—Edward—
Una vez que Edward se alejó del hospital y se encontró solo, no pudo evitar que una lágrima se le escapara de los ojos. Llegó hasta la corteza de un grueso árbol y lo golpeó con todas sus fuerzas mientras se maldecía, el dorso de su mano izquierda se rasgó por el impacto, aunque no le dolió. Su alma estaba hecha pedazos y su corazón tan desgarrado que una tan herida superficial como la que se había causado era nada en comparación.
¿Qué había estado pensando? ¿Qué había querido demostrar al decirle todas esas cosas a un hombre que nunca lo había amado?
Chasqueo los dientes y se dejó caer en una banca mientras escondía su rostro entre sus manos, igual que un hombre que había sido abatido. Edward, había sido completamente derrotado. No tenía absolutamente nada y se había quedado más solo que nadie en el mundo.
Bufó cansado, exasperado.
Todo en el mundo le parecía una completa mierda.
Se inclinó hacia el frente y golpeó sus rodillas mientras sentía en su espalda como la humedad de la tarde comenzaba a cubrirlo. Introdujo las manos dentro de su chaqueta y sacó el tercer paquete de cigarrillos que había comprado en la mañana, luego de que el médico, en contra de su voluntad, lo diera de alta.
Abrió el paquete y miró el último de ellos.
Edward había estado fumando sin control desde que salió del hospital y hasta que fue a ver a su hermano. Fumo en el pasillo, en la azotea, en el patio, en el pequeño recinto de oración, fumó en todas y cada una de las partes del hospital con tal de olvidar y de evitar que los temblores que sentía paran.
Su impotencia, su rencor, su ineptitud al no haber podido hacer nada solo le hacían ver que era un completo idiota, un total cobarde y que siempre lo había sido. No le había servido de nada ponerse una máscara y aparentar. No le había funcionado ser un hombre desobediente, egocéntrico y arrogante. Edward no era más que un maldito miedoso.
—¡Maldición! —gritó, lleno de impotencia y dolor.
La nicotina en su cuerpo estaba desapareciendo y sus niveles por la falta de estimulación comenzaban a hacerse evidentes. Se agarró el cuello de la playera y presiono con fuerza.
—Tranquilo, tranquilo… Todo está bien. Todo va a estar bien —susurró para sí mismo.
Cogió el último de los cigarrillos y lo encendió con las manos temblorosas, dio una profunda calada y entonces, al exhalar, las gruesas gotas de lluvia comenzaron a empaparlo.
Edward miró como el último de sus cigarrillos se extinguía junto a lo último que había quedado de su alma. Ya no podía más. Se sentía tan miserable que creía que el destino, el universo, las energías o el poder divino de Dios lo habían abandonado. El chico creía que se merecía todo lo que estaba pasando y que todo lo malo que había cosechado con anterioridad, por fin lo estaba pagando.
El cigarrillo cayó al suelo, deshaciéndose por completo en un charco de agua y lodo que ya se había acumulado bajo sus pies, lo miró por un largo rato hasta que, el agua sucia salpicada en su cara por un auto que paso al frente lo despertó.
Edward se limpió el rostro y miró al cielo nublado.
Un potente relámpago iluminó todo su campo, luego el sonido estrepitoso de un trueno apareció. El hombre sigo el eco producido por el rayo, deseando por dentro que el siguiente cayera sobre él, sin embargo, no era alguien con tanta suerte como para culminar su vida de una forma tan ridícula.
Sonrió con ironía, luego se puso de pie y comenzó a caminar bajo la densa lluvia sin tener en mente una dirección.
Pronto y sin ser consciente, sus pies lo llevaron hasta una zona residencial de lujosos departamentos.
Fue entonces que, Edward se sorprendió. Había llegado al lugar en donde antes estaba el departamento que entre él y Matthew habían comprado hace más de cinco años.
Una sonrisa se figuró en su rostro.
—Matthew…
Con ese nombre fuera de sus labios corrió hacia aquel lugar, esperando encontrarlo. Mathew era su mejor amigo y su última esperanza, aunque hacía bastante tiempo en que no lo veía, sin embargo, cuando llegó no pudo evitar quedar desconcertado.
Fuera de su departamento varias cajas de cartón estaban apiladas sin cuidado, muebles y utensilios estaban sobre el pasillo.
Edward caminó lento hacia ahí, mientras miraba a un hombre con las piernas abrazadas y recargado sobre la puerta, igual que un vagabundo.
—¿Matthew?
El chico de cabellera larga, rubia y desparpajada, con barba de varios días levantó el rostro y lo miró sin ninguna expresión en su rostro, luego se lanzó sobre él con ojos rojos y enfurecidos.
Un golpe en su mejilla derecha lo tiró inmediatamente al suelo, posterior a eso, Matthew se subió a su cuerpo y comenzó a golpearlo una y otra vez, descontrolado y fuera de sí, con una ira irracional. Edward no entendía qué estaba pasando, solo se cubría la cara de la ráfaga de puños que su amigo soltaba sin parar.
—¡Eres un maldito bastardo! ¡Estúpido! ¿Cómo pudiste? Miserable… —Le dijo al tiempo en que la velocidad de sus ataques se reducía.
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Editado: 08.08.2020