El Alto Inquisidor Dony observaba con mucho interés los informes que tenía sobre la mesa, sus ojos saltaban de un pergamino a otro sin prestar atención a los cuatro pupilos que estaban presentes en la estancia, solo faltaba por llegar uno de ellos.
Precisamente leía las palabras del inquisidor que faltaba en la sala, aquel que se había incursado en una misión de alto secreto a la lejana Isla de Nubla, tan secreto que ni el propio emperador estaba al tanto de ello. Sus dedos comenzaron a tamborilear sobre la mesa de fresno que era su escritorio, incluso las llamas de los candiles tambaleaban a ritmo de su golpeteo. No le gustaba nada lo que estaba leyendo.
Alzó la cabeza y quedó pensativo mirando el rostro de sus adeptos, dos de ellos sentados frente a él, un hombre y una mujer, por detrás un enorme cuarentón, y casi escondido en las sombras, junto a la puerta, el cuarto.
—¿Ha llegado ya? –preguntó sin mirar a nadie en particular.
El que estaba a la sombra dio dos pasos adelante para que su maestro pudiera verlo mejor.
—Su barco atracó en los muelles de Dareskha a medio día, señor –dijo casi en un susurro, era su manera de hablar.
—Quiero que se presente ante mí de inmediato –atajó el Alto Inquisidor. —Que no hable con nadie hasta que esté en mi presencia. Es de vital importancia. El Emperador ha convocado un consejo importante y debemos estar todos presentes.
—¿Quiere que lo espere a la entrada del templo mi señor?
Dony miró a su pupilo mientras enrollaba los pergaminos.
—Sí –dijo levantándose de su asiento y acercándose a la chimenea que tenía a su derecha.
Todas las miradas estaban fijas en él. Tiró los documentos al fuego y el sonido que hicieron al quemarse inundó la sala.
—Es mejor que esto no llegue a oídos del Emperador –dijo a sus discípulos. —O podría ser el fin de nuestra Orden.
Leughim se encontraba en lo alto de las escaleras que daban acceso al Templo de la Inquisición, lugar donde desde sus inicios se guardaban todas las crónicas de imperio. Recordaba como los inquisidores habían tomado poder hacía tan solo veinte años, cuando el Emperador Ourshen había decretado el exterminio de todos los magos de la ciudad, aquel hecho tan importante para el imperio que duró dos años al que denominaron “La Purga”.
Fueron tiempos felices sin duda para Leughim, una época en la que pudo demostrar no solo al Alto Inquisidor, sino al propio emperador, que él era una persona que aspiraba a más dentro de la orden. Sin duda fue el inquisidor que más juicios llevó a cabo. Una tarea que no le fue difícil en aquellos años, donde conocía a mucha gente que terminaron trabajando para él, siendo sus ojos y oídos en todo el Imperio Gwidhin.
Sin lugar a dudas el más astuto de todos los inquisidores de la orden, respetado incluso por el mismo Alto Inquisidor Dony. Sus ambiciones se habían dado a conocer en aquellos años y desde entonces su maestro y progenitor lo vigilaba muy de cerca. Sabía muy bien que por encima de él y para poder llegar a Alto Inquisidor había dos acólitos más, era una norma burocrática de la orden, los más antiguos tenían ese derecho. Pero si sus espías no se equivocaban, uno de ellos ya no sería obstáculo para su camino al poder.
Ynojh había fracasado en una importante misión, o eso era lo que había llegado a sus oídos, el segundo en sucesión al cargo de Alto Inquisidor estaba fuera de la partida, aunque aún desconfiaba de las intenciones de su maestro.
Todos los inquisidores habían sido moneda de cambio en la época en que el Emperador Oursman ostentaba el poder. Fue el padre del actual emperador quien fundó la Orden de la Inquisición, poniendo a Dony como su mayor responsable. Todos los acólitos de la orden habían sido reclutados gracias al impago de unos impuestos decretados por el padre del actual regente. Leughim era el cuarto de siete hermanos en una familia de curtidores, cuando sus padres fueron incapaces de pagar dichos impuestos fue vendido a la orden a cambio de perdonar su deuda. Fue el tercero en llegar al templo tras su ratificación, y con diecisiete años se puso bajo las órdenes de Dony. La vida cambió para él por completo, aprendió a leer, a escribir, a archivar e incluso a dictar normas de bajo rango; tareas que un inquisidor debía hacer. Pero siempre quiso más, admiraba a su maestro por encima de todas las cosas, tanto llegó a adorarlo que llegó a odiarlo al mismo tiempo, y ese odio se convirtió con el paso de los años, en el deseo de querer ser como él, a ser él, y sentía en sus delgadas carnes que ese día llegaría pronto.
Una sombra ascendiendo las escaleras del templo llamó su atención. Aquel al que todos esperaban había llegado al fin. Ynojh se colocó a su lado.
—El Alto Inquisidor os espera, hermano.
—¿No hay un respiro para un viajero exhausto? –preguntó con su chirriante voz.
—Mucho me temo que dicho descanso ha de esperar –dijo Leughim con una sonrisa socarrona. —El Emperador ha convocado un Consejo en la sala del trono, y la Orden al completo ha de estar allí.
Los ojos de Ynojh se abrieron en asombro.
—¿Se sabe cuál es el motivo de dicho Consejo? –preguntó entrecortadamente.
Editado: 20.09.2021