Al salir del baño, escuché como Naythiry se alejaba, miré a todos lados mientras caminaba. Me detuve por un instante mirando el pasillo que llevaba a las gradas del anciano, preguntándome qué lo habrá hecho quedarse, cual habrá sido su miedo, mi mente divagaba mientras me dirigía al gran salón de anoche, el guardia que se encontraba al pie de las gradas me hizo una seña para que subiera, al parecer todos estaban al tanto de los acontecimientos de anoche. Cuando llegué al segundo piso el amo se encontraba en un balcón que daba al jardín.
—¡Ey! Miren quien está aquí, nuestro salvador ¡ja, ja, ja, ja! —Una risa irónica me hizo volver en mí, el amo estaba recostado en una especie de cama llena de almohadas, sonriendo y señalándome con una copa en la mano.
»El pequeño que mató para salvar a sus amos, eso es algo digno de admiración —Se levantó riendo y tambaleándose, estaba borracho, mi mirada se hizo más seria al sentir el sarcasmo de sus palabras—. Denle un cinturón y una espada, de ahora en adelante, es uno de nosotros, un nuevo guardia.
Diciendo estas palabras se dejó caer en los almohadones, levantó su copa, inmediatamente le sirvieron un líquido que yo supuse que era vino, Rak Nha’s, volteó y lo miró desconcertado.
—Señor —dijo mientras se arrodillaba frente al amo—. Él, ¿un guardia? —preguntó de forma repulsiva—. La idea era entrenarlo para venderlo a mejor precio, no hacerlo un guardia.
—Será un guardia, y con tu entrenamiento será uno de los mejores, ¿no lo crees mi querido Rak Nha’s?
Bebió un poco más de su copa haciendo una seña con la otra mano, los guardias que se encontraban en el lugar hicieron una venia al tiempo que retrocedían, Samuel que se encontraba al lado de Rak Nha’s, hizo una venia y se retiró jalándome con él, todos abandonaron la sala sin darle la espalda, solo Rak Nha’s permanecía a su costado, las puertas se cerraron detrás de nosotros.
—Bueno, ahora empezará tu tormento, estarás bajo la supervisión de Rak Nha’s —una sonrisa maliciosa apareció en su rostro—, eso indica que quien te entrenará primero seré yo, desde mañana solo me obedecerás a mí, y recuerda mis palabras, solo harás lo que yo diga. —Samuel se alejaba con una gran risotada.
Escuché su risa mientras se alejaba, un estremecimiento recorrió mi cuerpo
—Como si las cosas no pudieran empeorar… —Suspiré amargamente, un sirviente se me acercó con cautela, lo miré dubitativo mientras alzaba lo que parecía un cinturón con una espada, la amarró con cuidado en mi cintura, yo no dejaba de mirarlo absorto, aún no podía creer lo que estaba pasando… «debí escapar con el anciano anoche y dejarlos morir… Pero ya es tarde para arrepentimientos» pensé con tristeza mientras el sirviente hacia una reverencia marchándose en silencio, pero sin darme la espalda, al parecer este gesto era símbolo de respeto.
Me quedé completamente solo, no sabía qué hacer o donde ir, ni siquiera había alguien a quien preguntarle qué hacer.
—Samuel dijo que, a partir de mañana, así que… —dejé la frase sin completar y bajé las gradas pasando la palma de mi mano por la empuñadura de mi espada, «mi espada» me decía sonriendo en mi interior.
—Ahora eres un carcelero más, así que por esto nos traicionaste. —Sus palabras sonaron amargas y llenas de resentimiento, volví a ver al anciano, que aún llevaba las botas puestas para su escape, un dolor amargo recorrió mi espalda, tomando con fuerza la empuñadura de mi espada me dirigí hacia a él sin decir palabra alguna, el anciano retrocedió lleno de pánico, lo tomé de la túnica haciéndolo caer contra las gradas, sin soltarlo apunté mi espada hacia el rostro del anciano.
—¿Por qué no se fueron? ya estarían lejos de este maldito lugar. —Quería gritarle pero su mirada suplicante me contuvo, miré a mi alrededor, sabía que ese no era el lugar para reclamarle nada, me levanté de encima jalándolo de la túnica, empujándolo contra las gradas en ademán de que subiera, el anciano se puso en marcha arrastrándose, susurrando palabras que no entendía del todo, lo seguí de cerca aún con la espada en mi mano, mi respiración estaba agitada, la marca en mi pecho ardía sin parar, un ardor constante, al cual ya me estaba acostumbrando, miré al anciano levantarse para abrir la puerta de la biblioteca, empujando lo hice entrar, antes de que pudiera decir alguna palabra cerré la puerta tras de él, apoyándome contra ella aún con la espada en la mano, esperando que encendiera la luz como la última vez, todo seguía en silencio.
—Si así lo quieres, así será —respiré tratando de tranquilizarme y acostumbrar mis ojos a la oscuridad —¿por qué siguen aquí?
—No podíamos escapar sin ti —dijo lamentándose—, el camino es muy largo y eres la única persona que podría ayudar a un anciano y una mujer a cruzar el desierto, además… —Hizo una pausa larga, esperando que dijera algo, pero seguí en silencio—, ella no quería dejarte aquí.
Una luz iluminó la sala, el anciano estaba sentado en su escritorio, yo permanecí de pie junto a la puerta, guardé mi espada, pero sin soltar la empuñadura, realmente ya no confiaba en nadie, el anciano no quitaba la vista del arma.
—Ella dijo que cuando llegaste, tú le hablaste y la escuchaste.
—¿Eso que tiene que ver?, yo aún le hablo, es ella quien se niega a responder, pero ¿qué tiene que ver todo esto con que sigan aquí?
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Editado: 02.08.2022