❆ Adriel Edurne
El aroma a serrín y madera inundaba el ambiente del pequeño taller en la cabaña de Adriel Edurne dentro del bosque. El arte con la madera era la vida de Adriel, el tercer y más pequeño hijo varón de su generación.
Hombre de treinta y dos años, piel dorada que combinaba perfecto con su cabello rubio cenizo y un pequeño flequillo que le cubría las dos entradas de su frente, ojos verdes como el jade, alto y una pequeña barba incipiente. Carpintero de profesión, viudo por elección y solitario por obra del destino... ¿o no?
El teléfono en la sala principal llevaba sonando varios minutos, pero Adriel no lo escuchaba debido a que trabajaba arduamente en la confección de un amueblado de sala para un cliente muy selecto y, entre tanto corte y pulir la madera, el teléfono no alcanzó a ser escuchado.
Una repentina sed inundó la garganta y boca del estómago del joven carpintero, decidió pausar su arduo trabajo. En el camino a la cocina en busca del líquido vital, el teléfono volvió a sonar y toda la atención de Adriel prácticamente recayó sobre el aparato que no dejaba de avisar.
—Aló —contestó, dejando los lentes de trabajo en la barra del desayuno.
—¿Hablo con el señor Adriel Edurne? —preguntó la voz femenina al otro lado de la línea.
—Con él habla —afirmó. Dejó caer la espalda sobre la barra—. ¿en qué puedo servirle?
—Mi nombre es Natividad Jale y necesito que me consiga un árbol de Navidad, uno muy especial.
—Disculpe, señorita Jale, pero no trabajo buscando árboles de Navidad, soy carpintero y hago objetos con la madera —aclaró lo más amable posible que podía ser en ese momento—. Puede contratar el servicio de alguna compañía que venda árboles navideños.
—Es lo más lógico, sí... —dijo ella al otro lado de la línea—. Sé que es un carpintero y por lo mismo necesito que me consiga el árbol más grande de pinabete que exista en este planeta, porque quiero cortarlo y confeccionarlo a mi manera, por eso necesito los servicios de un profesional.
—Ya...
—El dinero no es problema, yo pagaré todos los gastos, pero ese árbol debe estar en mi residencia antes de Navidad —aclaró la mujer ante delicado genio.
—Para aclarar: ¿usted me dice que quiere que consiga el pinabete más grande, lo lleve ante usted, lo corte y confeccione a su gusto? —preguntó con un deje dubitativo.
—Exacto, después quiero que haga una pieza muy especial e importante con los trozos sobrantes de pinabete que corte —explicó la voz femenina— ¿He sido clara?
—Sí, se entiende, pero deje que piense sobre la propuesta, le devolveré la llamada a este número —concluyó—, buen día.
Adriel despegó el auricular de la oreja y colgó la llamada, buscó su vaso de agua, la bebió y se sentó a pensar en la propuesta. Se encontraba en un ambiente silencioso, sin embargo, su mente era como un torbellino que rompe el sonido por todo lo que levanta al pasar. Al fin tenía la oferta que esperó todo el año, sin restricción de dinero y tenía tiempo, ya había comenzado el invierno porque estaba en los primeros días del mes de diciembre y eso era una excelente excusa para recluirse en la soledad de su cabaña.
Después de pensarlo —varias veces—, Adriel definitivamente aceptaría, estaba de buen humor, hasta que abrió la laptop y busco dónde vendían los mejores y más grandes árboles de pinabete. El buen humor se esfumó y el entrecejo de su rostro se frunció, haciendo que un bufido resonara en toda la silenciosa habitación.
—Definitivamente no iré, está muy lejos y no cuento con dinero para el viaje —declaró en voz alta.
«Pero ella dijo que pagaría todo», pensó a medio camino de cerrar la laptop y dejar cerrado el tema.
De alguna manera extraña, Adriel sentía que debía hacer ese viaje, que debía ir en busca del árbol perfecto porque iba a encontrar algo más que un pinabete, sentía que encontraría algo que le hacía falta a su vida solitaria desde hacía cuatro años atrás, justo los días en que comenzó su enviudes.
El teléfono volvió a estar en línea, Adriel lo tenía en su mano firme, esperando que del otro lado contestaran; uno, dos, tragó saliva, el tercer tono, a punto del cuarto y aún sin respuesta; la preocupación se instaló instantáneamente en el pensamiento del joven carpintero, hasta que...
―Hola, Adi. ¿Qué cuentas?
—Hola, Venecia. Necesito un consejo de un punto de vista razonable —confesó Adriel con su voz barítono y directo al punto.
―¿No me digas que tienes novia? ¿Quién es? ¿Cómo se llama? ¿Es bonita? —preguntó lo más apresurada posible la voz al otro lado del auricular.
―Sabes que nunca más estaré con otra mujer.
―Entonces... ¿Es novio? Oye Adi, no sabía que tus gustos habían cambiado radicalmente —volvió a sugerir la voz femenina.
―Ni hombre, ni mujer o alguna otra cosa, te llamé para un consejo laboral —aclaró Adriel, colocando los ojos en blanco por la perdida de su poca paciencia ante las ocurrencias de su hermana mayor que parecía la menor.
―Que aburrido eres —bufó ella―. A ver, dime: ¿Qué es lo que atormenta a mi lindo y serio hermanito? ―Adriel suspiró al oír que su hermana le escucharía sin suposiciones tontas.
—He recibido una propuesta que puede beneficiarme bastante, pero tendría que viajar muy lejos para lograr semejante encargo.
El silencio se presentó sin disimulo y eso impacientaba a Adriel, el cual cogió sus lentes de trabajo sobre la barra con una mano y dispuso jugar con ellos ante la espera. Escuchó un suspiro y un chasquido de lengua al otro lado de la línea.
―¿Y quieres que yo te diga que no te vayas muy lejos porque moriré sin ti? —inquirió ella—. Yo creo que no, es más, te aliento a que salgas de esa insólita cabaña y te vayas al viaje para que respires otros aires y vivas.
—Pero... es muy lejos y dicen que es un país muy peligroso ―dijo esperanzado, usando su último vago recurso de persuasión.
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Editado: 13.12.2023