Mientras el resto de la clase asistía a otro ramo al cual no estaba incluida, Francisca caminó en dirección de la biblioteca. Intenta no preocuparse demasiado, que el resto de los alumnos eviten cruzarse con ella. Ellos no la aceptan por ser de una familia humilde por lo que si es así no hay nada que pueda hacer. Aunque es cansado no poder hablar con nadie porque tampoco le dirigen la palabra y la ignoran si intenta hablarles.
Además aunque es extraño que no esté incluida en los mismos ramos que sus compañeros de salón intenta no pensar demasiado en eso, más que tal vez están más adelantados que ella y por eso decidieron no incluirla.
Los profesores tampoco son distinto a los alumnos, tampoco le dirigen la palabra más que lo justo y necesario, es bastante incomodo tener que buscarlos e interrogarlos y solo recibir leves respuestas que al final no le sacan de sus dudas.
—Por ahora solo debes tener paciencia —fue lo que le dijo uno de los maestros la última vez.
¿Pero paciencia por qué?
Se detuvo frente a las enormes puertas de madera de la biblioteca, que siempre abiertas, producen una cierta intimidación solemne, con sus cinco metros de altura. De madera gruesa y cuya apariencia delata que tienen mucho tiempo.
El peso de esas puertas es tan grande, que de seguro es la razón del porque siempre están abiertas, el solo cerrarlas y abrirlas debe requerir de un enorme esfuerzo físico.
Cerca de las puertas se encuentra el mesón de la bibliotecaria, una mujer de edad, muy risueña, con el pelo blanco tomado de una extraña manera, que le da un toque juvenil. Siempre se encuentra leyendo los libros más extraños, desde recetas de cocinas, hasta uno que trata sobre los duendes ocultos entre las plantas.
A los costados y en todo el piso frente al mesón, varios estantes de una estatura de dos metros, se reparten de forma ordenada, permitiendo en el centro hay mesas largas y gruesas, de madera, junto a sillas del mismo material par que los estudiantes los usen para leer o para tomar apuntes, de los libros que soliciten.
Lo principal, es el enorme tamaño de la biblioteca, tres pisos abiertos, cuyas paredes se encuentran miles de estantes con libros ordenados por temas. Unas anchas escaleras alfombradas, llevan de un piso a otro, y a través de pasillos abiertos, permiten a los alumnos acercarse a los estantes.
Francisca se acercó al mesón de la bibliotecaria, dejando tres libros que había pedido la última vez. La bibliotecaria no la miró enseguida, parecía querer terminar el párrafo del libro que leía. Esta vez leía algo sobre como sobrevivir en un bosque oscuro.
—Esta vez sí que has terminado rápido —señalo la mujer sonriéndole, mientras revisaba en su computador la ficha de la joven—. ¿Vas a llevar algunos libros hoy también?
—Si —respondió enseguida sonriendo.
—Sabia que dirías que si —la miró con un gesto suave, sin dejar de sonreír—. Bueno, busca los que quieras llevarte y me lo traes.
La joven se retiró solo afirmando con la cabeza, e inmediatamente se dirigió a los estantes del fondo, recordaba a ver visto ahí algunos libros interesantes, sobre leyendas de vampiros, hombres lobos, etc.
Pero apenas llegó a ese lugar, se encontró con aquel extraño niño, sentado sobre varios libros desordenados, mientras que otros se encuentran botados a su alrededor. Al parecer no ha encontrado nada mejor, que sacar la mayoría de los libros de aquel estante, para tirarlos al piso y usarlos como una especie de taburete.
—Vaya, otra vez me encuentro contigo, extraña —señaló mirándola con gesto despectivo, sosteniendo un libro abierto entre sus manos.
— "¿Extraña?..." —pensó Francisca—. "Aquí el único extraño es él"
—¿Por qué te quedas callada? —exclamó el niño arrugando el ceño—. Por lo menos podrías saludar, o te comieron la lengua los ratones.
—Hol... buenos días Nicolás —saludó tratando de verse lo más natural posible intentando ocultar su incomodidad.
La miró fijamente un instante, con expresión seria y fría, y luego volviendo a su lectura la ignoró. Francisca volcó su atención a los pocos libros que aun quedaban en el estante, dándose cuenta que no estaban los libros que quería leer. Con una rápida mirada observó los libros, sobre los cuales Nicolás esta sentado. De seguro ahí están los libros que busca. Pero en vez de preguntarle, pensando que de seguro le respondería de algún modo pesado, prefirió olvidarse de esos libros por hoy, y buscar otros, en otros estantes.
—Si buscas estos libros, no había nada interesantes en ellos —la interrumpió antes de que se retirara.
—¿Qué libros? —preguntó solo por decir algo, o es que acaso aquel niño podía leer su mente.
—Sobre las leyendas —respondió sin mirarla, leyendo el libro que tiene en las manos y riéndose—. Son demasiado ridículas. Dicen cosas de los vampiros que no son reales. No entiendo por qué está escuela tiene estos libros más propios de las fantasías de los humanos...
Sin entenderlo Francisca solo respondió.
—Son solo leyendas, nacen de alguna historia real, pero no son cien por ciento reales — señaló tratando de entender la risa burlona de Nicolás.
El niño bufó dejando caer al piso el libro con poca delicadeza. Luego cruzó las piernas y contempló con fijeza a la muchacha que entrecerró los ojos sintiendose incomoda con su atención.
—Te cuento algo, hay una biblioteca prohibida para ti y para mí, la bibliotecaria lo sabe —Nicolás la observó sin borrar el gesto burlesco de su rostro.
—¿De qué hablas? —le preguntó sin creerle—. Si estás seguro de eso entonces dime ¿En dónde se encuentra esa biblioteca?
De repente, Nicolás guardó silencio, agarró de la muñeca a Francisca y la tiró con tantas fuerzas, que cayó a su lado. Le tapó la boca con su mano, y con expresión molesta agregó.
—Guarda silencio —murmuró en su oído.
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Editado: 07.07.2024