Aquella noche, por más que intentó, Oliver no pudo dormir.
Miles de preguntas atormentaban su mente... Empezaba a sospechar de todos al igual que hacía Brianda... Sólo existía una diferencia: Él sí recordaba todo. O al menos hasta donde había podido compartir con ella.
Se sentía bastante preocupado por Brianda.
Aquella mañana, cuando se la cruzó por la calle, jamás creyó que pudiera ser ella realmente. Hasta que varios meses después se chocó contra él y hoy estaba durmiendo en la habitación de al lado.
Estaba seguro de su descanso puesto que, antes de acostarse, se había asomado para cerciorarse de que todo marchaba bien.
Pero, muy a su pesar, sabía que al día siguiente sería inevitable que ella se enterase de todo lo referente a Milagros, esa pequeña que, sin saber cómo ni por qué, había despertado la curiosidad de ella y eso les había unido inexplicablemente.
De repente el pasado comenzó a azotar su mente, pero consiguió sacar esos pensamientos al instante, ya le haría todas las preguntas a Brianda si es que recuperaba la memoria.
Cinco horas más tarde ya estaba en la ducha. Frotó suavemente con la esponja su torso, al tiempo que el agua caía sobre su blanca piel y arrastraba el jabón y la espuma. se quedó durante cinco minutos sintiendo como cada gota resbalaba por su espalda y se deslizaba a lo largo de su cuerpo hasta llegar al plato de ducha.
Sólo diez minutos más tarde ya estaba ajustando su corbata como buenamente podía a la vez que salía de su habitación y caminaba unos cortos metros hasta donde yacía su inquilina. Dio varios golpecitos en la puerta con sus nudillos y una voz dando paso se escuchaba desde dentro. Y cómo le gustaba esa voz.
-Muy buenos días, bella durmiente. -La saludó con media sonrisa, mientras esperaba que ella le devolviese el saludo, se encaminaba a su cama y se sentaba a los pies de esta.
-Buenos días señor Anderson... Tengo una pregunta para usted. -Dijo Brianda seriamente.
Oliver se tensó. Esperaba lo peor, incluso que hubiera podido oír algo la noche anterior y aún no tenia una explicación para darle.
-Adelante, dispara. -Contestó en tono burlón tratando de disimular su preocupación.
Ella se echó hacía adelante, quedando frente a él muy seria.
-¿Cómo es posible que a las 6:00 de la mañana puedas estar en la ducha?, ¡Si hace un frío de los mil demonios!. -Preguntaba mientras gesticulaba exageradamente con las manos.
No podía ser cierto, y él preocupándose cuando ella ni siquiera sabe nada.
Oliver se echó a reír y recordó que Brianda dormida era como un snorlax, ese pokémon dormilón que aunque se cayeran las torres gemelas de nuevo a su lado no se inmutaría ni un poco.
-¿Y bien?, ¿Cómo es posible, Anderson?. -Insistió ella.
-Tengo años de práctica, cuesta adquirir este extraño hábito pero es posible hasta para ti, señorita. -Tocó la punta de su nariz y ella rompió a reír.
El sonido de su risa. Años de no escucharla y de repente la tenía ahí de nuevo, como melodía para sus oídos. Nada le gustaba más que escucharla reír.
-Muy buenos días a los pichones enamorados -interrumpió Rosi- vengo a traerle la medicación a la señorita que me la ha pedido porque tenía mucho dolor, aunque aparentemente ha desaparecido ya. -Comentó divertida la ama de llaves de Oliver.
-Oye, no te burles, sí que me duele. -Brianda enrojeció al tiempo que decía estas palabras- y de pichones enamorados nada, somos buenos amigos, nada más, sólo me falta que se crea Oliver que estoy aquí con doble intención.
Amigos nada más.
Al oír esto, la expresión de Oliver cambió radicalmente.
Pero pudo comprobar que seguía teniendo los mismos sentimientos fuertes de siempre, no había dejado atrás nada.
Aunque todo parecía que ya sería imposible llegar al punto dónde se perdió todo. Suspiró serio y se levantó de la cama.
-Bueno, yo he de ir a la oficia a por papeles y a una junta, estaré aquí para la hora de comer. Te encargo su cuidado, espero que la mínima cosa me la hagas saber al momento. Ya sabes cómo me gustan las cosas, Rosi. -Su tono era bastante cortante, realmente estaba dolido.
Besó la mano de Brianda y sin cruzar palabras se marchó a la oficina, pidiendo mentalmente a cualquier ser sobrenatural existente un milagro que le permitiera recuperar al amor de su vida.
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Sobre las 12 del mediodía llegó el señor Fuentes, al que esperaba como agua de mayo.
Desde el ventanal de su despacho se divisaba todo el aparcamiento de los empleados e invitados y pudo observar como el señor Fuentes bajaba del coche. Miró su reloj, diez minutos tarde llegaba. Y si algo odiaba Oliver era la impuntualidad. Se cruzó de brazos viendo que poco le importaba al señor Fuentes su retraso y con la tranquilidad que éste sacaba su maletín de la parte trasera del coche y le cerraba.