Crónicas Eternas I: El Destino de los Elegidos

3

Ha pasado cerca de un mes desde que empecé a vivir en la cabaña del bosque. Eir ha sido tan amable conmigo desde que exploté en llanto. Gracias a ella pude descansar apropiadamente y, además, me ayudó enseñándome algunos hechizos útiles de protección y curación. Podría usarlos en combate sin tener que demorar veinte mil segundos haciendo conjuros por lo que, me beneficiaria demasiado y rendiría mejor. La lucha es terriblemente desgastante, asi que contar con estas herramientas es lo mejor. Eir realmente era una gran hechicera. Tenía conjuros para casi todo, excepto para reparar cosas. Lo que yo podía ofrecerle era ir a cortar leña o buscar yo mismos ingredientes para las comidas, tal vez para algunos otros encantamientos o pociones para el viaje. También me encargué de reparar alguna que otra cosa que yacía rota en su hogar, aunque la cabaña podría estar en literalmente cualquier lado. Ella utilizaba un tipo de magia de tele portación. La cabaña podía moverse hacia cualquier lugar, aparecer y desaparecer de mil maneras repentinas y establecerse en algún lugar del mundo. Lo cual, era una propiedad bastante interesante. Es así como me reveló que hizo aparecer la cabaña forzando nuestro encuentro, sabía que era imposible que no la pudiera haber visto desde lo lejos.

Algo más me ha mantenido intrigado al respecto de ella, y es que a pesar de que su voz o parte de sus arrugas en el rostro su cuerpo parecía el de una joven de 20 años. Tal vez se deba a la magia, pero había algo más. Era inevitable compartir ciertas cosas de nuestra vida o hablar de vez en cuando sobre la situación actual. Eir sabe tanto de los Dioses como de la invasión de los demonios que ni siquiera parece que la hechicera sea una solitaria filántropa. En este momento estaba depositando la última carga de leña sobre un depósito donde almacenábamos la misma para mantener el calor. Estábamos a poco de que el invierno llega y con ello la nieve y con ello…

— Feliz cumpleaños, Kirito.

Tragué saliva y me giré un momento hacia la voz que me llamaba. Era la de Eir quien me extendía un objeto envuelto. Por la forma era claro que era una espada, asi que la tomé en mis manos, contemplando la forma que sobresalía de la tela. El peso del arma era ya de por si un indicador de la inmensa calidad que tenía esta. Respiré profundamente y ante la mirada paciente y constante de Eir, no tuve más remedio que abrirla. Primeramente, quité el listón que se aferraba al mango del arma y la envoltura en automático cayó. El arma estaba en su funda y pude ver con detalle la espada, una espada larga con una hoja recta y afilada, forjada con una aleación de acero y plata que le daba una gran resistencia y durabilidad. La empuñadura estaba envuelta en cuero negro y tenía un diseño elegante pero sencillo.  Tragué saliva por mero instinto ante la impresión de esa belleza.

— Es… Es bellísima. —casi no podía pronunciar mis palabras de lo imponente que era el arte en esa espada. Fue trabajada con tanto detalle que pensé que eso era amor.

— Me alegra que te guste. —respondió Eir entre sonrisas.— Se llama Sinfonía de Plata. Esa espada que tenías ya estaba sin filo y estaba fragmentada. Pensé que sería bueno elaborarte esto. Es un arma especial, asi que tenla cerca.

No me contuve para nada. Fui directo hacia su ser y la abracé en gratitud. Pude sentir como ella dedicó caricias en mi cabeza al respecto y yo, contemplaba con una expresión neutra el suelo de madera que yacía bajo nuestros pies. Si bien es cierto estaba contento por el gran detalle, los pensamientos que hasta hace poco invadían mi cabeza no se iban, y es entonces que mientras le abrazaba, con mi rostro parcialmente oculto en sus hombros reuní el coraje suficiente.

— Eir... Dime la verdad.

Ella pareció sorprenderse porque sentí como su cuerpo de pronto, se entumeció.

— Necesito saber quién eres en realidad. Sabes tanto de los Dioses y de la invasión. Cuando nos conocimos por primera vez incluso mencionaste que los Dioses te buscaban. Al principio pensé que era un teatro para disimular nuestro encuentro coincidente, pero me doy cuenta de que no es así.

— ¿Desde cuándo lo sabes? —preguntó Eir, temblorosa.

— No me tomó mucho tiempo. Solo no sabía en qué momento preguntarte. Nunca encontré la oportunidad, asi que… Si no lo hacía hoy, tal vez mañana no podría.

— De acuerdo… —escuché como suspiró.

Cuando el abrazo finalmente cesó, Eir tomó asiento en uno de los sofás que había disponibles en la sala de estar, al igual que yo, que me senté en el que estaba justo en frente. Dejé la espada en la mesa que había delante y solo me limité a observarla fijamente.

— Buscaba un momento para contártelo, pero es como dices. Nunca se encuentra el momento adecuado para que las cosas se den, simplemente se tienen que dar. —la noté, nerviosa al respecto.— Yo pertenecí al Olimpo como una Diosa. Ahora mismo estaría bajo el control de Hades como todos los demás, pero me desterraron mucho antes de que eso ocurriera.

Que un Dios sea desterrado del Olimpo, debe ser por una falta grave. Exageradamente grave que quizá ponía a Zeus en la complicada posición de tener que expulsarla. No me sorprendería si mi padre estuviese en esa reunión también.

— Tranquilo. Realmente no hice nada malo, solo… Mi obsesión por el conocimiento y el aprendizaje me hicieron entrar con cosas que no debía. Cosas prohibidas que a los Dioses no les gustó nada en cuanto se enteraron. Parte de todas mis habilidades y conocimientos, los ojos que tengo en el mundo o la habilidad para mover mi lugar de residencia son cosas que pude aprender en ese momento. Se le considera una herejía poder tener algún poder que te vuelva omnisciente, ya que eso a los Dioses no les favorece.



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En el texto hay: apocalipsis, drama, medieval

Editado: 21.04.2024

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