Voy a sacar el boleto de regreso en tren a La Plata. La estación de Mar de las Pampas se enclava en lo alto de un médano, de modo que cuando uno accede al antiguo edificio se encuentra con el hall central donde languidecen unos pocos comercios (kiosco de revistas, cafetería, tienda de souvenirs), pero el andén y la boletería están abajo. En el entrepiso hay tres enormes animales. Forman parte de la estructura, a la manera de vigas, uno en el centro y los otros dos en los extremos. Creo identificar a un oso (el del medio) y a un bisonte. El del extremo opuesto no se lo que es, pero se mueve bastante cuando bajo por la escalera montada en su cuerpo. Porque están vivos, no lo había dicho. La boletería se halla situada en el centro, debajo del oso. Le comento a la chica que me vende el pasaje que en invierno debe ser calentito. Por su sonrisa de circunstancia me doy cuenta que escucha lo mismo a menudo. El guarda está parado al lado de la boletería y se acerca a hacerme una recomendación que no entiendo para la próxima vez que saque pasaje. Es referido a que conviene que sea personalizado, por el vagón comedor, algo así. La cuestión es que me distrae y el tren está partiendo. Mi plan era irme recién dentro de tres días y no cargué nada de equipaje, pero igual corro detrás del viejo vagón de madera, de techo arqueado. Los pasajeros, desde arriba, me alientan en la carrera. No recuerdo si llego a alcanzarlo...
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