JESS.
Dos años y unos meses atrás...
Y ahí estaba, una mañana de abril, sentada en medio de aquel frío y espacioso comedor, donde el único sonido que se escuchaba eran la voces de mis progenitores hablando de su trabajo.
Trabajo y más trabajo.
Y pobre de nosotros si se nos ocurría interrumpir.
Es divertido e increíble darse cuenta de cuánto silencio había en ese comedor a pesar de las voces de mis padres. No podíamos decir nada, ni como nos sentíamos o si habíamos tenido algún problema o duda. Nada, a mis padres solo les importaba el trabajo.Como si el dinero fuera más importante que cualquier cosa.
Sigue siendo triste darse cuenta de cuán superficiales podemos ser las personas.
Miré a mis hermanos y sus miradas llenas de desagrado no se hicieron esperar, dañandome sin que se dieran cuenta, ya que todo era máscaras de perfección donde un sentimiento de tristeza estaba prohibido. Aunque si lo pensaba bien, si en ese momentos ellos lo notaban tampoco les hubiera importado.
Mis hermanos menores me odiaban, mientras que yo los quería como si fuera el día que me enteré que llegarían a mi vida. Fue la noticia más feliz que pudieron darme mis padres. Aún lo recuerdo, estaba emocionada, feliz de tener hermanos con quienes jugar, a quienes tener como cómplices y a quienes proteger. Porque como hermana mayor ese era mi deber, cuidarlos y protegerlos, o al menos eso decía siempre mi madre.
Pero ahí estábamos, yo con diecisiete mientras que Jeremy tenía quince, Jelena trece y Jamir diez, este último no me odiaba tanto pero influenciado por los demás, tampoco me regalaba sonrisas.
Genial, yo daría mi vida por protegerlos y ellos me detestan.
Parpadeé para alejar el escozor en mis ojos, jugué ligeramente con mi comida e hice una mueca al verlas. Verduras. Las odiaba, pero claro, una chica perfecta como yo no puede estar gorda. De nuevo, según mi madre.
Con una lentitud estresante lleve los espárragos a mi boca y mastiqué lentamente para así retrasar el proceso de digestión, en serio detestaba esas verduras, pero ya qué. Volví a observar el panorama y suspiré cansada. Creo que suspirar se había vuelto mi deporte favorito.
¿Realmente siempre es así de aburrido y... frío?
—...sí, creo que es lo mejor...
De un momento a otro puse atención a lo que decían mis padres, ellos estaban planeando mi futuro. ¡Como si fuera lo más normal del mundo! Decidir el futuro de tu hija.
Oh, no.
—vas a ser una gran abogada, Jess— dijo mi papá mirándome con aprobación.
Pero si yo nunca dije que quería estudiar eso.
—tienes que serlo— siguió mi madre mientras los nervios que venía sintiendo desde que las clases comenzaron, llegaban veloces siendo la antesala de algo mucho peor y rayos, sabía que iba a ser así. Y no es que odiaba la escuela, solo… yo no veía la escuela como el lugar donde pasabas la mayor parte del tiempo con tus amigos, no, para mí escuela era igual a más presión. Lo bueno era que me faltaban pocos meses para acabar la secundaria y aún no era capaz de mandar mis solicitudes a las universidades predilectas por mis padres. Sí, no quería estudiar derecho, pero había redactado mis solicitudes porque se suponía que debía hacerlo, aún sí últimamente me había dado cuenta que en definitiva no era algo que quería. No quería ser abogada.
—de hecho hablamos con tus profesores sobre tus actividades extracurriculares— miré atenta a mi padre sintiendo mi corazón martillar a velocidades vertiginosas y una extraña e incómoda sensación en el estómago— vas a dejar las clases de baile por una de debate.
¡No!, no, no, no, por favor...
En ese instante quise llorar, no era una chica sensible pero tampoco era alguien fría, me encontraba en un punto medio, pero en esos momentos tenía ganas de tirarme al suelo y llorar como Magdalena importándome poco lo demás.
Eso no estaba pasandome, adoraba con mi alma la danza y que me lo quitaran era como perder parte mí. Sentí que todo se caía, que las paredes a mi alrededor se cerraban y me asfixiaban, estuve más segura que nunca que en lugar de una gran mansión, vivía enjaulada bajo llaves disfrazadas de reglamentos y apariencias que mis padres se encargaron de inculcarme.
Ya no quiero esto. Pensé y dejé caer el tenedor. El sonido de cada vez que el tenedor chocaba contra el suelo fue más escandaloso de lo que creí, era como si estuviera en cámara lenta. Sonido, mirada aterradora de mi madre, sonido, desaprobación de mi padre, sonido, burlas de mis hermanos
—¿acaso quieres volver a clases de etiqueta, Jessenia?— habló mi madre con voz dura que me hizo tragar. Las risitas burlonas de mis hermanos agrandaron más la herida.
No llores, Jess, resiste.
Odiaba no poder alzar la voz frente a mis padres, el miedo de ser castigada o ser receptora de palabras humillantes me paralizaban. No podía y el nudo en la garganta me impedía respirar a tal punto que la vista se me nublaba por tanto resistir a no soltarme a llorar ahí mismo, aún así no me mostraba débil, siempre con la barbilla alzada ante todos.
Creo que eso era lo único bueno que me habían enseñado mis padres.
—recoge eso— señaló mi padre con voz seria, así era siempre así que no me asustó por ello. Asentí y obedecí— a partir del lunes dejarás el baile e irás a debate.
¡No!
El baile era mi pasión, todos en esa casa sabían cuánto me gustaba, desde niña fue así, desde que vi una presentación de baile contemporáneo me enamoré, eso sucedió cuando tenía ocho ya había decido que eso era a lo que quería dedicarme, claro que mi madre tenía una opinión sobre ello.
—no vas a ser como esas delgaduchas bailarinas, ¿acaso no sabes que piden un peso para eso? Ni hablar, no voy a dejar que perjudiques tu salud por tonterías — y lo único que hice fue asentir antes de que mi madre apagara la televisión y me lleve mis clases de idiomas.