Una vez arriba abrieron enorme sus ojos; el cielo estaba tornándose rojizo, pero no el rojo del atardecer o amanecer. Era del tono de la sangre, del que habían escuchado en las leyendas. A lo lejos observaban una línea de color oscuro que ascendía hasta el cielo, formando un halo.
Las estrellas se movían a gran velocidad y podían ver como algunas empezaban a bajar a la tierra.
—¡Está llamando a las Tzitzimimes! —se percató Cris.
—Debemos actuar ahora, no podemos esperar más —dijo Yul.
—La vasija —susurró Dioney atónito sin dejar de mirar el cielo—. Es la clave.
—¿Tienes alguna idea de dónde encontrarla? —preguntó su hermana.
—Yo sí —informó Cris.
Abrió su mochila y la sacó. Solo por un momento, los tres mayores suspiraron aliviados, sin embargo, Lulú les recordó el segundo problema.
—¡Oigan! Si recuerdan que perdimos la piedra, ¿no? Aunque tengamos la vasija, Nila se la llevó, ¡La diosa aún nos tiene bajo su poder!
—Es cierto —reiteró Dioney—. Mientras tenga la piedra puede someternos a su voluntad.
—Y aún debemos encontrar a Frey —añadió Froilán.
—En ese caso, no tenemos tiempo que perder, hay que actuar ahora —propuso Yul.
—¿Solo así? —cuestionó Dioney— ¿Y si nos ven o reconocen?
Kousei desvió su mirada. Lo pensó por un momento, cerró los ojos rindiéndose y después soltó aire retenido, entonces se quitó la mochila para abrirla y buscar algo.
—Yo... yo tengo solución —mencionó.
Sacó de su interior unos cuantos antifaces de colores oscuros.
—Yo tengo antifaces que podrían servir. Eran para Frey y mi, ¡pero no es que piensan!
—¿Querían ser héroes? —se burló Yuliana.
—Bueno, si ser lo que piensan —confesó Kou.
—Solo son cuatro —se percató Froilán.
—Dos Frey, dos yo —respondió el niño.
—Repártanlos entre ustedes, yo no usaré, correré el riesgo —dijo Yul.
Dioney miró a su hermana, antes de tomar uno de los antifaces:
—Si es necesario, borraré tu imagen de las mentes.
Yuliana le sonrió y después cambió de tema.
—Lo primero que haremos será encontrar a la Señora y a Frey, también debemos recuperar la piedra y por supuesto, detener a las estrellas de la noche. Lo más seguro es que la diosa la encontremos en ese halo oscuro. —Señaló Yuliana en dirección al punto—. Tendremos que dividirnos para cubrir las áreas.
—¿Cómo lo haremos? —preguntó Froilán.
Yul les dedicó un rápido vistazo a sus primos, a su hermano y a ambos niños. Dioney y Luyana se colocaron dos antifaces, también lo hizo Froilán y el último se lo quedó Kousei. Yuliana aún se sentía débil, pero inspiró hondo y dijo con firmeza:
—Este es el plan.
***
—Necesito que quemen a todas y cada una de esas cosas —ordenó Yuliana mirando a Dioney y Lulú—. Ustedes ya saben qué hacer.
Cris y Kou asintieron, sería una labor titánica dividirse en distintas partes de la ciudad, pero no iban a quedarse de brazos cruzados.
Recordando las palabras de la mayor de los Viera, cada uno de los niños se dividió en parejas y partieron hacía el epicentro del halo de oscuridad.
Las calles aún eran transitadas por el puente festivo. Familias con niños paseaban por los parques, avenidas y locales comerciales.
Una de ellas disfrutaba de ver a su hijo jugar con su nueva pelota, se encontraban saliendo del parque cuando se percataron que todos admiraban el cielo rojizo.
—¡Miren! —decía un niño a sus padres.
—Es muy rojo —agregaba otra señora.
La familia le tomo poca importancia al color del cielo cuando escucharon gritos.
Papá y mamá se volvieron para ver como otras personas que antes disfrutaban del parque corrían huyendo y gritando. Una estampida y detrás de ellos chillidos horribles.
El padre tomó a su hijo de la mano y huyeron junto a la multitud. Otro grito más se escuchó cerca.
—Papá, ¿Qué pasa?
—No sabemos hijo, pero todo estará bien —respondió el padre tranquilizándolo.
Poco antes de llegar al portón observaron más caos, detrás una niña seguía señalando al cielo diciendo:
—Miren, las estrellas se mueven.
Algunos adultos le hicieron caso y voltearon para encontrarse con las estrellas que bajaban a la tierra. Se dieron cuenta de que estas se convertían en criaturas enormes con brazos largos y garras, así como patas puntiagudas y que además vociferaban horribles chillidos, mientras mostraban sus afilados dientes. Sus ojos negros profundos aterrorizaban a quien las veía.
Algunas de las Tzitzimimes empezaron a atacar a personas de alrededor; de un zarpazo les abrían el pecho y dejaban agonizando a sus víctimas.
Otras mordían y comían a los desdichados, aun cuando no sentían hambre al tragar. Sangre borbotaba y comenzaba a pintar los jardines. La familia y muchas otras, aterrorizadas, hicieron hasta lo imposible por huir. Se provocó una estampida, pero el parque no era el único lugar en ser invadido.
Afuera, en las calles más y más Tzitzimimes bajaban del cielo, atemorizando y atacando a los ciudadanos.
—¡Necesito ayuda! —voceaba un policía en su radio a la estación policiaca— Criaturas extrañas asaltan el parque.
—¡Nosotros también pedimos ayuda! —Otro policía hablaba desde la radio— ¡Zona Plateada igual está siendo atacada!
Con algunas balas y mala puntería, hacían lo posible por defender a la población, sin embargo, no eran rivales y mucho menos tenían conocimiento de lo que se enfrentaban. Algunos policías incluso ya habían sufrido la desdicha de ser comidos por las temibles estrellas de la noche.
—¡Solicitó apoyo! —Volvió a llamar un oficial.
—¿Quién está con usted? —le respondían de la estación.
El policía al ver afuera de su unidad, encontró a su compañero disparando antes de ser atravesado por un par de patas puntiagudas. Asustado y temblando, se escondió debajo del asiento.
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Editado: 16.10.2021