Crónicas de una Linnehouse.

Prefacio.

—¡Mamá! ¡Mamá! ¡Ayúdame! —gritó Viola con fuerza. Con sus pequeñas manos de cinco años apretó las sábanas debajo de ella con fuerza, muestra del gran dolor que sentía.

Varias cosas sucedieron a la vez. 

Primero, el temblor. Todo a su alrededor se movió con euforia, la casa no dejó de tambalearse ante el poder de esa pequeña infante. 

Segundo, comenzó a levitar. Todo su cuerpo se movió  lentamente, su cabello fue único que permaneció impulsado por la gravedad, largo, rizado y con dirección al suelo. 

Tercero, llegó su madre. Amelia Linnehouse, una bruja muy poderosa, que apenas si podía abrirse paso entre el desbarajuste que su hija estaba creando. 

Y, por último, una pequeña luz iluminó la habitación. Esta iba creciendo poco a poco, dando espacio para que se creara un portal que era cada vez más y más grande. 

—¿Qué es eso? —escuchó Amelia, se trataba de una voz proveniente del otro lado del portal. Inmediatamente sintió sus pelos de punta, porque sabía sin un rastro se duda de que especie provenía. 

Demonios. Oscuros y abominables Crouss, descendientes de los elfos pero mucho más oscuros y terroríficos, expertos en las artes oscuras. 

Viola siguió llorando y gimiendo como si no hubiera mañana. 

Sin otra opción en su mente, Amelia la desactivó. Estiró su mano, tratando de enfocarse en ella, en sus sentimientos, y dijo: 

—Dulce, dulce magia, hazla descansar. Desactiva esos oscuros pensamientos. 

Al ritmo de sus palabras vió como un conjunto de luces salieron de sus manos y, guiados por ella, llegaron a la cabeza de su pequeña hija. Esta se detuvo de inmediato, cayendo de nuevo a su cama. 

El portal se cerró, el molesto temblor terminó por completo. Todo lo que estaba levitando cayó repentinamente al suelo y el silencio reinó en la habitación. 

Amelia soltó un suspiro, aliviada, acercándose directamente a su pequeña hija y tomándola entre sus brazos. 

—Oh, mi niña, pequeña Viola —dijo. Pasó la mano por su sudado cabello negro, acomodándolo mientras mecía a la niña de un lado al otro tratando de arrullarla aun cuando estaba casi segura de que se encontraba inconsciente. 

—Ya le llegó mami, llegó su magia —dijo Tamara, su otra hija, la gemela de Viola. Las pequeñas eran idénticas y diferentes a la vez, sólo su tono de voz lo demostraba. Mientras una tenía una voz tímida y tranquila, la otra la tenía un tono seguro, un tanto más grave y alto.

—Sí, ya le llegó —respondió Amelia. Soltó un suspiro, decaída—. Desearía haber tenido más tiempo, ahora es inevitable, tenemos que ir con tú abuela. 



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Editado: 08.03.2018

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