Teodoro había estado muy ausente en el palacio por días, desde que se enteró de la llegada de los descendientes de las nieves a Invernalia, él supo que sus oportunidades de estar más tiempo con la princesa se reducían a la nada, cada vez más rápido que un cubo de hielo en pleno verano.
Su padre Eliodoro tenía razón al advertirle que no debía poner sus ojos sobre algo inalcanzable para él, ella era otro nivel, era harina de otro costal y justo en esos días se estaba dando cuenta, debido a que su princesa no había mandado a llamarle para ‟recibir clases de arco y flecha" porque solamente era la excusa para verse y estar juntos —acontecimiento que ambos sabían sin tener que ponerse de acuerdo, es más, era probable que todo el palacio lo supiera excepto los reyes—.
Los días sin verle, a Teodoro le parecían eternos, una tortura para su ser; el pensar que esa singular criatura estaba enamorándose desu prometido le daba miedo y una profunda angustia por ser egoísta y quererlasolamente para él.
¿Por qué ella tenía que ser una princesa? ¿Por qué él tenía que ser un simple cazador y armero? ¿Por qué el destino permitió que tuviesen un encuentro y diera paso al encantamiento del amor?.
Teodoro pensaba en eso y más cuando estaba trabajando en la forja de su padre, él concluía un pedido enorme de flechas —sus armas favoritas de hacer—. Sus pensamientos lo trasladaban a otro mundo y a otro tiempo, pero ellos tuvieron que regresarlo al momento en el que era llamado por su padre, la causa fue un mensajero del palacio que le llevó la invitación de dar la última clase de arco y flecha a la princesa antes del aniversario de nacimiento de la misma.
Era la oportunidad perfecta para despedirse de aquella que lo hacía suspirar; él podría una última vez tratar de memorizar cada facción, cada recoveco, cada color, cada silueta del alma de su amada quizás una única vez e inhalar tan profundo la felicidad y el reconfortamiento que ella provocaba en su pecho, en su propia alma, el aroma de la pasión que ambos incitaban al estar juntos.
Cuando estaban en presencia uno del otro ya fuera en una clase de arco y flecha, paseando por los jardines nevados o en los pasillos del castillo mientras observaban los retratos o estatuas de los reyes en el salón, la sensación burbujeante de poder tocar el cielo con su alma era muy constante, era algo de otro mundo —para él—, pero debía acabar, pues se había fregado la vida al permitirse querer algo que no podía ser suyo.
Teodoro tenía muy claro que sería el final de las clases, la última vez que tendría cercanía con ella, porque cuando ella se casara en su aniversario de nacimiento, él no volvería a pisar el palacio por una clase de arco y flecha, eso sería vivir una tortura, observar cómo la mujer que amaba era feliz por causa de otro, era poseída por otro y era olvidado a causa de otro. Definitivamente estaba siendo egoísta y jamás volvería al palacio, eso lo tenía muy claro y se lo haría saber a la princesa esa misma mañana.
Vestido lo más presentable posible que podía el joven cazador, emprendió la caminata al palacio y esperó adentro, en el jardín nevado y adornado, ese escenario que fue testigo de cómo Teodoro amaba a Breena en silencio, justo en aquellas ocasiones en que gustosamente le enseñó a tirar con arco y flecha por primera vez.
Al fin, la princesa hacía acto de presencia, usaba un largo vestido beige, simple de manga larga, una capa azul marino y botas de cuero que combinaban con la capa, esa vez su cabello estaba totalmente suelto, cada hilo plateado adornaba su bello rostro haciendo juego con sus ojos azules y labios rosados. Fuera con lo que fuera, Teodoro pensaba que Breena era hermosa como sea y por todos los lados que tratase de verla.
—Majestad —saludó Teodoro, haciendo una reverencia ante aquella que él admiraba.
—Teodoro... —murmuró Breena, viéndole con cierta tristeza en sus ojos.
—Considero que esta clase sea breve por el motivo de la fiesta en la noche —comentó Teodoro, rompiendo el silencio que se había posado entre los dos—. Usted deberá estar muy ocupada y no quiero importunar su valioso tiempo —dijo con un ligero toque de despecho.
—Yo mandé a llamarle, Teodoro —confesó Breena, jugando con los dedos de las manos—. Quería dejar de pensar en la fiesta de hoy...
Teodoro se dio cuenta que la princesa no estaba nada cómoda con esa situación y él lo había hecho más incómodo con su comentario de hombre despechado y quizás celoso.
—Como usted ordene, majestad —dijo, tomando un arco pequeño para entregarlo a la princesa—. Tome su arco y comencemos —concluyó, extendiendo con cierta delicadeza el arco con ambas manos.
Breena sonrió y tomó una flecha, la colocó correctamente en el arco y apuntando a un blanco a unos metros de distancia, se puso en posición. Su cabello se colaba en ambos laterales de su rostro y caía en el pecho de la misma. Teodoro esperaba pacientemente el tiro de la princesa, pero por algún motivo ella no tiraba hasta que él la observó, ella habló con voz muy baja sin dejar de ver el blanco:
—Le voy a ser muy sincera, Teodoro —susurró, a lo que el joven escuchó con atención—. Dejé mi cabello suelto a propósito para poder decirle algo sin que los siervos se den cuenta —dijo y tiró.
Dio en el blanco, pero no dentro del perímetro establecido por una línea circular hecha de tinta roja.
Teodoro entendió que debía seguir la corriente de su amada para saber la verdad, así que lo hizo.
—Ya casi lo tiene, princesa —alzó la voz—, solamente debe lanzar con un poco más de fuerza y seguridad. —Terminó de decir para agachar la cabeza y tomar otra flecha mientras susurraba para ella—. Diga lo que le atormenta, majestad.
—Gracias —dijo ella al tomar otra flecha de las manos de Teodoro para luego susurrar—. Necesito hablar con usted en privado —concluyó, apuntando de nuevo para tirar.
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Editado: 02.10.2023