Crónicas post-apocalípticas

Rituales extraños parte 2

Tras la batalla, nos replegamos para esperar a que los simios y los lobos se alejen. Los restos que queden de nuestros muertos deben ser rescatados. Generalmente solo quedan los cráneos. Por alguna razón no se los comen. He notado que suelen quedarse viendo el rostro de los muertos, con cierta abstracción. Una vez, hace ya algunos años, tal vez 10, hubo una batalla con los lobos, trataron de quitarnos una cosecha de frutas, esto debido a que las concentramos en un solo lugar para quitárselas, así quisimos acaparar todas las frutas, esta parte del desierto es rara, la arena no ayuda a que los cultivos se produzcan, y las pocas áreas cultivables ahora las ocupamos nosotros. En ese ataque, yo era un jovencito, y me escondí bajo un Dolmen que nos servía para recordar a nuestros muertos recientes. Desde esa posición pude ver que, al despedazar los cuerpos de los caídos, se dedicaban a ver los rostros de los caídos con cierto aire estúpido. Pero no se comen las cabezas.

 

En breve haremos otro dolmen, uno que podamos armar con las rocas circundantes, antiguamente los cuerpos, me ha dicho mi abuelo, se enterraban o se incineraban. Hoy eso es un desperdicio. No hay madera para quemarlos, al menos, no de sobra. Y si los enterramos atrae a los monos, que les gusta roer la carroña.

Curiosamente las cabezas pueden acumularse entre rocas, como no les atrae comerlas, se pueden simplemente dejar ahí y el viento secará sus carnes y limpiará sus huesos. Permitiéndonos tener un lugar para recordar a nuestros muertos. Un pequeño templo, al menos eso es como lo vemos los jóvenes. Una manera de honrar y despedir a nuestros muertos. Además, esto es lo más practico cuando se trata de un entierro múltiple. Los pocos que no mueren en un ataque se sienten más fuertes cuando vemos estos altares/templos. Nuestros muertos nos ayudan a recordar los fracasos, nos dan fuerza para aprender de nuestros errores. La imagen de la muerte es confortante. Se vuelve natural.

 

Juntamos a nuestros muertos, al menos sus restos. Y justo en este sitio, nos ponemos a juntar rocas de gran tamaño. Incluso este esfuerzo es lo que deseamos, nos permite canalizar el dolor y el coraje, nos demuestra que somos más fuertes que la desgracia que enfrentamos. Esta vez parece que levantaremos un gran monte.

 

Los grupos que conforman este pueblo, usamos estos como limitantes entre nuestros territorios. Aun cuando deberíamos trabajar en conjunto, tenemos el mal hábito de competir y pelear de vez en cuando. Las áreas pobladas tienen cada vez más gente, y la producción de alimentos es siempre la misma. Por ello no podemos darnos el lujo de juntarnos y formar una “nación” como dicen los más viejos, que son muy pocos. No es que desee criticarlos, debemos respetarlos y la sanción por ofenderlos es grave, no mortal, pero sí es algo serio. Pero el concepto de algo más grande que un pueblo, me resulta abrumador.

 

Tenemos leyes, sí. Sí tenemos leyes. Leyes simples, honrar a nuestros ancianos, seguir las instrucciones de los que tienen más experiencia, jamás pedir más de lo que se reparte al final de una caza o una cosecha, cuidarse unos a otros, nunca robar, nunca meterse con la esposa de otro hombre (aún cuando lo más frecuente es que sean precisamente las esposas quienes anden buscando dar estas oportunidades a los más jóvenes, con la esperanza de salir embarazadas puesto que los mayores reducen significativamente sus chances de tener hijos), aportar para los alimentos de los hijos del pueblo -consideramos que los niños son de todos-. Y por supuesto tenemos sanciones por desobedecer estas leyes, que van desde una llamada de atención en público, hasta la expulsión del grupo, que suele ser una pena de muerte segura.

 

El punto es, que por instinto guardamos respeto por los lugares donde caen nuestros amigos y familiares. Ver estas piedras levantadas nos permite sentir… que este suelo es nuestro. Que lo pagamos con sangre. Son sagrados.

 

Los ancianos nos hablan de su Dios. Pero ese Dios no pudo protegerlos de sus guerras, insisten y nos tratan de dar una idea de sus creencias y su fe, pero las ideas antiguas se oponen a nuestros túmulos y los critican, como si no hubiera huesos de seres amados justo bajo sus piedras también. Los más jóvenes los escuchamos, pero en realidad, hay un culto privado, un culto que los jóvenes llevamos a cabo sin su conocimiento.

 

Nos gusta adorar al sol. Nos gusta como la sombra marca el paso del tiempo y mediante nuestros monumentos nos ayuda a calcular la hora del día, nos fascina ver como las frutas abren sus pétalos al sol y como las que más se asolean producen más y mejores frutas, nos gusta el color del trigo y el maíz al sol… el reflejo de su luz en el agua, y su reflejo por las noches en la luna. El sol es todo… y en secreto los jóvenes lo veneramos.

 

El sol nos calienta en el día, nos da cosechas, nos alumbra al reflejarse en la luna, las mismas estrellas son soles distantes. Hay una miríada de Dioses. Un Dios para cada uno. Esto nos parece mucho más correcto. Mucho más lógico y adecuado. No podemos entender la idea de un solo Dios… porque limitarse a uno sólo… si hay millones de soles en el cielo nocturno, no se trata del sol que vemos, sino de los que existen. No se trata del Dios de los ancianos, sino de todos los que se han ignorado.




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