-Lo entiendo. Pero, tu jamás serás como él. Entiéndelo. Tu madre lo sabe. -le susurró. -No se como era tu padre, pero, no dejes que su recuerdo percuda en tu vida y decisiones. -le dijo suavemente. Él la miró y asintió. Comprendiendo. Aceptando.
-Está bien. Volvamos. -se levantó de la roca y fueron hacia la casa de nuevo.
Caminaron unos veinte minutos antes de poder llegar. Cuando entraron, una ola de calor los arropó. Estaban congelados. Afuera, hacia un frío invernal al llegar dicha estación. En el pequeño salón, Grethelle las esperaba sentada en el sillón delante del fuego mirando fijamente la primera carta. Cuando se giró, Alex dio dos pasos adelante. A uno de su madre. Ella se levantó y lo miró con aquellos ojos verdes como los arboles del bosque en primavera. Melia retrocedió hasta quedar en el marco de la puerta. Se quedó allí recostada observando la escena de madre e hijo. Con un paso, la mujer se acercó al joven y lo atrajo a él abrazándolo.
-Mi niño... -susurró -No importa. No eres tu padre. -afirmó. Ante eso, el chico se relajó visiblemente. -Ve. Ve y cumple tu destino. -se separó de él y lo miró a los ojos. -Cuando naciste, supe que tenias un gran destino. Y, que sería un gran hombre de la que estaría orgullosa. Te amé desde el primera vez en que te tuve entre mis brazos. -Melia intentaba no llorar. Alex, en cambio, ya le estaban empezando a salir las lágrimas. Con un mano, su madre se las secó dulcemente. Con la ternura de toda una medre, le besó la frente por unos largos segundos. Al separase, Alex asintió lleno de determinación. Sellando así su camino.
Al día siguiente, una mujer de unos veinte se situó delante de aquella casa. Tenía su cabello rubio pulcramente trenzado, ojos grises y con una capa con capucha. Lo único que se podia entrever entre los ropajes, eran el collar con una piedra plateada que relucía bajo el sol, las botas de un centímetro de altura y una pulsera de oro y plata brillando en la muñeca. Tocó tres veces con los nudillos la puerta. Melia fue la que abrió la puerta. Quedó muda de asombro al reconocer a la mujer. Ella se quedó igual.
-¿Anya? ¿Eres tú? -la chica abrió los ojos al descubrir a su amiga allí.
-Mere... soy yo... -las dos se abrazaron con ganas. Los pasos de Grethelle las separaron. Melia le lanzó una mirada llena de intenciones a su amiga. Ella comprendió de inmediato.
-Oh. -fue lo único que pudo decir antes de que Alex apareciera.
-¿Eres tú la que debe venir a buscarme? -cuestionó. Las tres lo fulminaron con la mirada. Las dos primeras reprochándole silenciosamente por su impertinencia. Y la tercera, mitad indignada mitad con reconocimiento.
-Lo soy. -espetó Anya. -Me llamo Anyaleen Redtrynn. Supongo que eres Alexander Novermade. ¿Podría pasar? -preguntó dirigiéndose a la mujer.
Cuando se sentaron en las sillas del comedor, Anya prosiguió.
-Como ya sabréis, me llamo Anyaleen Redtrynn. Soy una de las profesoras de Ambreus. Allí, si aceptas, aprenderás el conocimientos de la magia, la verdad oculta y los páramos de los secretos mejor escondidos de nuestro gran reino. Pero, no aceptamos a los débiles. Solo los mas fuertes, los mejores, los sobresalientes consiguen graduarse y sobrevivir. ¿Serás uno de los grandes hechiceros que han poblado Cenith? O, por el contrario, serás una decepción? Ven conmigo y déjame ayudar a cultivar tus dones y a saber cuan fuerte eres. Pero, debo advertirte, si no te esfuerzas ni tienes interés, ni te lo pienses. No pienso enseñar a alguien con esos pensamientos. Y bien, aceptas? -preguntó la joven con una voz mortalmente seria. Nada que ver con su suave semblante. El chico, no dudó ni un momento en aceptar.
-Acepto. -al oír su respuesta, las mujeres en la estancia sonrieron. Anya se levantó de la silla.
-Mañana al amanecer vendré a buscarte para irnos. -dicho esto, con una asentimiento de cabeza se fue. Pero, al pasar por el marco de la puerta, le tocó el brazo a Melia unos segundos. Ella se tensó de inmediato y miró un instante a su amiga para asentir levemente. Hecho esto, Anya se fue. Melia se acercó a la familia y se sentó al lado de Grethelle enfrente de Alex. Él, estaba profundamente sumido en sus pensamientos. Solo cuando su madre le tomó la mano salió de su ensismamiento.
-Alex, es la decisión correcta. -le dijo su madre suavemente sabiendo en lo que su hijo estaba pensando. Él la miró dudoso antes de asentir.
-Iré a hacer mi baúl... -dijo mientras iba escaleras arriba. Melia miró a Grethelle que asintió. Entonces, ella también corrió escaleras arriba.
Cuando entró en la habitación vio al chico agachado metiendo ropa en el baúl. Melia entró y le ayudó silenciosamente. Ninguno dijo nada por unos minutos fue Alex el que rompió el silencio tras recoger todo y meterlo. Alex se sentó en la cama y su hermana hizo lo mismo.
-¿Que tal si no soy suficiente?, ¿Si soy una decepción?, ¿Si no logro entrar? -dijo él en un susurro expresando sus más profundos temores. Melia le tomó de la mano haciendo que este levantase la mirada y la observase. La chica le sonrió.
-Por supuesto que serás suficiente. He visto tus dotes, y son increíbles. Es más, estoy segura de que algún día serás un gran hechicero. -le sonrió cariñosamente. Él también lo hizo ya más tranquilo pero dejó de hacerlo en cuanto cayó en cuenta de una cosa. La joven lo miró preocupada.
-Tu has ido a Ambreus. -acusó el niño señalándola con el dedo. Melia asintió mientras quitaba el dedo del niño que la apuntaba.
-Cierto. ¿Por qué? ¿Algún problema? -espetó. El chico negó mientras murmuraba por lo bajo. La chica bufó ante el infantil comportamiento de su hermano.
-Obviamente he asistido. Sino, como sabría hacer magia?
-Es lógico. Menudo idiota soy al no haberme dado cuenta antes si estaba claro como el agua. -la chico rio ante la cara enfurruñada del menor. Al ver que ya estaba de mejor humor y más animado, se levantó de la cama y se dispuso a irse. Al llegar a la puerta, el chico habló.