Eran las 5 de la tarde cuando alguien llamó a la habitación de Olivia. El ruido la despertó de un salto. Rápidamente fue a ver quién era. Y al abrir vio a un botones del hotel.
“¿Es usted la señorita Oli?”, preguntó en inglés. Olivia se sintió avergonzada, pero asintió.
“El señor Nicolás Montero le envía estas flores y este obsequio, y le pide que no olvide la cita que tienen. La esperará a las 7 en punto en el Lobby”, continuó el hombre.
“Muchas gracias”, respondió también en un perfecto inglés.
Olivia admiró la belleza de esas flores. Era un ramo con dos docenas de Gardenias blancas que desprendían una fragancia abrumadora. Las puso inmediatamente en un jarrón que estaba disponible en la habitación y buscó en Google su significado. Se sintió conmovida cuando leyó que sus pétalos blancos simbolizan la pureza de una persona o una relación. Luego abrió la caja delicadamente envuelta y vio dentro un hermoso vestido color verde que hacía juego perfectamente con el color de sus ojos. Bajo el vestido había unos zapatos color pastel y un sobre en el mismo tono. Dentro del sobre había una tarjeta que decía:
“Para la mujer más pura y dulce que jamás haya conocido. Nicolás”.
Su corazón se aceleró a tal grado que en serio pensó que le daría un ataque cardíaco. Estaba emocionada y absolutamente impresionada por los detalles que Nicolás había tenido con ella. Corrió a bañarse y dedicó el resto de tiempo que le quedaba a prepararse para la cita que tendría con Nicolás.
“¿Habré sido muy directo?”, pensó Nicolás. Y es que recordaba su encuentro con aquella mujer demasiado especial. Usualmente creía que las cosas pasaban casualmente, pero ese encuentro, parecía refutar ese pensamiento. No quería creer que fuera la casualidad la que le había presentado a “Oli”. Entonces recordó haber escuchado acerca del hilo rojo del destino. Según esa creencia oriental, ese hilo invisible conecta a aquellos que están destinados a encontrarse, sin importar tiempo, lugar o circunstancias.
¿Podría ser que ambos estuviesen atados por ese hilo?....
Independiente de cómo haya llegado a su vida, lo cierto era que esa mujer, con su pelo rojizo y sus hermosos ojos verdes, había aparecido frente a él para remover su mundo. Nunca antes había tenido tiempo para el romance, aunque oportunidades no le habían faltado. Era solo que, debido a la naturaleza de su trabajo, no quería que la mujer que estuviera a su lado sufriera de soledad por sus constantes ausencias.
Sabía que tarde o temprano le recriminaría su pesar y terminarían los dos con el corazón roto. Sin embargo, al conocer a Olivia, por algún motivo desconocido para él, ese temor ni siquiera se hizo presente en sus pensamientos. Por primera vez quería arriesgarse a amar a una mujer y todo en Olivia le hacía creer que ella era la indicada.
Eran las seis con cincuenta y Nicolás ya estaba en el Lobby esperando por Olivia. Los minutos se le hacían eternos. Quería verla pronto usando la ropa que especialmente había escogido para ella. La ansiedad lo tenía caminando de un lado a otro.
De repente la puerta del ascensor se abrió a las siete en punto y vio salir de él a la mujer más hermosa a sus ojos. Se veía realmente bella. El vestido parecía haberse hecho a la medida de su cuerpo y le permitía ver sus contorneadas y perfectas piernas moverse torpemente hacia él. Llevaba su cabello atado en una media coleta floja que le daba un aire refrescante. Su maquillaje era sencillo y dejaba al descubierto su belleza natural. Sus labios rojos, a juego con el color de su cabello, parecían dos rodajas de fresa que con gusto se imaginaba dándole la más dulce de las mordidas.
Nicolás estaba tan absorto admirando la belleza de Olivia, que fue incapaz de decir nada cuando la tuvo enfrente.
“Nicolás.....”, silencio... “¡¡Nicolás!!, ¿pasa algo?”
“Estás realmente hermosa. Simplemente no podía dejar de verte”.
“Muchas gracias. La verdad es que dudo que me hubiera visto de esta forma si no me hubieras obsequiado este atuendo. Es perfecto. Aunque ahora que lo pienso, ¿cómo adivinaste mi talla?”, preguntó Olivia aún algo azorada por las palabras de Nicolás.
“Es parte de mi trabajo ser muy observador y no dejar escapar ningún detalle por más pequeño que parezca y créeme, ayer te observé mucho”, confesó Nicolás. Olivia se sonrojó y le sonrió tímidamente.
“¿Vamos? Una reserva nos espera”. Nicolás le ofreció su brazo, el cual ella tomó gustosa.
La velada estuvo magnífica. Cada minuto que compartían juntos acrecentaba en ellos ese sentimiento que aún era muy pronto para ponerle nombre. Luego de cenar, Nicolás la llevó a recorrer el río Senna en un yate que había alquilado específicamente para la ocasión. La tormenta había cesado hacía ya varias horas y la noche les ofrecía las estrellas en todo su esplendor.
Estaban observándolas cuando fue Olivia ahora la que recibió un mensaje en su móvil.
“¿Pasa algo?”, preguntó Nicolás.
Editado: 03.05.2022