Crónicas de una Linnehouse.

03. Dueño de mí mismo.

Las Linnehouse, esas sensatas mujeres con las que la familia Nautckler había luchado durante generaciones y generaciones.

Verlas así, en vivo, era una de las experiencias más incómodas que Jeremiah alguna vez había tenido que experimentar.

La historia entre estas familias hablaba desde hace siglos y siglos. Los Nautckler también habían llegado a Elex gracias a la esfera pero, a diferencia de los Linnehouse, estos habían tenido un cambio diferente.

Se habían convertido en Tenebris.

Mientras que los Albas conseguían su energía de los planetas a los que llegaban, los Tenebris la conseguían de una inestable dimensión llamada Keeway. Al ser inestable solo unos pocos tenían el poder suficiente para controlarla, haciéndolos por añadición mucho más débiles que los Linnehouse.

Y fue así que los Nautckler descubrieron las oscuras y bochornosas razones por las que los Tenebris habían adquirido ese nombre. En vez de llamar a la dimensión Keeway se entregaron a la dimensión oscura, la que los volvió cambiantes, los dominó y los hizo básicamente esclavos.

Pero tenían poder y eso en sus mentes fue lo que contó hasta que llegó el momento en que la dimensión oscura comenzó a pedir factura.

La oscuridad daba mucho poder, pero también exigía algo de aquellos a los que la llamaban. Exigía sacrificios, sacrificios literales.

Así fue como, en un intento de conseguir más poder, los Nautckler intentaron robarlo de los únicos que lo tenían en su planeta osea, los Linnehouse.

La lucha entre esas dos familias había llevado a que, después de una dolorosa y acalorada guerra, los Nautckler fueran desterrados del planeta que se les había prometido como un nuevo hogar.

La familia Nautckler tenía un ego demasiado grande. No podían dejar que una familia tan pobre y vulgar como la Linnehouse se diera tal aire de superioridad.

Debían tener una ventaja, algo que les asegurara que, con la debida experiencia, podrían conseguir el triunfo.

El Jeremiah Nautckler original, —prefería que lo llamaran Jeremy, algo ridículo—, era el líder de la familia en aquellos tiempos. En un intento desesperado de vivir para siempre y ver la fama de su familia regresar, él hizo un conjuro que lo haría transportarse al cuerpo de su primogénito más joven cada que este cumpliera los dieciocho años y se volviera un hombre.

Era estúpido y, al mismo tiempo, eso obligaba a cada uno de sus herederos a perder el mejor momento de sus vidas.

Jeremiah se había decidido desde hacía mucho tiempo a detener la invasión de su antepasado. Había buscado libros en un montón de lugares diferentes a lo largo del universo.

Fue así como, antes de cumplir los dieciocho, hizo un largo y complicado ritual que, al parecer, había funcionado.

El día su cumpleaños llegó y Jeremiah siguió siendo él mismo.

El original Jeremy no sólo no había entrado en su cuerpo, sino que también había dejado libre al de su padre. La extraña maldición familiar había sido evitada exitosamente y todo parecía bastante bien para todos.

Excepto cuando Jeremiah comenzó a tener aquellas extrañas visiones y sueños. Descubrió, para su propio pesar, que Jeremy estaba en su mente. Seguía en alguna parte de él, tramsmitiéndole algunas sensaciones, pero no era el que manejaba su mente y eso era lo que contaba la mayoría del tiempo.

Tener a las Linnehouse frente a él no aligeraba las cosas. Dentro de él, en la zona que había denominado como, «la caja de Jeremy», este último no dejaba de insertar sentimientos de odio hacia ellas.

Una de las gemelas, la que tenía el cabello largo y ondulado, notó inmediatamente la presencia de Jeremiah en la torre más alta de la academia. Sus ojos permanecieron fijos en él varios segundos sin alguna clase de remordimiento.

Seguro estaría preguntándose porque sietramsmitiéndole había sido elegido para asistir a la mejor academia en los siete mundos.

Era porque los pesos mayores le tenían miedo y querían tenerlo bien controlado.

La otra gemela tardó menos en notarlo, pero lo hizo. Se veía mucho más cohibida que su hermana, tenía un extraño flequillo y cabello más corto. Podían ser iguales pero se veían completamente diferentes. Incluso podías distinguirlas por su forma de caminar. La de cabello largo caminaba despreocupadamente, mientras que la otra caminaba de forma elegante y plana.

—Tus más grandes enemigas, listas para asesinarte.

Aquellas palabras llegaron de Toro, el mejor amigo de Jeremiah. Toro era un enano, tenía un raro rostro redondo en todas sus facciones y una particular risa que hacía que todos corrieran de él. Era lo que ambos tenían en común y lo que los había juntado en primer lugar.

—No son mis enemigas, son las enemigas de mi familia.

—Pues escuché que ahora que no fuiste poseído todos están a la espera de que te vuelvas el jefe de tú familia.

Jeremiah rodó los ojos, un extraño nudo sintiéndose en su garganta y que ni siquiera venía de él, sino que de Jeremy. Era ira pura, un horrible sentimiento de resentimiento sólo dirigido a esas tres mujeres.



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Editado: 08.03.2018

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