Un sujeto de cabello negro y corto, pasó su mano blanca por su copete, se encontraba nervioso. Bufó soltando con lentitud el aire de su boca. Pegó su espalda en el muro blanco y acomodó su dedo en el gatillo de su arma que rozaba el cañón en su nariz. Cerró sus ojos verdes y esperó que la mujer qué lo seguía se acercará más a su ubicación.
El sonido de sus tacones hacían eco, ya había encontrado la forma de parar al rufián que había escapado de su celda y por eso no le preocupaba encontrarlo armado. Además no estaba sola, sus compañeros aguardaban escondidos a su señal.
El ojiverde por otro lado, cargó el arma y contó hasta tres listo para disparar. En ese instante la rubia frente a él sonrió de lado a lado y del bote cilíndrico que llevaba en sus manos sacó canicas de color negro, las cuales dejó caer al suelo y al hacer contacto con el azulejo, el sonido empezó a descontrolar al joven.
—¡No!—gritó al momento que decidió emprender la huida.
Aquel ruido tac-tac, le perturbaba provocando que el sudor invadiera su frente y sus dientes castañeaban; sin pensar su próxima acción, se aventó por la ventana del vigésimo octavo piso.
La rubia en tacones, frunció los labios con enojo, levantó su puño y sus compañeros se presentaron al instante.
—Vayan por él—exclamó furiosa—no podemos dejar que escape.
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Editado: 24.01.2020