Esa circunstancia de ningún modo la convertía en Isabelita, seguía siendo indubitablemente mi madre. Charlaba yo con ella cuando llegaba un inquilino a pagar el alquiler. Este muchacho acababa de salir en todos los medios a raíz de una suma millonaria que había ganado en un juego tipo el Loto. Quien lo recibía era López Rega que armaba una fanfarria bárbara con el tema, a voz de tenor en cuello. Molesto por interferir en la charla con mi madre, le grito que se calle. No obedece. Mi madre, aunque con mejores modales, apoya mi pedido. Recién entonces, López Rega modera sus chillidos histéricos. Una vez retirado el muchacho, y envalentonado por el respaldo obtenido, lo increpo.
-No me importa que sea mi madre quien te paga el sueldo. Cuando te doy una orden la cumplís. De lo contrario te pongo de patitas en la calle.
Lopecito nada responde. Silbando bajo se coloca un delantal de mucama y se dispone a lavar los platos.
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