Voy cruzando la calle, cuando un colectivo le pega un brutal topetazo a un auto, que me alcanza a rozar de costado.
El impulso me tira contra una farmacia situada en la ochava de enfrente, con las puertas abiertas de par en par y con el piso regado de recetas.
Cuando logro estabilizarme pido disculpas por la entrada intempestiva, pero la farmacéutica minimiza el hecho frente a otro de aparente mayor importancia:
-¡No sabe lo que acabo de ver en la internet!- exclama.
-¿El precio del blue?- pregunto yo, casi divertido.
-¡Espere, espere, ya va a ver!
Y me muestra un monitor antediluviano, reiniciándose.
Una clienta se interesa en el tema y se pega a mí en el mostrador.
Observo como empiezan a cargarse lentamente las noticias del Google
-¡Espere, espere, ya va a ver!-, repite como un loro la farmacéutica.
Me aburro de esperar y le digo que mejor lo busco yo mismo en el celular, en el portal de Clarín.
-Yo nunca puedo entrar en Clarín- se queja entonces la farmacéutica.
Allí tercia el farmacéutico, que hasta ahora no había aparecido -hombre muy alto, de lustrosa calva e impecable guardapolvo-:
-Yo siempre entro en Clarín...
-¡Porque navegarás de incógnito!- le espeta furiosa la farmacéutica.
En tanto, intento infructuosamente navegar en el móvil.
Mi vecina de mostrador, cada vez más pegada a mí, me imita, pero con envidiable destreza.
-¡Mirá, mirá!- me dice, mientras indica alborozada una imagen que acaba de encontrar y de inmediato coloca de fondo de pantalla.
La mía en cambio se ha llenado de puntitos blancos sobre un negro absoluto.
Pulso desesperado los puntitos, a ver si cambia algo.
-Manejás el celular como un viejto, pero tenés deditos muy hábiles-, me sorprende, pícara, la clienta.
Ahí reparo en que debido a la proximidad, los movimientos de mi mano le habían desprendido involuntariamente los botones de la blusa...
La farmacéutica por fin ubica la noticia que buscaba, se alarma del agravamiento de la situación, y decide cerrar las persianas de la farmacia.
Todo se oscurece.
Yo evalúo un segundo a la dama que tengo a mi lado y me sonríe, mirándome fijamente.
Me excuso por mi torpeza, como buen caballero.
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