos y secretos, de tareas y conversaciones telefónicas por horas. El día era ventoso y nublado, pero al estar tanto tiempo caminando entre ese clima, su cuerpo se había calentado y sólo sentían el frío viento sobre el rostro. Las dos caminaban hacia una casa, Lyla debía ir a recoger una figurilla de una mujer, con un manto en la cabeza; tocó la puerta de la casa y abrieron, saludándola con una sonrisa y dejándole entrar a ella y su amiga. Saludó a los que estaban dentro, luego se metió a una habitación dónde la esperaban con la figura en las manos.
–Gracias. –Dijo viendo la figurilla entre sus manos. –La verdad no sé para que quieran esto, creo que ha de ser muy importante para qué la hayan pedido de repente.
–Cuídala bien. –Le amenazó la mujer que se la había dado.
Afirmó con la cabeza sin decir más, le dio la espalda y salió de la habitación dónde afuera la esperaba Gea. Su amiga frunció el ceño, ella sólo hizo un gesto con sus labios pidiéndole que no la interrogará. Salieron al exterior y cuando avanzaron una distancia oportuna, Gea la cuestionó.
– ¿Para qué es eso?
–No me dijeron. Me da mala espina.
–Igual a mí.
–Déjame verla. –Lyla pasó la estatuilla a las manos de su amiga.
La observó por unos segundos, la volteó muchas veces con sus manos para ver si no tenía algo inusual, se la iba a dar a Lyla cuando se le resbaló de las manos. Las dos gritaron y ninguna pudo alcanzar a detener la caída de la figura, está se hizo pedacitos en el suelo; sin embargo, dentro de ella, salió una sombra negra qué las atrajo a las dos, llevándolas a un lugar pestilente y oscuro.
***
Lyla estaba levantándose del suelo verde que estaba bajo su cuerpo, se sentía baboso y resbaloso al tacto. Movió varias veces sus dedos para quitarse la sensación de la baba en sus dedos, que por cierto, se pintaron de color verde.
–Aquí huele muy feo. –Dijo Gea a su espalda.
–Huele a pescado…
– ¿Qué es esto? –Gea pisaba las algas y Lyla examinaba el lugar.
Se encontraban en un salón enorme, dónde el piso eran las algas babosas, vio cadáveres de peces muy grandes, y conforme caminaba se encontraba con escamas secas que crujían bajo sus pies.
– ¿Es un cementerio? –Preguntó Gea caminando detrás y tapándose la nariz con el brazo.
–Puede ser. – Lyla hizo un gesto repulsivo.
Sus pasos eran lentos, pero ruidosos cuando pisaban las escamas secas. Algo bajo sus pies le atemorizaba, podría jurar que vio una sombra deslizarse muy rápido bajo ese piso de algas. Tomó a Gea del brazo.
–Con cuidado. –Advirtió volteando hacía abajo.
Gea afirmó en silencio. Caminaron un metro, dos metros, tres metros y seguían viendo cadáveres de peces a su alrededor, el silencio era abrumador y el olor comenzó a marearlas. Veían por todos lados esperando encontrar una salida, sin embargo, no había nada.
–Mi cena ha llegado. –Afirmó una voz susurrante. –Llevó días que muero de hambre.
Lyla y Gea de nueva cuenta observaron el lugar dando vueltas. Escuchaban un ruido tras ellas cada que daban la espalda, pero lo que sea que estaba allí dentro con ellas, no dejaba que lo vieran. Las algas se movían bajo sus pies, y Lyla pudo ver una aleta rosada muy larga, que acaba de perderse en el suelo verdoso y baboso.
– ¡Gea cui…!–La jalaron del pie.
Las algas del suelo le quemaban la cara por la fricción y su sabor salado estaba provocándole nauseas, sus manos se picaban con las escamas y uno que otro hueso puntiagudo que le sacaba la sangre. No podía ver hacia adelante, sólo sentía unas uñas encajarse en su pierna.
Sus oídos fueron aturdidos por las carcajadas susurrantes y siniestras que estaban por delante. Se zafó después de durar cómo dos minutos entre las algas y los cadáveres espinosos, gracias a qué se desgarró su pantalón. Escupió algas y con alevosía se puso en pie antes que volvieran a tomarla del otro pie. Vio cómo la aleta rozada se perdió entre las algas.
–“No” –Pensó. –“Todo menos eso.”
Se tapó los oídos. Viro en ambas direcciones tratando de encontrar Gea, no la vio por ninguna parte y comenzó a gritar su nombre, pero su amiga no le respondió. Dio vueltas y vueltas por el mismo lugar dónde estaba parada y, cuando se mareo, una mano le jaló tirándola al suelo. Cayó de costado encajándose una vez más una espina en el brazo; gritó.
¿Sabía pelear con una sirena?
***
Lyla caía y caía al suelo. Esa sirena horrible de ojos negros y piel pálida, no le daba tiempo de caminar a otra dirección, la jalaba del pie cada que se levantaba. Los golpes que recibía contra el suelo baboso ya estaban dejándola herida, más esas escamas y espinas que se le encajaban en la piel, comenzaron a hacerla sangrar.
#32587 en Otros
#10507 en Relatos cortos
#23617 en Fantasía
#9453 en Personajes sobrenaturales
Editado: 14.04.2018