Un perro ladró toda la noche. Me desperté muchas veces. Dormir entrecortado, se sabe, favorece la retención de los sueños. Estaba charlando en un bar con un señor a quien no conocía y de refilón veo un diploma o algo así, que había dejado sobre la mesa. Constaba allí que viajaría en junio a un congreso en Barcelona. "Qué lindo! Barcelona!", exclamé. El buen señor, un tanto retórico, me preguntó si me gustaba. "Me maravilla", contesté. Entonces, el otro esbozó una sonrisa, casi para sí, casi íntima, que denotaba las veces que había escuchado ese comentario, al tiempo que revelaba que a él no era una ciudad que le gustase tanto. Ya no me asombran las propiedades dramatúrgicas del sueño. Uno sabe que en la duermevela convierte jirones de imágenes en hilados argumentos. Pero ese gesto sutil, evanescente, riquísimo en expresividad, era de exclusiva autoría onírica. El sueño, a veces, es un eficaz laboratorio de animación.
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