A toda velocidad iban dos autos en la carretera, uno de ellos escapaba del segundo. Sus pasajeros aganchabánse por miedo a un disparo en la cabeza; Aaron conducía con destreza aunque le era imposible perder el coche en dónde viajaban dos mujeres de cabello rubio enredado y sucio, con el rostro lleno de mugre y dentadura descuidada al igual que sus ropajes, además no estaban en sus cinco sentidos. Aprovechó entonces un golpe de suerte, pues en el camino se les atravesó una carreta de madera, sus persecutoras por intentar esquivarla se volcaron precipitadamente, por lo tanto, Aaron frenó el coche.
— ¿Y ahora qué hacemos?—Preguntó la joven preocupada.
—Veamos si están muertas—, comentó Reed.
—Espero que sí—, alegó Aaron.
El aire del ambiente comenzó a soplar muy fuerte, era frío y un poco escalofriante pues atraía hacía ellos nubes cargadas de agua. Se acercaron al coche amarillo y contemplaron la escena del accidente en silencio, las malhechoras salieron volando del vehículo a unos metros dejando el rastro de vidrios fragmentados goteados en sangre. Caminaron sigilosos a los cadáveres que yacían boca abajo en la hierba seca al lado de la carretera.
—Ya no hay nada que ver aquí—, alegó Reed.
Aaron le miró y a la vez reprimió un bufido; Lyla por su parte se mantuvo distante de los cadáveres, a veces no toleraba esas situaciones. Se colocó la capucha de su chamarra en la cabeza, ya que el aire le impedía ver el camino porque alborotaba su cabello, luego, espero que Aaron y Reed llegaran con ella y emprendieron el paso hacia su vehículo el cual, lo condujeron hasta la entrada de una ciudad fantasma. Eran agraciados aún por la luz del astro mayor que se escondería en una hora; bajaron del coche grisáceo y en medio de la carretera, se estremecieron al escuchar, sentir y observar que la tierra bajo sus pies se partía.
—Lo que faltaba—, rezongó Reed manteniendo el equilibrio y agarrando del brazo a la joven. Aaron se unió a ellos y miraron azorados un espectáculo de películas futuristas de ciencia ficción; los suelos partidos daban cabida para ascender enormes muros de cemento y ladrillo.
Ante tal acontecimiento los tres sujetos corrieron con alevosía hacía la ciudad; sin embargo, eran aturdidos por el movimiento de la tierra y el nacimiento de grandes muros. Aaron vio que tras ellos en el enorme agujero en la tierra hallábase un enorme cuadro color blanco con letras grandes color negro y leyó: "A9" que fue reemplazado por un muro.
***
Ya había oscurecido cuando intentaban en vano salir de los muros que los tenían atrapados. El primer muro frente a ellos tenía una enorme puerta de acero, como aquellas de madera en los viejos castillos de los libros de historia, y atrás otro muro del mismo tamaño pero con una puerta más pequeña.
—Esto me recuerda a algo...—Comentó la joven imaginándose una escena de una serie animada. Reed burlóse por el comentario puesto que, ya sabía a qué se refería.
—Guarda silencio—, ordenó Aaron que inquieto, había subido por el castillo de un muro, dónde extrañamente encontró una lámpara enorme que encendió con mucho esfuerzo media hora después.
Cuando tuvieron iluminación, el ojiazul desvió la luz hacía la carretera y se percató que había más de diez muros más allá en el este y en la cima de uno, su coche colgaba entre la destrucción y la salvación. Regresó la iluminación a sus compañeros de viaje que, por tal acto, se quejaron al quedar encandilados por la luminosidad del foco.
—Deberían subir y ver lo que hay allá…—Entonces Lyla y Reed se miraron y con un asentimiento de cabeza cerraron la disputa mental que se manifestó en su mente; subieron con Aaron, que al llegar arriba, se encontraba sentado con la mirada perdida hacía el lugar de su salida.
Lyla cansada y vencida al no ver escapatoria, se recostó en las piernas de Aaron muy triste, él le acarició la cabeza y suspiró, empero Reed, maldijo y les acompañó sentándose a lado del ojiazul.
—¿Dónde estamos?
—En A9...—, contestó Aaron en un susurro; temía ser aplastado por la tormenta eléctrica que venía en camino.
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Editado: 14.04.2018