—Este lugar es enorme —dijo Tamara al día siguiente.
Las gemelas Linnehouse no podían estar separadas, e incluso la academia parecía saberlo. Les habían asignado una habitación y camas juntas, incluso.
Había toda una ala de la academia dedicada especialmente para las mujeres. En el primer nivel estaba el comedor, donde las chicas podían prepararse sus propios desayunos y cenas.
También estaba la lavandería, que estaba a un lado de la cocina. Ahí habían lavadoras mágicas que servían a pesar de estar en un mundo medieval sin luz o algo parecido.
El lugar estaba bastante moderno, más de lo que Viola nunca había imaginado. Incluso había elevadores de esos antiguos de cadenas y botones.
Las habitaciones estaban en los niveles posteriores. Había desde para tres, dos, cuatro o cinco personas, todas personalizadas mágicamente y al gusto de la persona que la habitara.
Uniéndolas estaba la zona común, donde las chicas se juntaban para estudiar, mirar televisión, o jugar billar o cualquier juego de mesa que se pudieran imaginar.
Había televisión en las salas comunes de cada uno de los niveles por varias razones, pero la que tenía más fuerza era que un rastro de modernidad debía de haber al menos en esa academia.
La habitación que se les había asignado a las gemelas estaba en la esquina más al sur de la ala de mujeres.
Sólo tenía dos camas, pero había un armario de tamaño mediano donde podían guardar todas sus cosas y dejarlas hechizadas bajo llave. Toda la decoración estaba hecha al gusto de su ocupante, lo que hacía que la mitad de Viola y la de Tamara desentonaran bastante.
Mientras el lado de Viola tenía una decoración sencilla, moderna, y de colores llamativos como azul, morado o magenta, la de Tamara estaba decorada al estilo más elegante y anticuado de la academia, con sus sillas y forro de las paredes acolchados y de colores rojos, amarillos, o dorados.
Justo en la esquina de la habitación había un enorme ventanal que daba a los jardines de la escuela. Tamara se asomó por la ventana para sentir la esencia de todas rosas plantas que se habían sembrado ahí para luego ser usadas en las pociones o comidas. La vista era exquisita, también, al menos hasta el momento en que Jeremiah se cruzó en su campo de visión.
Tamara cerró inmediatamente la ventana, molesta. Viola, sabiendo que había solo algo, —más bien alguien— que podría alterarla de forma semejante, decidió ignorarlo y acercarse a ella para llevarla a desayunar.
—Dicen que hay todo tipo de comida en la cocina. Te haré unos deliciosos panqueques e intentaremos mandarle un hechizo mensaje a mamá para hacerle saber que estamos bien en nuestro primer día, ¿Está bien?
—Sí —respondió Tamara, su mirada estaba perdida, como si apenas pudiera concentrarse.
Las dos chicas se prepararon, se vistieron con el uniforme de la escuela y salieron a la sala común.
Un silencio sepulcral llenó la sala cuando todas repararon en ellas. El primer nivel era para las chicas de primer año, pero había chicas y chicos de segundo, tercero y cuarto año ahí pasando el rato, dándose consejos y cosas parecidas.
Viola no iba a fingir que no notaba como todos reparaban en ella.
—¡Hola! ¡Feliz primer día! —dijo con energía, lo que hizo que varios se acercaran para presentarse, aunque sin perder esa actitud reservada que tenían hacia las gemelas.
Cuando hubo terminado ese desfile de ostentosidad que no hizo más que ponerlas a ambas incómodas, se embarcaron al elevador, donde el botones, un chico desgarbado con un uniforme bastante llamativo, los pusó en marcha al primer nivel.
—¿Lo notaste? —aprovechó a decir Tamara—. Había muchos chicos ahí, como si no les importara que los atraparan juntos. ¿No se supone que debe de haber un control con estas cosas? Los chicos podrían entrar a nuestras habitaciones y nuestros maestros no lo notarían.
—Aquí no hay más seguridad que la mágica —dijo Viola. Había estado practicando para leer los sentimientos y acciones de los demás, por lo que podía sentir la lujuria llegar hasta ella—. Sólo mira a nuestro botones, parece asustado solo con vernos.
Ambas centraron la vista en el chico, que prácticamente temblaba al estar cerca de ellas.
—Empiezo a creer que este lugar es un nido para enfermedades de transmisión sexual —dijo Tamara sin más antes de que por fin llegaran a la planta baja.
El primer día en la academia de Kilorn no pudo haber sido más agitado. Por un lado estaban los chicos de primer año, que no paraban de andar por toda la escuela en los tours impartidos por las hadas guía.
Por otro lado estaban los de segundo y tercer año, que básicamente andaban rondando y riendo por todas partes con una confianza desenfrenada.
Al contrario de ellos, los alumnos de último curso pasaban de clase en clase con miedo, como si esperaran a ser atacados a cada paso que dieran.
Hacía un calor infernal. Mientras todos parecían estar en una fiesta, —o al menos la mayoría—, Tamara se abanicaba con euforia mientras ella y Viola esperaban a que Heather llegara.