Crónicas del Quinto Sol: La diosa negra

25. Dioney, Froilán y Yuliana

—¿Quién eres? —espetó Yul.

—Si te niegas mi señora masacrará toda esta comunidad.

Yul comprendió que la joven al frente era la autora del ataque y solo para ir por ella.

—Mi prima...

—La pequeña se encuentra bien en manos de mi Señora y la mayor está en una misión. Ven conmigo y dejaremos vivir a este pueblo. —Una sonrisa falsa se asomó en el rostro de la joven.

Yul podía escuchar los gritos de angustia. Una presión estuvo a punto de apoderarse de ella, sentía el cerebro oprimido de tantas voces.

—No —sentenció Yuliana.

—Las vidas de estos inocentes quedarán en tu conciencia —reprochó con desdén.

La joven alzó una mano. Desde el cielo Yuliana pudo observar que las criaturas caían en forma de estrellas. Pensó en cómo salvar las vidas de los habitantes.

Yul se dio la vuelta y recorrió volando varias calles, a su paso atacaba con bolas de energía a las criaturas, a otras las sacaba de las casas usando lianas y enredaderas, pero... no era suficiente. La cantidad de bestias la sobrepasaba.

Se esforzaba por salvar vidas, sin embargo, las criaturas se recomponían casi al instante o bien encontraban el modo de romper las lianas y huir.

Aun así, la joven no se daba por vencida y atacaba con tal de proteger. Pronto una de ellas le cayó encima tirándola al suelo. La chica rodó por la calle, la criatura que la había tumbado se acercó para atacarla de un zarpazo. Yul alzó el brazo por instinto a la espera de un rasguño que nunca llegó.

Al alzar el rostro alguien más había golpeado a la criatura, lanzándola lejos. Yul lo reconoció.

—¿Froilán? —La chica estaba atónita.

—Llegamos justo a tiempo —respondió este con una sonrisa.

Yuli se levantó con ayuda de su primo. Después le dio un breve abrazo, seguía sin caber en la sorpresa.

—¿Cómo...? ¡Cuidado! —Otra criatura había saltado directo a ellos.

Una gran llamarada atacó a la bestia. Yuliana giró a para ver a al causante, su hermano estaba detrás, sano, salvo y consciente.

—¡Dio! —exclamó conmocionada, no esperó a que descendiera cuando ella se lanzó a volar para darle un gran abrazo.

—¿Yo también te extrañé? —respondió este sorprendido.

—No hay tiempo, debemos salvarlos. —Yul recobró la compostura y se separó.

—¡El fuego! —alertó Froilán— ¡Les hace daño!

Ambos hermanos voltearon en dirección a donde su primo señalaba. La criatura se retorcía en llamas y emitía agudos chillidos agonizantes.

—Fuego —susurró la chica para sí. Entonces Yul giró hacía su hermano— Quema a todas las criaturas —ordenó—. Y tú Froilán saca a los civiles del pueblo. Yo revisaré entre las casas y calles en busca de heridos.

Aunque entendían poco, Froilán y Dioney obedecieron las órdenes de su mandona prima y se unieron. Mientras el chico de viento llegaba a rescatar civiles, el joven de fuego quemaba a cuanta criatura se encontraba.

Yul tenía otro propósito; además de salvar vidas, esperaba localizar a su nueva enemiga.

Los primos Viera tomaron cada uno cartas en el asunto, mientras Yuliana iba por los heridos para resguardarlos o rescatarlos. Froilán buscaba civiles y así llevarlos a un lugar seguro. El plan estaba funcionando hasta que un rayo cayó encima de Dioney causándole daño en el hombro, ocasionando que cayera de bruces contra el asfalto. Al girarse se encontró con la joven de pelo trenzado.

—¿No estabas en el hospital? —gruñó ella.

—¿Te conozco?

Furiosa, la chica alzó una mano, las nubes se acercaron. Enseguida Dioney supo que su enemiga controlaba las tormentas como Frey. Pronto se movió esquivando el golpe de un nuevo rayo.

—Mi nombre es Lluvia, —Se rio— tal cual como lo que controló.

De manera amenazante se fue acercando a Dioney con los brazos preparados para un nuevo ataque.

—La Señora los quiere con vida, pero compartes poder con tu prima. No le harás falta. —Sonrió con malicia.

La joven alzó de nuevo el brazo, pero no atacó. De frente le llegó Yul quien la tomó por los hombros y la arrastró varias calles, después la lanzó con fuerza contra un edificio y remató el ataque con sus bolas de energía.

—Nadie toca a mi familia —amenazo la joven, con los ojos brillando en verde tal cual el tono de sus bolas de energía.

Lluvia se enderezó molesta. Con las palmas de las manos atrajo rayos para que cayeran contra Yul, quien retrocedió, esquivando cada uno mientras volaba en zigzag. Después del último, la chica se dejó caer al suelo, tocó con una mano el asfalto y múltiples lianas y enredaderas emergieron del piso, todas se dirigían hacia Lluvia ya fuera para golpearla o atraparla.

Su enemiga alcanzó a esquivar varias y se preparó ante otro ataque cuando una fuerte ráfaga la sacudió por los aires haciéndole perder el control de sí misma. Entonces el viento desapareció dejándola caer sobre el techo de una casa.

Con el fuerte golpe de la caída, la villana intentó enderezarse una vez más, sin embargo, frente a ella encontró a Yuliana y a Froilán, cada uno con los brazos cruzados.

Pensó en devolver el ataque, pero un rayo de sol le iluminó el rostro, miró por el rabillo del ojo, estaba por amanecer. Ya no le quedaba tiempo.

—Me desquitaré con sus primas —amenazó.

Acto seguido salió volando a toda velocidad y con ella se llevó a las Tzitzimimes, al menos las que sobrevivían de no ser quemadas por Dioney.

Ambos adolescentes veían resentidos su huida. Con más calma regresaron a buscar a su primo. El chico se encontraba atendiendo a las personas que no podían controlar su miedo o ataque de pánico. Manipulaba sus mentes para calmarlos.

—Dioney ¿estás bien? —preguntó su hermana.

—Sí, estoy ayudando a quienes no.

—Iré a hablar con los oficiales —informó Froilán.

Yul asintió y se acercó a los heridos y nerviosos. El primer ataque se había suscitado con la intención de llevársela. De no ser por los chicos, el atentado hubiese tenido un final aún más desastroso.




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