Dos momentos claves en mi vida irrumpieron de golpe esta noche, en medio de una charla con amigos.
Mi primer recuerdo del cine es de una película a la que mis padres me llevaron porque no tendrían con quien dejarme, confiando en que me dormiría, porque era estrictamente para adultos.
Me dormí, en efecto,
Desperté sobre el final, y presencié el aterrizaje de un avión. Sólo eso quedó archivado en mi memoria, junto a un cartelito que reza "Un hombre y una mujer".
Sin embargo, en la charla de esta noche, se me dio por chequear con mis amigos -mayores que yo- la posible época de estreno. Ellos la ubicaban sobre mediados de los '60 y yo sostenía que tenía que ser anterior, de lo contrario no hubiese estado dormido en el cine en brazos de mi madre.
Ahora gugleo y compruebo que era del '66, a lo que habría que sumarle un año o dos, que era lo que podía tardar en llegar al América de Zárate.
Lo que resultaría en que yo tendría diez u once años, poniendo así en crisis el recuerdo. O la etiqueta. O mi Edipo. O todo eso junto.
Sin embargo, durante el proceso de escritura del anterior párrafo vislumbré otro título, el de un semidocumental italiano del '62, escandaloso y prohibidísimo para un niño: "Mondo Cane". Esa etiqueta tornaría más verosímil el archivo.
Y otro detalle que no mencioné. Ubico con nosotros en la sala del América a un primo de mi padre, Donato Antonelli (italiano, casi que huelga decirlo).
O sea, podría haber sido a instancias de él, orgulloso de ese suceso de su patria, que mis viejos fuesen al cine, cosa que no era frecuente.
Ahí, con seis o siete años, casi que cerraría toda la escena.
Casi... la de la pantalla, la del avión, mis amigos la reconocieron como final de "Un hombre y una mujer".
Ya son pasadas las cinco de la madrugada y no me da para seguir analizando los curiosos cruces de la memoria.
Menos aún para hablar del otro recuerdo, que dejaremos -si es que a alguien le interesa- para otra oportunidad.
Buenas noches.
O buenos días.
Como gusteís.