El movimiento de la calle Corrientes es el habitual de los sábados a la noche. O mayor aún.
En la cartelera de un importante teatro se anuncia una compañía española de zarzuela. La enorme foto exhibe damas y caballeros vestidos de época, portando barbijos. Yo debo abrirme paso, esquivando el flujo constante de personas. En un momento en que me detengo para no chocar con la multitud, un señor mayor, que hace apiñado la cola para entrar a una pizzería, me exige que guarde distancia preventiva.
Sigo mi ruta como puedo hasta llegar a la transversal donde estacioné, muy cerca de la esquina. A pié, parado por el semáforo, reconozco a una otrora conocidísima estrella de café concert que habla a los gritos por celular. Entiendo que su interlocutor es el jefe de gobierno porteño. Le reclama pletórico de chillona indignación que fue estafado en su buena fe. Que mientras él debió suspender el estreno de su show por la cuarentena, comprueba que todo funciona y que la avenida es un caos de gente. Encima, pertenece al gupo de riesgo por edad.
Distraído en esto, en el instante mismo en que mecánicamente acciono la llave para destrabar las puertas del auto, me abordan tres colegialas con uniforme de instituto particular secundario: típico suéter azul escote en V y pollerita a cuadros. No encajan en la escena nocturna. Entiendo de inmediato que se trata de un robo, estafa o chantaje. Intentan subir al asiento de atrás, donde justo dejé un bolso con bastante dinero. Es tarde para volver a activar el mecanismo, ya abrieron. Tengo absoluta conciencia que cualquier forcejeo puede derivar en una denuncia de acoso o incluso pedofilia, de modo que me limito a llamar a la policía, pero mi pedido de auxilio se confunde con los chillidos histéricos del showman. Le grito que se calle de una vez por todas. Deja el teléfono pero no los chillidos, que ahora dirige contra mi persona. Una de las chicas aprovecha la confusión y sale corriendo con el bolso. Las otras dos me exigen que las alcance a no sé qué lugar, porque en momentos como estos no se puede confiar en los taxistas.
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