Una persona francamente desagradable. Siempre y cuando, claro está, a uno no le agrade el trato descortés, chabacano, vulgar, grosero, irrespetuoso, tosco, basto... ordinario, en resumen. Aunque debería decir "deliberadamente" ordinario.
Al menos conmigo era deliberado, no sé con otra gente. Y me adelanto a admitir que yo también tengo mis cosas cuando no me cae bien alguien. Pero nunca de entrada, jamás de movida, siempre doy una chance, me muestro amable, educado, por lo menos hasta que me den motivos. Esta actriz no.
El caso es que yo estaba en un teatro. No un gran teatro. Un teatro para algo menos de cien espectadores, calculo. Plantado al aire libre, el escenario consistía en una tarima sin caja, con platea de gradas frontales. Siendo de los primeros en acomodarme, había podido sentarme en la parte más alta, la de mejor visibilidad. Muy de a poco iba llegando público, que subía y elegía discretamente la ubicación. Gozaba de ese momento de sosegada expectativa previo al espectáculo, cuando vi aparecer por un costado de la tarima su cuerpo enorme y bamboleante. Arrastraba con estrépito la mochila de viaje con ruedas que yo le había prestado. Venía acompañada de su acólita, otra actriz con la que supe trabajar satisfactoriamente. Ahora se desempeñaba como asistente full time del engendro. La irrupción, de por sí, logró alterar el ambiente. Varios dirigieron la atención hacia la recién llegada. Era lo que siempre buscaba y lograba. Imposible no notar su ingreso en cualquier parte.
Ella a su vez me registró de inmediato, y desde abajo, a los gritos, me reclamó que la mochila prestada por mí hacía demasiado ruido al ser transportada con las rueditas.
Me puse de pié, con toda dignidad, y proyectando la voz, pero con un tono neutro, despojado de cualquier animosidad, le repliqué: "Si no te sirve, devolvémela".
A continuación bajé hasta donde estaba y le saqué la mochila de la mano.
Volví a mi asiento con la mochila sabiendo que la había dejado desconcertada y furiosa, porque la necesitaba y mucho.
El actor, en cambio, era todo lo contrario a esta guaranga. Un tipo amable, atento, discreto. No llegaba a ser fino, porque primaba en él un aire de tano rotundo, que le proporcionaba cierto éxito con las señoras, sobre todo maduras. Éxito del cual sabía sacar provecho.
No puedo afirmar que fuese un vividor, pero otros aspectos de su personalidad lo hacían sospechar. Por ejemplo, llegados a un bar en alguna gira, alegaba haberse olvidado la billetera, pidiéndome que pague por él, y posponiendo el arreglo de cuentas para una oportunidad inmediata que nunca llegaba. Al principio le concedí el beneficio de la duda, atribuyéndolo a su falta de memoria. Me parecía chocante reclamarle la deuda. A la tercera vez que lo hizo, me liberé de escrúpulos y no tuvo más remedio que acordarse dónde había dejado la billetera.
No sé qué sucedió antes, es posible que acabásemos de hacer función. Recuerdo que venía detrás de mí, por los pasillos de camarines. Intuía que estaba por pegarme un mangazo. Yo había ido desarrollando, de forma inconsciente, con el tiempo de trato, el conocimiento de sus tácticas aproximativas.
El pasillo era largo, con muchas puertas. Yo aceleraba la marcha y él imitaba mi ritmo, continuando su conversación banal y tranquila, a la que contestaba con monosílabos.
Cuando llegué a mi camarín y abrí, vi a mi mujer sentada frente al espejo. No esperaba encontrarla en ese lugar. Pretexté el tener que resolver un asunto con ella para terminar con la persecución. Mi compañero intentó entrar para saludarla. Fui taxativo: "nos despedimos acá", le dije mientras le cerraba la puerta en la cara.
Lo que fuese que en aquél momento tuviera en mente pedir prestado, en el caso de acceder, por más que se lo reclamara, seguro no me lo iba a devolver nunca.