❆ Nivea Edelweiss
De un árbol de tronco grueso, un enorme capullo de ramas oscuras apareció y se abrió para dar paso a una hermosa mujer de cabellera rubia para todos, tez blanca, alta y delgada, figura esbelta y presencia muy notoria, con una mirada azul como el hielo, pero necesitada de calor humano. Sin dejar de lado su elegante y muy a la moda indumentaria. Detrás de ella, un hombre alto, fornido y de cabello negro, con una mirada protectora y de respeto hacia ella que, a diferencia de la susodicha, este irradiaba una personalidad afable.
Nivea y Doroteo habían viajado a través de los árboles, estaban pisando tierra de Santiago de Chile, justo en el sur del continente. Pues Nivea tenía diferentes propiedades a lo largo del mismo, después de vivir más de mil años, adquirió muchos bienes, administrados por Doroteo que se quedaba todo el año en el mundo de los hombres; entre las propiedades había tierras, empresas, inversiones y casas.
—Aquí en el sur solamente faltaría ir a Brasil y Argentina, después puede ir a Centroamérica a pasar la Navidad como usted lo determinó —avisó Doroteo, caminando al lado de su ama y arrastrando la maleta de rodos de Nivea sobre las calles de Santiago.
—Sé que todavía estás renuente con mi decisión —comentó Nivea, parada en una plaza central, observando el entorno, pues ya habían salido del bosque al que habían ido a parar.
—¿Por qué no pasa la Navidad aquí en Santiago o quizás en Río de Janeiro como otras veces? aunque mejor le recomiendo ir a Mar de plata —sugería tratando de convencer a la novia inmortal—, para probar el calor y el mar Atlántico, así sale del invierno por unos días, sin dejar de lado que hay muchos árboles allí para ir de un lado a otro.
Nivea bufó, apretó los labios y volteó a ver a Doroteo para hablar de frente con él:
—¿Cómo te explico que ya decidí el lugar donde voy a quedarme? Hemos viajado en todo el mundo a lo largo de un milenio, nos hemos establecido en muchos lugares haciendo historia en varias ocasiones. Aún nos falta visitar o establecernos en varios sitios de este vasto mundo y uno de ellos es Centroamérica. —Hizo una pausa adrede y dio un paso adelante para imponerse—. Debo ir a esa pequeña arboleda de pinabetes, quiero estar allí antes de Navidad. Pasaré desapercibida y estaré más cerca de Canadá que aquí en el sur. —Acercó su rostro al de él y arqueó una ceja—. ¿Te quedó claro?
Doroteo no titubeo ni pestañó, solo le devolvió la mirada directa y se quedó quieto para responderle:
—Son contadas las ocasiones en las que la he visto así de resuelta y una de ellas fue cuando tomó aquella decisión que la obligó a cumplir esta maldición —comentó Doroteo, devolviendo la puya con algo a lo que ella no podía regresar el golpe, el pasado que había olvidado.
Nivea apretó los dientes y tomó aire. Sabía que Doroteo recurría aquella artimaña cuando ella estaba siendo más cortante e imponente de lo normal. Su siervo era su talón de Aquiles y eso le agradaba —cuando no lo tenía tentando su poca paciencia—. Sin embargo, Doroteo tampoco se sobre pasaba, él respetaba su posición ante ella.
—Sé que debí cometer un error muy grande a tal grado de condenar a mucha gente, aunque ignore mi pecado... —agregó en un tono irónico a su pesar—. Pero te aseguro que esta vez no voy a cometer nada fuera de nuestra normalidad. Solo quiero alejarme de todo.
—Quisiera ser su prometido para besarle y que así recordara su pasado —dejó escapar Doroteo, causando que ella bufara de nuevo, colocara los ojos en blanco y reanudara su caminata.
Era habitual que Nivea siempre estuviese con la vista perdida y muy pensativa, ya que le agradaba ser muy observadora, sin embargo, no era necesario escrutar tanto para intuir que Doroteo sentía algo muy fuerte por ella más allá que el respeto, obediencia y el deber que él le profesaba tener.
Nivea deducía que ese sentimiento en su siervo apareció por el tiempo que llevaban juntos de vagar por el mundo y descubrir nuevos horizontes a través de los hombres. Lo que no acababa de entender, era: ¿por qué él ocultaba con tanto ahínco sus sentimientos y no se deshacía de esa carga de una vez? Luego concluía que por lo misma razón que ella tampoco le preguntaba, no tenía derecho a exigirle más de lo que ya le podía dar a causa de la maldición.
—Sé que siempre contaré con tu ayuda, Doroteo y sería muy bueno que fueras mi prometido para acabar con esta tortuosa y ridícula maldición. —Suspiró—. De esa manera no tendrías que atenderme como castigo.
—No es un castigo servirla y menos estar con usted —declaró Doroteo con una pequeña sonrisa—. No es un castigo recibir una maldición por amor.
Nivea deseaba sentirse conmovida por su siervo y corresponderle, sabía el gran Espíritu que de esa manera pasaría mucho mejor la maldición. No obstante, no le daba pie para iniciar nada porque a lo largo de los años, muchos hombres se le habían acercado para tenerla como trofeo, pero al final acababan muertos o infelices porque Nivea era insensible hacia ellos y no se dejaba amar debido al corazón frío e inmóvil que poseía.
Con Doroteo era diferente, él era su siervo, amigo y confidente, no quería arruinar más su vida de lo que ya estaba condenada. Cada vez que ella veía esos ojos oscuros, opacos, tristes y con cierta reserva, ella lograba de alguna misteriosa manera llegar a sentirse turbada y con una corta necesidad de recordar algo muy importante, pero le era imposible. Por alguna razón que no entendía, su siervo le causaba esa breve sensación de nostalgia.
Al terminar de revisar los bienes y propiedades que estaban a nombre de Doroteo en Chile, fueron a Brasil y después a Argentina, tal y como lo había dicho, revisó lo suyo y tardó un lapso de dos semanas. Se presentaban los primeros días de diciembre cuando pisó suelo Centroamericano. Recorrió desde el famoso canal, pasó a costas paradisíacas, climas por completo tropicales, hasta territorio de la antigua civilización Maya, justo el destino navideño que ella había escogido para pasar sus vacaciones, debido a que, en el pasado, ambos habían recorrido el norte y el sur del continente varias veces.
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Editado: 13.12.2023