"...cómo, a nuestro parecer, cualquiera tiempo pasado fue mejor"
Entre todas las cosas que ya no vienen como eran antes, la que menos, menos, menos se parece es el alfajor Jorgito de chocolate. Aquella golosina que -recuerdo- mi compañero del secundario Javier González ingería por docenas en cada jornada de clases del benemérito Colegio Nacional de Zárate, y que era adquirida en los recreos, en el puesto del legendario portero, Pepe Caivano, o enfrente, en el kiosco de Monferrand, situado en plaza Mitre, venía en un envase desenvolvible (permítaseme el galeguismo) y no en uno sellado industrialmente. El proceso de envasado era artesanal al punto que solíamos encontrar con Javier -que se dignaba muy cada tanto convidarme un mordisco, tan pobre era yo y tan voraz él- huellas digitales marcadas en el chocolate de la cobertura. Ese envoltorio incluso permitía un entretenimiento para realizar en materias tediosas y lejanas a la realidad imperante como ser Educación Cívica, dictada por el insigne investigador de la gesta sanmartiniana, el Dr. Carlos Alberto Leumann: con mucho cuidado se extraía del dorso de la envoltura una especie de papel manteca delgadísimo y con él se alisaba pacientemente la otra parte del envase, hasta que quedaba convertida en una fina lámina metalizada. Pero póngale usté que ese estúpido cambio en aras del altar de la higiene se pueda justificar. La textura, el grosor y el sabor del alfajor Jorgito de comienzos de los '70 eran por completo distintos. Huelga decirlo, aquel alfajor era mejor. Y sólo quien haya comparado uno y otro puede decir cuánto se perdió en el camino.
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