—Lara—
El cielo se oscureció, a pesar de que era un día hermoso y soleado en un inicio, las nubes grisáceas comenzaron a extenderse el cielo, dándole un toque algo frío y perturbador. El viento sopló con fuerza. Mientras tanto, en las noticias se reportaron fuertes lluvias acompañadas por una rara tormenta eléctrica, era extraño que en esos días y precisamente en ese lugar, el clima fuera de esa manera. Sin embargo, era como si el cielo estuviera enojado.
El pecho de Lara se estremeció al oír un fuerte estruendo a su alrededor. Levantó la cabeza y miró hacia todas sus direcciones en medio de una delgada oscuridad.
—Está bien, tranquila. No pasa nada. Todo va a salir bien. —Se alentó a sí misma—. No tienes por qué preocuparte. Alguien te encontrará —susurró con los ojos cristalizados mientras intentaba romper a como diera lugar las sogas que ataban sus manos—. ¡Maldición!
Se refregó una y mil veces contra la viga, soportando el dolor que le causaba el lastimarse, pero... no se daría por vencida.
Suspiró con fuerza. Su aliento era pesado. Le costaba trabajo incluso el respirar. Tosió un poco, luego volvió a intentarlo hasta que un nuevo rayo fuera de la ventana iluminó otra vez el lugar. Miró hacia arriba, fijando su vista en las enormes y viejas vigas de metal enmohecido que atravesaban el techo; el almacén en donde se encontraba empezaba a ponerse cada vez más frío y la oscuridad que comenzaba a consumir cada rincón no le ayudaba. Estaba cansada así que, finalmente, después de observar que la cuerda no se rompería, se dejó caer en el suelo, abatida y sin esperanza; su única oportunidad de sobrevivir se estaba esfumando, aunque no todo estaba perdido.
Tragó duro y sin hacer nada más que volver a recargar su espalda sobre el travesaño miró fijamente hacia la entrada, imaginando que pronto alguien la rescataría, pero no fue como si su deseo se hiciera realidad.
Exhaló con fuerza.
En el pasado, en el tren, las cosas con Amelia habían sido más sencillas; y ya sea que se hubiera debido a la adrenalina o a su amor por querer volver a estar con Edward, lo cierto era que había sido más fácil de controlar, pero ahora, estaba ahí, sola, sentada en un almacén vacío, sin que nadie más supiera de ella.
Sus ojos se desviaron por un momento al volver a mirar aquellas fotografías, fue entonces que la puerta a su frente se abrió.
Sebastián entró cual, si estuviera hecho una fiera, estaba empapado y terriblemente enojado.
Sus ojos cafés se habían tornado oscuros y su rostro se había desfigurado.
Lara solo lo observo caminar por un largo rato de un lado para otro mientras cogía, Sebastián estaba sangrando, aunque parecía no haberse dado cuenta, a cada minuto el hombre balbuceaba dentro de sus labios cosas que apenas y ella entendía; a veces maldecía, otras más, sólo parecía estar hablando con alguien, hacía ademanes, se tocaba la frente, golpeaba los botes, arrojaba las cosas. Lara nunca lo había visto perder los estribos, se preguntaba qué era lo que le había sucedido como para que estuviera actuando de esa manera.
Durante todo el tiempo en que ella había estado ahí, Sebastián siempre se había comportado serio pese a que no lo veía. Jamás hablo o hizo algo que pudiera delatarlo, siempre mantuvo la compostura al tratar de ser discreto, en silencio, pero ahora, todo parecía que se había desmoronado.
Era como si algo en su plan le hubiera fallado.
Sus mecánicas reacciones lo delataban.
Sebastián, estaba loco.
De pronto, todo a su alrededor se detuvo. Lara miró con grandes ojos su espalda y entonces, como si su instinto se lo dijera, lo supo.
—Nos vamos…
—¿Qué…? —preguntó, sorprendida.
—Dije que nos vamos.
Sebastián la miró por sobre su hombro con una voz terriblemente seca, luego camino hacia una esquina en donde se agachó, abrió una mochila negra y buscó dentro de ella; Lara continúo mirando a la expectativa, se imaginaba de todo, armas, cuchillos, herramientas para tortura… mil y una de cosas aparecieron en su cabeza, sin embargo, todo lo que pudo hacer fue guardar silencio y esperar, por qué… ¿qué otra cosa podía hacer? Aún seguía atada y acorralada en el suelo.
Cuando vio a Sebastián acercarse, lo primero que hizo fue retroceder todo lo más que pudo hacia atrás, luego... miró sus manos, el hombre no llevaba otra cosa más que unas brillantes esposas.
«Eso es todo», pensó con el corazón acelerado y sin dejar de mirarlo. Su cerebro rápidamente reacciono. «Bien. Esto no es tan malo. —Se dijo—. Si creo que hará lo que estoy pensando, entonces creo que tengo una vaga oportunidad, sólo necesitó obedecer, seguirle la corriente».
Su pecho subió y bajó de una manera precipitada hasta que la tensión la obligó, contrariamente, a relajar su cuerpo.
Entonces, Sebastián se acercó, se puso en cuclillas frente a ella y sin decirle nada la observó por un largo rato con la cabeza de lado, ella solo se lo quedó mirando, en silencio, con los ojos asustados mientras trataba de engañarlo. La chica quería aparentar que estaba aterrada, pero lo cierto era que estaba pensando en la mejor manera de escapar.
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Editado: 08.08.2020