Joseph había salido con sus tres hijos, los más grandes, para hacer compras de snacks, bebidas, frutas, algunas nueces y de paso en la farmacia medicina para su esposa, Walda, ella se había quedado en casa totalmente abrigada, sentada junto a la chimenea y frente al árbol de navidad. El niño más pequeño de los cuatro estaba con ella, entrando a la sala principal y corriendo a los brazos de su madre.
—¡Mami!
—Te vas a caer, mi cielo —dijo Walda, abriendo los brazos para recibir a su pequeño y reprimiendo un absceso.
Las pequeñas piernas del niño de entre seis y siete años, no tropezaron ni trastabillaron hasta llegar a los brazos de su madre, enseguida levantó su cabecita para ver a su enferma progenitora con una enorme sonrisa y en sus ojitos verdes vislumbrar la emoción de la navidad, todo un espectáculo para Walda, pues fue muy enternecedor.
—¿Por qué estás enferma, mami? —preguntó inocentemente el niño.
—Creo que la maldición me quiere alcanzar —soltó Walda, sin importancia e ignorando cómo explicarle a su pequeño que tenía largas semanas enferma de la tos.
—¿Maldición?
—Es una vieja historia. —contestó ella al tiempo que tosía.
—¡Me encantan las historias que cuentas, mami! —gritó el niño, alzando sus manitas con emoción.
―Es muy larga, te la cuento otro día, ¿sí? —pidió Walda, tratando de no forzar su garganta.
El niño, con clara tristeza bajó su rostro sin confirmar y tampoco negar, terminó por sentarse al pie del árbol navideño con un suspiro sonoro, dejando su alegría, por un lado. Por otro lado, Walda no soporto ver la tristeza ni la intranquilidad que su hijo emanaba por la negativa. Ignoró la inmensa huelga de su garganta para no hablar y con dolor, ella estiró su mano hacia el pequeño y de esa manera atraerlo.
—Te voy a contar la historia si quitas esa carita triste, ¿vale?
—¡Sí! ―De un salto, el niño se puso en pie y agarró la mano de su madre.
Walda colocó sobre sus piernas al rubio niño y acariciando su manita, ella comenzó a narrarle la historia:
—Hace muchos años atrás, existió un reino llamado ‟La tierra de las hadas" porque era mágica, su belleza invernal no tenía comparación. Era gobernada por un rey que tenía cabellera blanca y ojos azules, brillantes como un par de luces; también había un espíritu que ayudaba al rey a gobernar con sabiduría y este vivía en un enorme árbol de Sauce en el centro del reino.
―¡Guau...! sería muy divertido vivir en un enorme árbol —comentó el pequeño, escuchando con atención.
—¿Verdad que sí? ―Lanzó la pregunta Walda—. El rey tenía una princesita muy hermosa que también tenía cabellos blancos, así como los de la abuela y también tenía ojos azules como las luces; ella debía casarse con un príncipe de otro reino.
―¿Entonces la princesita era arrugada como la abuela también? —inquirió inocentemente el niño, haciendo reír brevemente a su madre.
―No. Ella parecía una enorme muñeca de porcelana por lo delicada y preciosa que era. Se dice que el príncipe con el que tenía que casarse la princesa, había esperado mucho tiempo para estar con ella, pues la amaba.
—¿Así como papi te ama a ti?
—Sí, así mismo ―respondió Walda, sintiendo orgullo porque sus hijos veían el amor que se tenían entre sí su esposo y ella—. Un día, la linda princesita fue emboscada por enormes bestias que buscaban cazarla por lo bonita que era, pero un joven cazador la salvó de aquellos feroces animales, a la princesita le agradó mucho el joven, así que le pidió a su padre el rey que le permitiera al cazador estar cerca de ella porque era su amigo.
―Es bueno tener amigos y más si te van a salvar de animales feroces ―interrumpió el pequeño que, hablaba como si fuese un adulto.
—Pero no creas que todo es bueno, pues el cazador quería robar el corazón de la princesita porque deseaba estar con ella para siempre, aun sabiendo que ella debía estar con el príncipe del otro reino. Este príncipe que había esperado por su princesita por mucho tiempo, por fin viajó al reino de las hadas para conocer a la princesita y casarse para tener su final feliz. ―Esta vez fue un absceso de tos lo que interrumpió a Walda, así que se cubrió la boca con el antebrazo, tratando de esforzarse un poco para que la voz se le escuchara bien ante su pequeño hijo—. Cuando el príncipe fue recibido por el rey, la princesita no quería conocerlo porque estaba muy encariñada con su amigo el cazador.
—Pero podía casarse con el príncipe y tener de amigo al cazador —sugirió el pequeño inocentemente como si fuera lo obvio.
—Claro que no. —Negó Walda y trató de explicar—. Recuerda que el cazador se quería robar el corazón de la princesita, y sin corazón, ella no podía estar con el príncipe porque es con el corazón que se ama —le dijo su madre, señalando con el dedo índice derecho el pequeño pecho de su hijo.
El niño abrió la boca asombrado como si un enigma del universo, hubiese sido descubierto y resuelto en ese instante en su cabecita.
—Entonces, ¿qué pasó?
—Bueno... la princesita y el cazador se fueron muy lejos dejando al príncipe sólo, triste y enojado, el rey mandó a buscar a su preciosa hija, más no la encontró.
El niño asombrado, nuevamente abrió la boca y con sus pequeñas manos la tapó de inmediato.
—Ahora viene la parte de la maldición —advirtió Walda, volviendo a toser sobre su antebrazo—. El rey lloró mucho por su hija hasta morir y el príncipe se volvió a su reino casándose con otra princesa. Al ver lo que había pasado, el espíritu que vivía en el árbol de Sauce se enojó mucho, así que le dijo a la princesita que sería castigada en una estrella y, cada vez que cayera la nieve en el reino de las hadas, ella sería llamada la novia inmortal y volvería para buscar a su verdadero príncipe.
—Pero el príncipe ya se había casado con otra princesa —replicó el pequeño.
—Ajá, se casó con otra princesa y tuvo hijos que tuvieron más hijos y más hijos. La princesita castigada, busca a su príncipe de esos hijos que tuvo el príncipe de antes —aclaró Walda con paciencia.
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Editado: 02.10.2023