—Edward—
El sonido de dos cuerpos desnudos chocando frente a los perfilados ojos de Edward no le impresionaba, mucho menos le motivaba como para unirse a ellos, un trío había dejado de ser una de sus pocas fantasías, ahora tenía una hija y a una mujer por las que se preocupaba y por las que, posiblemente, daría la vida. Sin embargo, haberle hablado a Sebastián para desahogarse esa mañana había sido una de sus muy malas ideas.
Él esperaba salir a tomar una copa y conversar y así había sido hasta que después de un par de tragos, al hombre se le ocurrió la excelente idea de invitarlo a hacer una locura.
"Oh, vamos hombre. Como en los viejos tiempos”.
Eso era lo que le había dicho Sebastián un par de horas atrás al verlo con un estado de ánimo que parecía contagiar a cualquiera. Su depresión no era particularmente buena, mucho menos si se debía por culpa de una mujer. Hacía bastante tiempo en que Sebastián no lo miraba de esa manera. Era una mezcla de enojo y decepción; de odio e impotencia, algo que solo el mismo hombre que ahora estaba ocupado penetrando un cuerpo sin parar, pudo observar en el pasado.
Al principio, la idea de llevarse a cualquier mujer no sonaba tan repugnante, sin embargo, jamás imaginó que terminarían siendo dos hombres y una mujer en un motel de mala muerte. ¡Demonios! Si tan solo no fuera un homofóbico y el alcohol siguiera inundando su sistema, quizá se hubiera atrevido a ser el activo, pero el hecho era que ya no era un hombre promiscuo y que ya no estaba tan ebrio como para hacerlo.
Edward, quien estaba sentado frente a ellos, bebió su último trago de ron, apagó su cigarrillo y se levantó del sofá en el que encontraba. Estar ahí solo era una pérdida de tiempo, porque ni los gemidos, ni la invitación de Sebastián, ni mucho menos las miradas lujuriosas de aquella mujer de cabellos oscuros que no paraba de mirarlo le incitaban.
Sacó un fajo de billetes y sin mirarlos más, cogió su saco y se marchó, dejado a su ahora “mejor amigo” con aquella mujer que se quedó esperando por él. No había sido difícil decirle que sí, después de todo Edward seguía siendo un hombre cotizado, siempre había sido un alguien bastante atractivo, no obstante, el haberse enamorado le había hecho perder el toque.
Las mujeres ya no le excitaban tanto como antes, para él, habían pasado a ser un cero a la izquierda. Edward había dejado de salir a bares nocturnos y buscar aventuras. Ahora, solo estaba concentrado en Gianna, su hija y en Lara, la mujer de la cual ahora estaba dudando.
✤✤✤✤✤✤
—Edward... —murmuró Lara al observarlo detrás de la puerta—. ¿Qué haces aquí?
Él pareció mirarla, aunque más que verla, sus ojos estaban clavados en la profundidad de otros ojos oscuros, muy similares a los suyos.
—Vine porque esta mañana no contestaste tu teléfono. —Le dijo—. Y el número de tu casa está suspendido —continuó, sin dejar de mirar a su hermano, el cual estaba a unos cuantos pasos más atrás de ella, con el rostro serio y los dedos de Lara marcados en una de sus mejillas.
Edward se preguntaba qué es lo que había sucedido entre ellos como para que "su novia" lo hubiera golpeado. Mil y un cosas pasaron por su mente, pero por primera vez en toda su vida, se otorgaría el derecho de pedir una explicación. Quería ser incrédulo y dejar de pensar en lo que su mente le decía.
A los ojos de Edward, Lara era una mujer tranquila, tenía un carácter dulce y sumiso cuando la conoció, era demasiado amable con todo el mundo, pero cuando se enojaba, las cosas resultaban ser totalmente distintas. Era complicado adivinar sus palabras y sus acciones debido a sus emociones, por lo que muchas de las veces su carácter era difícil de predecir. No obstante, Leonard era otro tipo de asunto, él era alguien al que se le debía tener bastante cuidado, y si Lara era imprecisa, Leonard lo era mucho más, con él, Edward no sabía cómo reaccionar. Era demasiado complejo atinar a lo que diría o a lo que haría porque, cuando uno pensaba que le llevaba la delantera, él ya estaba dos o tres pasos más lejos de lo planeado. Edward debía tener cuidado en la forma en la que hablaba o preguntaba, incluso en la manera en la que se dirigía hacia su hermano, así que, solo preguntó:
—¿Qué ocurre? —soltó sin alguna dirección.
Ya no importaba quien le respondiera, tan solo quería escuchar una respuesta.
Lara estaba a punto de contestar cuando de repente Leonard interfirió.
—Nada que no sea ya una rutina.
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Un par de horas más tarde y estando en su casa, bajo la ducha, Edward blasfemó una y mil veces en su interior, mientras sentía como las gotas de agua fría corrían por todo su rostro.
¿Qué era lo que estaba pensando?
Edward no quería juzgarlos, pero la frustración y la impotencia de no poder hacer y saber nada, lo estaba torturando. Él no podía regresar al pasado, él no podía entrar en sus viejos zapatos, él ni siquiera quería volver a sentirse celoso. Ese era un sentimiento demasiado horrendo hasta para él mismo.
En el pasado, los celos fueron los que llevaron su matrimonio al fracaso, y ahora que había conseguido un “enorme” progreso con Lara, no lo echaría a perder, sin embargo, era muy distinto pensarlo y hacerlo, sobre todo, cuando al final, ninguno de los dos le había dado la respuesta que estaba esperando.
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Editado: 08.08.2020