Durante la noche, ninguno de los cinco podía descansar, salvo Lulú quien en ocasiones se quedaba dormida, pero al poco rato despertaba llorando. Oír que sus primos y su hermana se iban le afectaba tanto.
Yuliana y Lulú compartían habitación, al igual que lo hacían ambos varones. Dioney decidió hablar con el resto de sus primos y hermana, así que sacó a Froilán de su cama, pasaron a llamar a Yuliana y después buscaron a Frey.
Esta yacía en posición fetal, ya no lloraba, pero aún estaba muy dolida con sus padres. Abrazaba el collar que le había regalado su abuela cuando aún vivía, uno con una turquesa en forma de gota y conchas marinas en los lados. Era el tesoro más preciado para la niña y de lo poco que le quedaba de su abuela. Si ella un estuviera con vida, no permitiría nada de esto, pensó.
A su mente llegó un llamado, la voz de Dioney resonó en su cabeza. Era un modo de comunicarse entre ellos, sin usar la voz, pero solo funcionaba para los cinco si Dioney lo permitía, siendo un canal de comunicación.
—¿Estás despierta?
—Lo estoy.
—Sal, tenemos que hablar.
Frey suspiró, se levantó de la cama y abrió la puerta, aún estaba vestida, no se había puesto el pijama como el resto de sus primos. Esperaba que gracias a la luz tenue no notaran sus ojos hinchados.
—Hablemos en el laboratorio —le dijo Yul.
Los cuatro bajaron. Decidieron no despertar a Lulú para dejarle descansar. Al ser la más pequeña, desvelarse no era bueno.
Descendieron en puntillas las escaleras y entraron con cuidado por la puerta rota, por culpa del escorpión, y una vez más utilizaron escalones.
El laboratorio era un espacio debajo subterráneo. Pocos hogares en México contaban con sótano, la casa de los Viera era uno de esos.
Durante la época de la revolución mexicana, las mujeres se escondían en cuevas u hoyos que hacían debajo de sus casas, así evitaban que los revolucionarios las encontrarán.
Si corrían suerte de no ser violadas, era muy probable que fueran llevadas a la fuerza y después casadas con soldados de la revolución, sin importar el bando. Por desgracia, ese era el origen del sótano.
Sin embargo, el ambiente ahora era distinto, Dioney había adaptado y engrandecido el espacio, resanado las paredes y poco a poco lo llenaba con su esencia y materiales de laboratorio. Ya contaba con su propia mesa de trabajo, un escritorio pequeño y un librero. Dioney disfrutaba de pasar su tiempo ahí abajo. Inventaba nuevos artefactos, realizaba investigaciones y hacía experimentos.
Algunos de esos inventos habían sido las armas que Frey intentó utilizar contra el escorpión o el poder adaptar la ropa suya y de Lulú a prueba de fuego, de esta manera, si alguno de los dos usaba sus poderes, sus vestimentas no se incinerarían.
Los chicos se acomodaron en el espacio, Dioney se sentó en su silla giratoria, Yuliana en un banco, Frey se recargó sobre la pared y Froilán se acomodó en el último escalón.
—Veo que mantienes castigado a tu mascota —resaltó Yuliana al percatarse que el escorpión seguía encerrado en el frasco.
—Ya te dije que no es mío —respondió Dioney de mala gana—. Les pedí que vinieran por dos cuestiones. La primera, Frey tiene razón, el desorden en la casa no se trató de un robo.
Esta sonrió de lado, lo sabía. Froilán y Yul se sorprendieron.
—¿Cómo estás tan seguro? —preguntó su hermana.
—Mi laboratorio también era un desastre.
—Porque ese alacrán —señalo el frasco— creció de tamaño.
—En parte fue por eso, pero cuando Lulú y yo buscamos el antídoto no había ninguna sustancia derramada. El frasco de mi experimento cayó, pero no en la jaula, sino en el bote de basura. Hace un rato, después del regaño de nuestros padres, bajé aquí y mi material estaba ordenado de forma distinta a cuando me llevé el antídoto. Además, encontré esto.
Dioney les enseño una figura de barro con toques precolombinos.
—¿Qué es eso? —preguntó Froilán.
—No tengo idea, pero estaba en mi mesa debajo de esos papeles —señaló a su escritorio—. Con normalidad guardo mis reportes en el cajón, pero los encontré todos sobre la mesa junto a esta figura. Lo curioso es que no estaban revueltos, un ataque como el que sufrimos no habría abierto el cajón de mi escritorio y mucho menos expuesto mis experimentos sobre la mesa de manera ordenada.
—¿Quieres decir que alguien entró en busca de tus experimentos?
—Quiero decir que alguien nos colocó un señuelo para sacarnos de casa y saber información sobre nosotros.
—Pero dices que solo miró tus experimentos —contestó Yul quien no terminaba de entender el punto.
—Mi hermana mencionó algo sobre documentos nuestros en la sala —recordó Frey—. Cuando comenzamos a pelear, pero no le preste mucha atención.
—No me di cuenta —dijo Froilán.
—Yo tampoco —agregó Yuliana
—Significa que somos el objetivo —corrigió Dioney. Los cuatro se quedaron callados, dicen que el silencio otorga y en este caso era evidente, ninguno negó la hipótesis pese a que les preocupaba—. Investigaré esto. —Acabo el silencio tomando la figurita de barro.
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Editado: 16.10.2021