Los padres y tía de Yuliana la habían enviado a casa. Ellos se quedaron a recibir noticias y actualizaciones sobre el estado de salud de sus hijos.
Los padres de Frey y Lulú acudieron al ministerio para levantar un acta de búsqueda de las niñas; la policía dijo que había que esperar setenta y dos horas antes de proceder, así que decidieron salir a buscarlas por ellos mismos.
Yuliana se sentía muy mal, por primera vez rechazada por su propia familia. Sabía que recibiría todo el regaño hasta que sus primos estuviesen a salvo, pero no creyó que doliera tanto.
Consternada, temerosa y ansiosa, se encerró en su cuarto, a llorar de la frustración e impotencia. No podía hacer nada más.
Eran casi las tres de la mañana, no tenía idea de que sucedía en este momento con Frey o Lulú, ni siquiera si se encontraban bien. No sabía que la primera luchaba por mantenerse con vida y rescatar a su hermana y por supuesto que no sabía que la segunda dormía tranquila a causa de sus captores, ignorando el riesgo que enfrentaba su familia.
La casa estaba casi vacía, solo ella habitaba aquella fría madrugada. En parte agradecía que sus padres la enviarán a casa, a ducharse y cambiarse de ropa.
Podía llorar a gusto sin que su familia le oyera. Pocas veces existía tal paz dentro de casa, aunque no le agradaba que fuese bajo estas circunstancias.
Pronto sonó la puerta. Yuliana quién estaba en cuclillas al suelo y con la espalda contra la pared, levantó la cabeza que tenía oculta entre sus rodillas.
Escuchó un toque en la puerta, por un momento creyó que se trataba de una alucinación suya a causa del estrés, pero no fue así. De nuevo oyó un golpeteó.
La chica se preguntó quién podría ser a estas horas de la madrugada, temió por su vida, aunque enseguida consideró, de ser necesario, usar sus poderes.
Salió de su cuarto y se acercó a las escaleras, las bajo sin encender la luz y se paró frente a la puerta. Dudó en abrir o siquiera preguntar de quién se trataba, pero lo hizo al escuchar un tercer golpe.
—¿Quién es?
—Yulianita ¿eres tú? —preguntó del otro lado la voz de una mujer mayor— ¡Oh Yulianita! ¡Qué bueno que estás bien! Ábreme. Soy yo, tu tía Rosita.
Yuliana se tranquilizó y quitó el seguro antes de abrir, frente a ella una señora de edad avanzada, pelo corto y chino pintado de negro, la saludo con un gran abrazo. Yul amenazaba con llorar, pero suspiró hondo y retuvo las lágrimas.
—¡Oh Yulianita! Tus padres me dijeron lo que paso. Enseguida vine a cuidarte —dijo la tía Rosita sin soltar a su sobrina—. Hazlo mi niña, suéltate, sé que fue difícil.
Y Yuliana obedeció, no sostuvo más las lágrimas ni el llanto.
—Tía —sollozó— no queríamos... fue, fue un...
—Accidente —completó la tía—, lo sé. Solo querían permanecer juntos.
Yul asintió sin darse cuenta de la información que su tía sabía. Se separó y la miró a los ojos, no dijo más, dejo que su tía secará sus lágrimas.
—Las niñas —comenzó la anciana— ¿Dónde están?
—No lo sé —se sinceró con voz entrecortada.
—Anda, ve a tu cuarto a descansar —dijo la tía con tranquilidad—, mañana hablaremos. Todo estará bien.
A Yuliana le extraño la excesiva calma de su tía. Hace unos años en otra situación, su tía había actuado igual que sus padres; llena de miedo y muy alarmada, pero ahora tenía tanta tranquilidad, como si supiera lo que está por pasar.
Yul no quiso pensar de más y le tomó la palabra a su tía, consideraba que quizá su pesar por el accidente de sus primos le ocasionaba dudar así de su vieja tía y hermana de su abuela.
La tía Rosita se instaló en el cuarto sobrante y Yul regresó al suyo. No pudo dormir del todo, la situación se lo impedía, pero hacía un esfuerzo.
A la mañana siguiente, sus tíos y su padre regresaron a casa, tanto su madre como la de Froilán seguían en el hospital. Yul bajo a desayunar porque tenía que hacerlo, más no porque tuviera hambre. Sintió pena por ser la única a salvo de sus primos y desayunó en silencio. Casi enseguida bajo su anciana tía.
—¿Tía Rosita? —Escuchó decir a su tío, papá de Lulú— ¿Qué haces aquí?
—Supe del accidente y vine a apoyar —contestó como si nada—, mis sobrinos me necesitan.
—¿Le hablaron mis hermanas? —volvió a preguntar el papá de las niñas.
—Eh... Sí —vaciló la anciana, cosa que Yuliana se percató.
—No recuerdo que lo hayan mencionado —insistió su tío.
—Estaban muy asustados que no se dieron cuenta.
Yul recapitulo, mientras estuvo en el hospital sus padres no llamaron a nadie, se fue a casa junto a sus tíos antes de que estos se dirigieran a la estación de policía. Ella tampoco escuchó que su madre o tía tuvieran planes de llamar a su anciana pariente, mucho menos durante la noche. A excepción de que hubiesen marcado después de salir del hospital. La muchacha no objetó nada y siguió desayunando sin hambre y sin ganas.
Al cabo de unas horas, escuchó a su madre llegar a casa. Bajó a verla para saber las novedades. La tía Sara y su padre se habían quedado en el hospital, sus tíos partieron de nuevo en busca de sus hijas. La anciana tía se encontraba cocinando.
—¿Tía Rosita? —Escuchó a su madre asombrada— ¿Qué haces aquí?
—Vine a ayudar —respondió tranquila la anciana— ¿no es obvio?
Yuliana se quedó en las escaleras escuchando la conversación. Sus sospechas eran ciertas, su madre no le avisó.
—Pero ¿Cómo...?
—Tu hermano me llamó, llegué en la madrugada, no podía dejar a Yulianita sola en casa, ¿Cómo siguen los muchachos?
La madre de Yuliana suspiró y su reacción se volvió triste.
—¿Mamá? —Entró chica en escena, fingiendo no haber escuchado nada— ¿Cómo está Dioney? ¿Y Froilán?
Su madre dio media vuelta y dijo:
—Graves, pero estables, aún falta esperar.
Yul soltó un gran suspiró, aún no eran buenas noticias como que estén a salvo del todo, pero se mantenían con vida.
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Editado: 16.10.2021