—Lo que buscas es la Xiuhcóatl —mencionó el señor José.
—¿La que de quién? —preguntó Frey.
—La Xiuhcóatl.
—¿Y eso con que se come? —volvió a decir.
Cristian suprimió una ligera risa y Kou desvió la mirada ocultando sus también evidentes ganas de reírse. Los cuatro se encontraban sentados en el comedor con el mapa, que Nila le había dado a Frey, extendido sobre la mesa. El trozo de papel traía consigo una inscripción en glifos.
—La Xiuhcóatl fue el arma más poderosa de los dioses —respondió Cris recuperando la compostura—, le perteneció al Señor de la guerra; Huitzilopochtli.
—¿Por qué buscarla? —interfirió Kou.
—Se dice que el arma existe y que fue escondida por los dioses para que nadie la ocupará de nuevo. ¿Quién te la pidió? —cuestionó Cris.
Frey no respondió al instante, en su lugar pensó en sus siguientes palabras y volvió su mirada hacía Kou, el chico tenía la misma expresión preocupada.
—Mi familia está en peligro —confesó Frey—, la persona que tiene secuestrada a mi hermana me pide el artefacto a cambio.
Cristian y su abuelo voltearon a verse, esto era serio, ni siquiera ellos sabían de la real existencia del arma más poderosa de los dioses.
—Si alguien te pide la Xiuhcóatl a cambio de tu hermana es porque se trata de la Mariposa de Obsidiana. Después de deshacerse de Huitzilopochtli, empuño el arma y se hizo de su poder —explicó Cristian.
—Este mapa los llevará a Cholula —intervino el señor José analizando el trozo de papel sobre la mesa—. En realidad, este es un mapa de la estructura de la pirámide de Cholula, pueden ir y explorar, pero no les aseguró que la encontrarán. Hasta ahora ningún hombre lo ha hecho.
El señor José estaba más serio que su nieto, pero sus palabras, eran firmes.
—Me dijeron que el mapa me conduciría a un códice. No tengo opción —dijo Frey con preocupación—, debo llevarle el arma si quiero salvar a mi hermana.
Don José que tenía el rostro agachado, serio y pensativo, se levantó de la mesa y se dirigió a su cuarto. Ninguno de los tres jóvenes dijo palabra alguna, en su lugar un silencio incómodo inundó la casa.
—Vengan —pidió.
Don José pasó la cortina de su cuarto, se asomó por debajo de su catre y jaló una loseta destapando un hueco en el suelo. De ahí sacó una caja de madera y se la mostro a los niños.
—Mis antepasados cuidaron de las leyendas y de algunos objetos. Hace cincuenta años, más o menos, trabajé con un arqueólogo, yo fui su ayudante traductor. Él tenía un par de empleados que estuvieron investigando sobre los emisarios de los dioses y los tres me encargaron un códice y algunos artefactos. Aprendí a usarlos, pero sabía que pronto llegaría alguien más a ocuparlos. —Los tres niños escuchaban atentos las palabras de Don José mientras esté abría la caja de madera— Estas son armas de obsidiana, jade y ónix, sirven para repelar a las criaturas de la noche, —Dentro de la caja se podían observar puntas de lanza, cuchillos, navajas y un arco, todos salvo este eran de las tres piedras preciosas que mencionó Don José— fueron creadas por nuestros antepasados para los emisarios de los dioses. Durante mucho tiempo se consideraron perdidas hasta que el arqueólogo los encontró; él y su amiga me los dieron como medida de protección. Nadie sospecharía de mí.
El señor suspiró recordando el pasado. Para Frey, todo esto le causaba mucho ruido, algo le decía que tenía que ver con ella y con sus primos.
Además, se sentía incrédula, creía que no se había permitido que las leyendas las conocieran los arqueólogos y otros exploradores.
—La joven que vino aquella ocasión, recuerdo que me dijo "escóndelas hasta que llegué el momento", yo le pregunté ¿Cuál momento? Y su respuesta fue: lo sabrás cuando suceda.
—¿Quién era ella? —indagó la niña.
—Su nombre era Margarita Cotzomi, es lo único que recuerdo.
No le sonaba en absoluto.
—¿Creí que no querer que arqueólogos conocieran las leyendas? —Kou preguntó lo que Frey también se cuestionaba.
—Ellos eran distintos —fue la respuesta del señor José—, conocían bastante y no solo eso; Margarita me aseguró que un día vendrían un par de niños, buscarían ayuda y yo sería quien se la brindaría. Dijo que había conocido a los emisarios anteriores y quería evitar que la siguiente generación padeciera lo que estos sufrieron.
—¿Quiere decir que la última generación vivió hace cincuenta años? —preguntó Frey.
—Quiero decir que a pesar de conocer las leyendas dudé de la palabra de esa mujer hasta que, —El señor José se levantó y dio la vuelta para mirar a Frey y a Kou— los encontramos en el bosque. Entonces supe que ella siempre tuvo razón; los emisarios son reales y la Mariposa de Obsidiana ha regresado.
Un breve silencio inundó la casa. En los gestos de Frey ahora se alzaba uno de determinación, empezaba a acostumbrarse a que la llamarán de esa manera. Con más confianza aceptó su misión.
—Voy a detener a Itzpapalotl, lo prometo —dijo con firmeza.
Don José le sonrió cálidamente.
—¿Cuál es tu don? ¿Corresponde con tu collar?
—Sí, soy la emisaria de los dioses del agua —afirmó Frey por primera vez.
Una extraña sensación de valentía surgió en ella tras decir las palabras.
El señor José sonrió como si estuviera orgulloso, haber seguido el legado de su padre y de sus abuelos y los abuelos de sus abuelos. Sentía que tenía su recompensa, en parte claro, pues aún debían ganar contra la Mariposa de Obsidiana para poder decir "misión cumplida".
—Llévense las armas con ustedes —finalizó la conversación y salió de la habitación permitiendo que Frey y Kou se acercarán a la caja.
Ambos niños voltearon a verse y después vieron partir al anfitrión de la casa, directo a la cocina. Apenas pudieron pronunciar un "gracias" de la sorpresa.
Cristian en cambio se dio la vuelta y salió de la habitación.
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Editado: 16.10.2021