Crónicas post-apocalípticas

Soledad y Búsqueda (primera parte)

 

Llueve, es una excelente señal. No hay monstruos cuando llueve, no importa por donde esté, nunca salen cuando llueve. Son aterradores. A veces los encuentro y son monos gigantes, con caras deformes y grotescas por las cicatrices en sus lampiñas caras, que contrastan con los lomos y brazos peludos. A veces son como lobos de grandes proporciones, unos fenrir si les gusta la literatura fantástica… Pero para el caso es lo mismo. Son una causa de que mi viaje sea cada vez más lento.

 

He andado por este territorio por tres años y seis meses. Simplemente sigo mi lista, mi muy confiable lista. Ya estoy a pocos días, según mis propios y muy malos cálculos, de mi última escala. Del último retrato. Y del regreso al hogar.

 

Antes de el infierno, antes de los cambios. Organicé una lista de nombres y lugares. Todo comenzó con una demanda de paternidad, y una demanda por todo lo que pudiera tener… que no era mucho. Me mantuve apartado del mundo laboral, viviendo de las rentas de mis padres hasta casi cumplir 45 años. Jamás tuve un trabajo, ni un ingreso propio o dinero a mi nombre. Pero lo que si tuve, y aproveché como nadie, fueron los ingresos de mis padres enfermos y con grandes pensiones por accidentes de trabajo. Fui millonario a muy corta edad, con dos adultos que requerían cuidados para seguir con vida y que yo pudiera seguir recibiendo sus cheques de pensionados. Y si llegaban a morir, bueno, los seguros de vida serían muy generosos. Pero tuve la inteligencia de nuca poner nada a mi nombre. Algo a mi favor, era atractivo, mucho para destacar, acompañado de ejercicio y actitudes metrosexuales, así que la lista de mujeres en mi lecho, y en muchos otros lugares, era extensa.

 

Con esa primera demanda vino un pensamiento… ¿cuántos hijos tuve?, ¿a cuantas mujeres embaracé sin saberlo? Esa primera demanda no prosperó, al demostrar ante un juzgado que yo, no poseo nada de valor a mi nombre, y que soy la única persona que cuida de mis ancianos padres en estado vegetativo. La chica se desilusionó, pues su único objetivo era sacarme cada centavo posible. Pero al no haberlo me libré de pagar o de ir a la cárcel. Sin embargo, no pude evitar pensar en esos hijos desconocidos. Inicié mi propia investigación, y la lista se acrecentó en pocos días de trabajo. Tuve 9 hijos, sin incluir al pequeño Adam, que no pude ver sino de lejos en los juzgados mientras su madre, Esmeralda, me amenazaba con golpearme si me acercaba. Ninguno comparte mis apellidos, pero pude localizar a esos antiguos amores que, sin dudarlo, me hicieron partícipe de la noticia de los hijos nacidos, de las nueve mujeres, ninguna me exigió nada, pues al haber sido relaciones cortas, no sabían ni cómo encontrarme (en plena época del internet, eso suena raro, yo si pude localizarlas). Sin embargo, a pesar de que pedí permiso para conocer a los niños… Esa simple solicitud que me fue negada cada vez, pues no deseaban compartir nada conmigo, ni que los niños me conocieran.

 

Un año después, ya con los datos que un discreto investigador privado pudo juntar, planee una ruta que me permitiría visitar a las madres de mis hijos, acompañado de un abogadillo de poca monta que me ayudaría, más por morbo que por dinero, y más por amistad que por verdadero interés profesional. El plan era simple, contactar a las madres, conversar con ellas en un lugar neutral (cafetería, restaurante, lo que fuera), yo con mi abogado, ellas con un familiar o con otro abogado. Habría una conversación/negociación tranquila, no deseaba tener derechos, visitarlos, o llamarlos con mi apellido, sólo conocerlos y que supieran que contarían conmigo en caso de necesitarlo. Eso era todo. Según el plan, nos tomaría 9 vuelos y más o menos unos 27 días el contactar con todas ellas. Era curioso como parecían estar repartidas en el mapa. Pero, por una razón u otra, el plan se fue atrasando lentamente y… justo cuando creímos estar listos, 4 años después. Se acabó el mundo.

 

Mi amigo murió en un extraño remolino que se tragó de un golpe medio pueblo, un tronado extraño que parecía empeñado en hacer un profundo agujero en el piso. Un cráter de medio kilómetro de ancho y muy profundo para saber realmente hasta donde llegaba. Como mi casa se encontraba a las afueras del lugar, no sufrí ningún daño, eso sí, la falta de energía eléctrica acabó con la vida de mis padres, quienes fueron enterrados en el lugar que siempre quisieron, en el patio lleno de flores de… la casa del vecino. No tuve dificultades en enterrarlos, el vecino desapareció junto con todo el mundo en ese día del remolino… y la lluvia caliente. ¡Cómo recuerdo la lluvia caliente!

 

Curiosamente, mi deseo de partir se acrecentó al irse todo al carajo. Y lo que en inicio se planeó para ser un viaje de placer, se convirtió en mi motivo de vivir. Mis hijos tienen edades comprendidas entre los 9 y 25 años. Así que deseo conocerlos a todos.




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