La hora avanza lentamente mientras estoy sola en la habitación, y la angustia se acumula en mi pecho. La bandeja de comida sigue intacta, el aroma tentador de los manjares no logra calmar mi estómago revuelto. La preocupación y el miedo se han convertido en mis compañeros constantes.
Cada crujido de la mansión me hace saltar, cada sombra en las paredes me parece una amenaza. El tiempo parece haberse detenido, y mi mente gira en torno a las posibles razones por las cuales estoy aquí y a lo que me depara el futuro. La desesperación me lleva a intentar zafarme de las correas que me mantienen atada, pero mis esfuerzos son inútiles. La sensación de impotencia es casi insoportable.
Cuando la puerta de la habitación se abre, me sobresalto. Lorenzo entra, su presencia imponente enmarcada por la luz de la lámpara en el pasillo. Su expresión es seria y profesional mientras me observa. “Es hora de que te encuentres con Angelo,” dice sin preámbulo.
Me levanto de la cama, el miedo me hace temblar. Lorenzo me desata de la cama con precisión, pero sus movimientos no son amables. Me indica que lo siga, y me conduce por los pasillos oscuros de la mansión. Cada paso que damos parece resonar en el silencio, amplificando mi ansiedad. La mansión parece aún más aterradora en la oscuridad, con sus largas sombras y ecos que parecen provenir de todas partes.
Nos adentramos en un corredor que se siente interminable. Las paredes están decoradas con cuadros enmarcados en oro y tapices ricos, pero en la penumbra, todo parece un espectáculo de sombras inquietantes. El silencio es pesado, y el crujido ocasional de los pisos bajo nuestros pies añade un matiz siniestro a la atmósfera.
Finalmente, llegamos a una gran puerta de madera tallada. Lorenzo se detiene y me indica que entre. La habitación detrás de la puerta está envuelta en una oscuridad que parece absorber la luz. Apenas puedo distinguir las formas en el interior, pero la presencia de alguien me resulta inconfundible.
“Angelo está dentro,” dice Lorenzo, y me empuja suavemente hacia la penumbra. “Haz lo que él te pida y no causes problemas.”
Doy un paso tembloroso hacia adelante, el sonido de mis pasos resonando en la habitación silenciosa. A medida que mis ojos se ajustan a la oscuridad, logro distinguir una figura en el extremo opuesto de la sala. La silueta de un hombre se recorta contra la luz tenue que emana de una lámpara en su escritorio. Aunque no puedo ver su rostro ni detalles específicos, la autoridad y el poder en su postura son evidentes. El hombre está de espaldas, lo que hace que su presencia sea aún más intimidante.
“¿Señor Di Marco?” mi voz suena temblorosa, y me esfuerzo por mantener la calma mientras avanzo un poco más cerca. “¿Qué está pasando? ¿Por qué estoy aquí?”
La figura permanece en silencio por un momento, y el peso de su mirada parece presionar sobre mí, incluso en la oscuridad. Finalmente, una voz profunda y grave rompe el silencio. “Isabel Savino,” dice el hombre, su tono cargado de una mezcla de frialdad y curiosidad. “Tu presencia aquí es... inesperada.”
Siento que mi corazón late con fuerza, cada latido resonando en mi pecho mientras la tensión en la sala aumenta. “Por favor, señor Di Marco, necesito entender qué está ocurriendo. Mi padre... él no me dijo nada sobre esto.”
“Todo en su debido tiempo,” responde Angelo. “Ahora, dime, ¿estás dispuesta a escuchar lo que tengo que decir, o prefieres que tomemos un camino más... forzado?”
Su voz tiene un tono que me hace sentir pequeña e impotente. Mi mente gira en busca de una forma de escapar, pero el miedo y la incertidumbre me paralizan. Estoy atrapada en un mundo que no comprendo y en el que no tengo control.
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Editado: 19.11.2024