29 de diciembre de 2011 ( ... los tiempos cambian... Ioma no da más bonos... los jubilados ya no toman taxis... pero las viejas chotas son eternas como el agua y el aire)
La vieja de mierda se levanta a las 7 de la mañana a picar cebolla. Para las 8 ya tiene listo el tuco, vació una pava de mate, le dio de comer y beber al pajarito y al gato y se apresta a ir a la verdulería a comprar la cebolla para picar mañana a la mañana. Vuelve a su casa a las nueve. La verdulería queda a media cuadra, y la compra duró un minuto, lo extenso fue la charla con la verdulera, y otras viejas de mierda que baldeaban la vereda. Llena un balde, agarra la escoba y sale ella también a baldear la vereda. Las otras viejas ya no están, pero siempre hay un vecino desprevenido para quejarse de la calor, la suba de los precios y los cuetes que tiran los mocosos. Reingresa a su casa a las diez, notando que en el agua del pajarito se coló un grano de alpiste, así que se la cambia. Se cambia ella, ahora, para ir a Ioma. Cuando va a salir, advierte que se olvidó el documento, que no se lo piden nunca, pero igual va a buscarlo al cajón de la cómoda, por las dudas... Ahora, sí. Once de la mañana -que tarde se hizo!- se pone en marcha. Luego de múltiples vicisitudes por el camino, a más del andar lento, llega a la sede de la obra social a las once y media y saca varios números, por las dudas. No se sabe cuáles pueden ser las dudas, pero ella saca igual varios, no sea cosa que... Doce menos cuarto caigo yo al mismo lugar, con veinte cosas por hacer y treinta números por delante. La vieja de mierda, para variar, ha entablado conversación con un incauto que se le sentó al lado. Agrega a su temario de quejas el tiempo que hay que perder en todos lados. Finalmente le toca a ella, y previsiblemente, se demora -y demora a todo el mundo- con la charla al empleado, al que le enumera sus múltiples afecciones y los milagros que hace su clínico, que va a visitar la segunda quincena de enero, cuando él vuelva de vacaciones, pero quiere tener antes el bonito, por las dudas... Cuando las puteadas mentales que le echo están a punto de convertirse en sonido, abandona la ventanilla. Pero no se va. Otea a su alrededor en busca de personas que le caigan simpáticas -en una fugaz mirada de reojo me descarta al instante-, y graciosamente, como si fuera la dádiva de una reina con su pueblo en el día patrio, reparte de forma furtiva los números que no usó. De modo que dos minas que habían llegado después que yo, van a ser atendidas antes. Refreno de nuevo las puteadas a punto de salir de mi boca, por temor a una turba de indignados ciudadanos cayendo sobre mí, en defensa de una pobre ancianita.
La pobre ancianita, o sea la vieja de mierda, satisfecha por su buena acción del día, regresa a su casa en taxi, lujo que se da cuando se le hace tarde para almorzar. Se lastra un buen plato de fideos con tuco, acompañado por dos vasos de un tinto que estaba de oferta en el súper de los chinos, y de postre el helado que sobró de Navidad, y que se trajo de la casa de la nuera, total ella dice que está haciendo dieta, su hijo no lo come, y a los nietos les hace mal tanto dulce. Terminada la pitanza lanza un largo eructo, y dejando los platos sucios para la tarde y medio en pedo, va a dormirse una buena siesta en la cama matrimonial, que tiene toda para ella desde el momento en que el finadito dejó de sufrir (a su lado). En este preciso momento, mientras yo estoy acá, escribiendo esto, con la hiel todavía a punto de reventar, la vieja de mierda debe estar roncando a pata suelta.