Crónicas de una Afrodite

2 - Imprudencia

En nuestra sociedad no se habla tanto de los placeres de la carne. Esto se debe a que no es algo tan importante como los temas relacionados a la salud, solo se aconseja que algunas prácticas sean realizadas con cuidado para evitar lesiones pero por lo general no es nada serio. Sin embargo, desde hace muchos años, el tema de las afrodites se cerró con varias llaves, en un arcón pesado y enterrado bajo toneladas de arena y roca en el fondo marítimo. ¿Saben que ocurre cuando se prohíbe algo? la poca información tenida se tergiversa y las ganas por saber sobre el tema o realizar las prácticas desconocidas se elevan como la espuma, esa curiosidad se vuelve morbo y produce un nicho para gente que puede lucrar aprovechándose de la desinformación.

Mi investigación solo resultó en un artículo pequeño en Wikipedia sobre penes y erecciones. Fuera de eso, entré en algunas páginas en donde se acrecentaba el morbo y las fantasías de tantas mujeres podían verse materializadas. Solo por dar un ejemplo; en una página vi como una bella rubia era azotada por una morena vestida en un traje de cuero negro. Yo escuchaba sus gritos pero no eran de dolor sino de gozo.

Cada minuto que pasaba me enganchaba más con ese tipo de contenido, mi curiosidad era la droga que me hacía bajar más y más en ese submundo de perversión. Armada con una bolsa de hielo, sentí como mi temperatura corporal bajaba, evitando o tratando de evitar aquellos efectos que me producía el contenido que iba encontrando.

Cuando me di cuenta, las primeras luces de la mañana se asomaron por mi ventana, rompiendo aquella oscuridad cómplice que me abrazaba mientras veía fotos y videos en la computadora. Salté de mi silla y fui veloz hasta la cocina para vaciar la bolsa de hielo y guardarla.

Escaleras arriba, nuevamente en mi habitación, me desvestí y me metí a la ducha. El agua caliente se llevó el sudor, la suciedad y, en parte, los pensamientos que me dejaron aquellos videos. Para mi suerte, durante el transcurso del día anterior, mi ropa interior había secado y yo volvía a tener la opción de vestir cómodamente.

Luego de un desayuno, que se basó más en café que otra cosa, salí de casa. Me decidí en poner la mente en positivo para que ese día fuera mejor que el anterior y aparentemente así empezaba.

El metro estuvo casi vacío y pude viajar sentada, aunque la falta de sueño sería la resaca que me acompañaría todo el día, todo auguraba un buen día, quizá en retribución divina por lo ocurrido el día anterior. La única medida que pude usar fue abrir las ventanillas que tenía a mi alcance y dejar que la fresca brisa invadiera el vagón, de esa manera me mantendría despierta.

Tras varios minutos de lucha contra mi cansancio, una voz robótica anunció la próxima estación.

—«Estación Jade, la siguiente es la estación Jade.»

Con paso lento, y junto a algunas otras personas, bajé del metro y me encaminé lo que quedaba de tramo antes de llegar a la escuela. Mi andar era pausado, mis energías eran pocas y mi mente, una aliada con la que no quería contar, volvía a traer al presente aquellas imágenes tan fuertes de mi velada anterior.

Repartiendo «buenos días» crucé el patio principal, subí las escaleras hasta el tercer piso del edificio y entré al salón. Rara vez llego tan temprano al colegio, casi siempre veo a alguna compañera o amiga en el aula por lo que sentí una mezcla entre soledad y miedo por alguna razón. Sé que suena raro, un lugar en el que pasas siete horas diarias de lunes a viernes no puede dar miedo y aun así era lo que sentí.

Caminé entre los pupitres y mientras lo hacía podía escuchar el sonido de mis pasos. Al sentarme en mi silla me invade un sentimiento de pequeñez y a mi mente llega una pregunta: ¿Siempre fue así de grande este salón?

El sonido de unos tacones me despertó de mi ensoñación y llamó mi atención hacia la puerta.

—¿Hola? — Escuché una voz tímida.

Lo primero que vi asomarse por el umbral fue un par de anteojos redondos y una cabellera rojiza tan apretada que parecía pintada sobre la cabeza de aquella mujer que nunca había visto en la escuela.

—Buenos días.

—¡Ay! —Fue la respuesta que obtuve.

La mujer se sobresaltó y agitó la cabeza, apuntando los cristales de sus grandes anteojos hacia a todos los lados que le permitía su cuello. No pude evitar alzar una ceja cuando la vi mirando al techo ¿quién podría estar en el techo? Solo «The Spider», esa espía con poderes arácnidos, lástima que solo sea un personaje de comics.

Por fin sus ojos se enfocaron en mí y su rostro pasó del miedo a la alegría. No era yo la única que sentía miedo de estar sola en un aula de clases aunque los motivos de aquella mujer eran muy distintos.

—Ho-hola —Dijo esbozando una sonrisa tan temblorosa como la voz con la que me saludó. —Disculpa, no quise asustarte.

—Esa es mi línea.

—¿Cómo dices?

—No, nada. ¿Usted es?



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Editado: 18.02.2018

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