—¿Qué es Mariposa de Obsidiana? —Kou no entendía nada, ni él porque estaban frente a una pirámide escondida entre tierra.
—¿Qué saben de historia? —preguntó Cris a ambos niños.
Frey y Kou se miraron y después a su guía, entonces sonrisas apenadas invadieron sus rostros.
—Bueno, saque diez en historia... Aunque el profe se durmió durante el examen... —Frey, apenada, se encogió de hombros.
Cris quedó perplejo, pero aceptó el comentario de la niña. Su vista se giró hacía Kou.
—Yo ni ser mexicano —dijo este igual encogiéndose de hombros.
—Bien... —Cris pensó la forma de explicar de manera más sencilla lo que estaba por contar— creo que empezaremos desde el inicio.
El niño se adentró a la cueva para tirar un poco más de tierra que cubría la pirámide, pronto se divisó una especie de puerta, había que abrirla si quería que sus acompañantes vieran lo que guardaba. Frey se acercó para ayudar, pero en el instante que tocó la piedra, la puerta se deslizó sola, tirando a su paso el resto de tierra seca. Kou y Cris, quedaron asombrados, ni se diga la reacción de Frey.
—Yo... no... —empezó a titubear ella.
—Eres especial —Cristian apenas pudo pronunciar de la sorpresa— ¡Entremos! Estamos en el lugar correcto.
—¡Espera! —detuvo Kou— ¿Qué hay dentro?
—Murales —fue la respuesta—, cuentan la historia de lo que quiero que conozcan.
Frey volvió su mirada a Kou, este meneó la cabeza negando. Cris estaba atento, desde que aparecieron ambos niños se le hacían interesantes, pero hasta ahora había soportado las ganas de suplicar porque confiarán en él.
Frey suspiró agarrando valor, no podía creer lo que estaba por hacer, pero no tenía opción.
—Andando.
—¡Frey! —Kou se alarmó.
—Necesitamos ver. —Sí algo la caracterizaba eran las corazonadas y esas nunca se equivocaban... lo aprendió de la manera más triste a sus nueve años.
Una vez dentro, Cris sacó de su morral una lámpara que había empacado, la encendió y alumbró escalones. Casi todo era oscuridad, así que de nuevo se posó delante de sus acompañantes para empezar a descender.
Frey y Kou le siguieron, veían poco y los escalones se sentían irregulares, por lo que se apoyaban con una mano en la pared de piedra. Dentro el clima era frío, casi helado y un tanto húmedo.
—Cuando los españoles conquistaron, lo quemaron todo —comenzó Cris—, los templos, las casas, los libros. Varias pirámides fueron enterradas y otras derribadas. Perdimos mucho y no todos nuestros antepasados lograron recordar. El temor de la ira de los dioses se volvió el temor del dios que trajeron; las historias se convirtieron en mitos y las advertencias en leyendas.
—Perdón, sigo sin entender —se sinceró Frey.
—Ya estamos llegando —ignoró Cris.
Bajó el último escalón y alumbró la cámara. Un espacio cuadrado con polvo y cuatro paredes. Cristian tenía razón, murales con glifos prehispánicos adornaban el interior; se veían las figuras de dioses que Frey había visto en sus libros de historia y otros que desconocía. Tanto ella como Kou se detuvieron asombrados ante los dibujos de las paredes, jamás en sus vidas habían visto algo así de cerca, mucho menos el niño de origen japonés.
—Cuando México no existía como país, las regiones se dividían en grandes pueblos que adoraban a dioses que hoy solo conocemos en los libros de historia. El territorio más destacado era el Valle de Anáhuac, lo que hoy es la capital de México y sus alrededores —explicó Cris—. Hace más de 500 años, los dioses de esa región convivían con el hombre. Los humanos realizaban sacrificios para satisfacerlos y a cambio cumplían sus peticiones; buenas lluvias, buenas cosechas, un buen camino al llegar al inframundo al morir, etc. Teníamos dioses que se dedicaban a cuidar el cosmos y a la naturaleza; dioses que protegían a los viajeros, alfareros, médicos; dioses del amor, de la guerra, de la muerte, de la caza. Todos eran parte del equilibrio para la era en la que vivimos; La era del Quinto Sol.
Frey y Kou escuchaban atentos, Cristian alzó la lámpara y cambió la intensidad a una que le permitiera señalar con claridad los dibujos que al parecer estaba por explicar sus significados.
—Pero nuestros dioses desaparecieron cuando ella: —Señaló con la luz la esquina superior izquierda.
Era una figura de perfil con brazos alzados y piernas en cuclillas, tenía pelo y cuerpo negro. De la espalda sobresalían un par de alas de mariposa en colores oscuros. El rostro estaba cubierto de rayas rojas y blancas y lucía adornos en esos mismos colores. En lugar de pies y manos tenía patas con piel de jaguar.
—Una diosa de alas negras como la obsidiana, pero con forma de mariposa, se alzó y se rebeló contra el resto de los Dioses, alterando la dualidad y el equilibrio. Su nombre era Itzpapalotl, pero también la llamaban: la Mariposa de Obsidiana. Era poderosa, tenía de su lado a los hechiceros y un ejército de criaturas peligrosas conocidas por ser las estrellas femeninas de la noche...
—Las Tzitzimimes —interrumpió Frey.
Ella y Kou estaban atónitos, habían estado frente a esas estrellas. Cristian volteó a verla, al parecer la sorpresa era compartida.
—¿Las han visto?
—Hasta hace poco —respondió Kou.
—Las Tzitzimimes son criaturas malignas que obedecían sus órdenes —continuó Cristian regresando su vista a los murales—. La Mariposa encarceló a los dioses para después desaparecerlos, se quedó con las vidas y el poder de algunos de ellos y al resto los mató. Entonces paso a gobernar la tierra de los hombres: invadió las ciudades de todo el Valle conquistando cada vez más. Se volvió tlatoani y única diosa.
—¿Tlatoani? —interrumpió Kou.
—Gobernante —aclaró Cris—, así se les llamaba en esa época. La Mariposa de Obsidiana reinó durante un tiempo y sometía a los humanos a su voluntad. Las Tzitzimimes peleaban por ella. Los señores del inframundo no intervinieron, el asunto era terrenal y según el equilibrio ellos no tenían permitido intervenir. La Diosa tuvo a su poder todo el Valle de Anáhuac, parte del sur y estuvo punto de extenderse al norte, pero no lo logró.
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Editado: 16.10.2021