El joven miró a su alrededor, cerciorándose de que no hubiera alguna persona cerca, quería evitar que escucharan lo que diría. No podía hablar delante de su madre porque sus sospechas la atormentarían y tampoco debía permitir que su padre se enterara de que él presentía el motivo de todas sus actitudes extrañas.
Luego de que el celular timbrara tres veces, un hola malhumorado se oyó al otro lado de la línea.
—¿Qué pasa, Fabricio? Estoy en clase y tus llamadas me han impedido concentrarme. Tuve que decir que iría al baño —le reclamó Alai, impaciente porque le contara rápido el porqué de la constante insistencia por comunicarse con ella.
Él lanzó un suspiro y talló su rostro con las manos, frustrado por las sospechas que comenzaban a acongojarlo.
—Es sobre papá...
Alai se alarmó con solo escuchar esas tres palabras.
—¿Qué le pasó a papá? —él se enmudeció, cuando escucho unas voces acercándose a la sala donde se encontraba—. Fabricio, me estás preocupando.
—No, cálmate, no es algo de vida o muerte —se apresuró en descartar las ideas negativas que rondaban por la mente de su hermana—. Pero sí es algo que nos cambiaría la vida.
—Déjate de rodeos y dime de una vez qué es lo que ocurre.
Él suspiró, un nudo se formó en su garganta. Su padre siempre había sido su ejemplo a seguir, un hombre modelo que supo obtener reconocimiento como un excelente abogado y que, junto a sus grandes amigos —Nicolás Bright y Tommy Henderson—, fundó un bufete de renombre a nivel nacional. Pese a tener veintiún años y ser hombre, Fabricio apreciaba mucho la unidad familiar, siempre imaginó casarse y formar un hogar como el suyo... así de perfecto e insuperable. Sin embargo, en esos momentos aquella apreciación que tenía sobre los Ruggieri empezaba a desquebrajarse.
—Creo que va a dejar a mamá. —Alai se quedó perpleja ante sus palabras, no cabía en su cabeza que aquello pudiera ocurrir—. Él tiene una amante, estoy seguro.
—No, eso no puede ser... Papá la adora
—pronunció la rubia, con su mirada perdida y sus pensamientos dispersos—. ¿Por qué estás tan seguro de que hay otra mujer? ¿Lo viste? ¿Tienes pruebas? —lanzó una lluvia de preguntas, sintiéndose abochornada e intentando recibir de su hermano una respuesta que le permitiera inferir que eso era solo una confusión o algún mal entendido. Que aquello no era verdad.
—No lo vi, pero escuché. Fue ayer, estábamos en su auto conversando sobre un cliente que aceptaron representar por un caso de lavado de activos, hicimos una parada en el despacho porque Tommy necesitaba entregarle unos documentos y en ese lapso su celular sonó repetidas veces. Pensé en no responder, de todas formas era un número desconocido, pero después se me cruzó la idea de que fuese algo importante; para llamar con tanta insistencia debía serlo, ¿No? —Alai musító un aja que le permitió proseguir hablando—. ¿Adivina qué dijo la mujer cuando contesté?
—¿Qué? Soy divina, pero no adivina, Fabri.
—Me dijo "Hola, cariño, esta mañana fui al despacho pero me dijeron que no te encontrabas allí, ¿Dónde estás?" no me dio ni oportunidad de contestar, dijo todo tan de repente y deprisa que mis neuronas se atrofiaron en ese instante.
—¿Y qué respondiste?
—Nada, te digo que mi cerebro se atrofió, además papá llegó en ese momento, tuve que colgar y prácticamente botar el celular para que no viera que lo tenía.
Alai guardó silencio, procesando toda la información. Allí adentro, en el internado, no podía hacer mucho, su hermano tenía que ponerse al frente de la situación e intentar desvelar lo que pasaba.
—Trata de averiguar más, fíjate en todo, hasta lo más mínimo. Cambios en su rutina, llegadas tarde a casa, ausencias en la cena o el almuerzo... lo que sea que nos pueda ayudar a descubrir lo que oculta.
—Sí, eso ya lo tenía decidido, pero sabes que pronto me mudaría al departamento nuevo.
—Pues deja eso para después, ahora más que nunca necesitas estar cerca de él. Si es cierto lo que dices, no podemos permitir que siga viéndole la cara de tonta a mamá.
—Está bien, haré lo que pueda.
—De todas formas, el fin de semana que nos veamos hablaremos bien sobre eso. Por ahora, no le cuentes a nadie... yo tampoco lo haré.
—Es lo mejor, no hay que comentar nada hasta que estemos seguros.
—Bien, entonces hablamos luego, debo volver al salón —informó ella, dando por finalizada la conversación que mantenían.
—Que tengas un buen día, te quiero.
—Yo también te quiero, Fabri. Cuídate mucho y sobre todo, cuida de mamá.
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—Prueba con esto —le pidió Camille a Gretel, extendiendo en su dirección un marcador rosa que combinaba perfectamente con las tonalidades plasmadas en el cartel.
Se encontraban decorando algunas pancartas que usarían para diferenciar los diferentes deportes que irían incluidos en el campeonato. Como miembro del comité de eventos del internado, Camille estaba muy comprometida con la labor y más sabiendo que ahora organizaban uno de los encuentros deportivos más esperados, cada año, por la mayoría de estudiantes.
Gretel ensayó el marcador, pero éste no desprendió color alguno. Era uno de los tantos inservibles que habían encontrado en el cuarto de chucherías del gimnasio.
—Uno más que irá a la basaura —se quejó la pelinegra, con una expresión de inconformidad implantada en su rostro.
—¡Perfecto! —exclamó Camille con ironía, levantándose del suelo.
Comenzó a guardar las cosas nuevamente en las cajas que encontraron, evitando estropear los carteles que ya habían realizado. Únicamente harían algunos de apoyo para que el público exclusivo, quienes serían su hermana y amigos, los alentaran en medio de las competencias.
—Hola —saludó Christian, causando que ella se sobresaltara—. ¿Qué tal va eso?