—¿Estás lista?
Skyler observaba a través del ventanal negro, la brisa que anunciaba la llegada del otoño en la ciudad, mecía sus mechones sueltos, y su mirada estaba perdida en algunas mariposas que revoleteaban en el árbol robusto y frondoso que había frente a su habitación.
Unos pasos hicieron eco en la recamara solitaria. Su hermano Brandon se acercó con cautela. Ella desvió la vista del paisaje para enfocarla en él.
—Hola —susurró el castaño, con un tono de voz dulce y paternal. Ella guardó silencio un momento y el colchón se hundió un poco cuando él se sentó a su lado.
—Hola.
—El paso de los años no hace que deje de ser... Difícil, ¿No crees?
—Al menos alguien todavía la recuerda.
Él la observó un momento, lanzando un suspiro. Ya sabía el rumbo que tomaría la conversación.
—Sky...
—¿Qué? Solo digo la verdad.
Ella se encogió de hombros, y recostó su cuerpo en el frio colchón. Brandon imitó el gesto. Estando así se acordaba de su infancia, cuando hablaban por horas en su habitación, soñando con mundos irreales, y riendo hasta que les dolía el estómago.
Extrañaba esas cosas.
Él y sus hermanas seguían siendo unidos pero el brillo en sus miradas se había desvanecido, no era el mismo. Muchas veces sentía que fingían, su felicidad no era del todo autentica, una parte de sus corazones yacía rota, mientras la otra luchaba por sacarla a flote.
—Sabes que no es así...
—Como si fuera cierto.
Ese día, se conmemoraban diez años desde la muerte de su madre, un veintitrés de septiembre que, a su vez, era su fecha de cumpleaños. Diez años atrás donde atravesaba su más difícil, y último, año de vida.
Skyler entornó los ojos, sintiéndose irritada. Brandon siempre defendía a su padre, trataba de convencerla de lo mucho que los quería, de que extrañaba a su madre como el primer día y de que a pesar de la distancia, siempre los llevaba en sus corazones. Para él era más fácil, Nicolás Bright siempre tuvo una relación más cercana con su hijo hombre. Tenían una especie de complicidad que a ella le parecía absurda.
Si los amaba «¿Por qué era tan ciego para ver cómo era realmente su esposa? ¿Por qué anteponía los intereses de una mujer, antes que los de sus hijos?»
Lo único que aún conservaba su padre era la ingenuidad, estaba más que claro. No recordaba cuando había sido la última vez que pudo sostener una conversación con él sin resultar discutiendo. En su mente la palabra «estorbo» era lo único que le daba respuesta a dichas preguntas.
Para su padre eran un estorbo, un impedimento a poder conllevar una relación estable con su esposa Winnie.
Los recuerdos empezaron a llegar a su mente, sintió un sabor amargo en su boca. Lo único que le alegraba de residir en el internado era que ya no debían soportar el infierno que era vivir con aquella maltratadora y abusadora mujer.
La odiaba demasiado, y temía que si las cosas seguían así, tarde o temprano, de igual manera, terminaría odiándolo a él.
—Él nos quiere, y el recuerdo de mamá sigue intacto en su vida. Es sólo que... —su hermano hizo una pausa, pensando en las palabras correctas para hablarle. Sabía que debía ser cauteloso, Skyler siempre estaba a la defensiva cuando de su progenitor se trataba.
—Es solo qué empezó a pensar más con la cabeza equivocada. Esa mujer ni siquiera lo ama, nosotros lo sabemos más que nadie.
—Sí, nosotros, pero él no. Si sigues atacando a Winnie, él seguirá convencido de que por el bien de su relación debe mantenernos lejos.
Y ahí iba el mismo discurso patético de siempre. Brandon quería justificar lo injustificable. Le parecía inadmisible que ahora que ya no eran unos niños, tuvieran que seguir doblegándose ante aquella mujer, sólo para tener un poco de amor paternal y evitar que más maltratos formaran parte de sus vidas. Bastante habían tenido ya con lo que habían soportado antes de llegar al internado.
Recordó la vez que Winnie, enfurecida porque ambos habían roto sus perfumes importados de Francia, había obligado a su mellizo a recoger cada uno de los pedazos con sus, en ese entonces, pequeñas manos. Tenían diez años y su padre no estaba en casa, había partido a un viaje de trabajo días anteriores.
Camille estaba en sus clases de natación y Skyler se sentía enferma ese día. Brandon para animarla propuso jugar con la pelota, al principio ella se había negado, sin embargo, luego de la constante insistencia aceptó:
—Oh vamos, no puedes estar todo el día en cama, te vas a enfermar más. —El pequeño la observaba con diversión, mientras rebotaba la pelota en el suelo.
Winnie se hallaba en la sala, apurada por ir a una reunión en el club con sus amigas. No le importaban los niños, solo quería disfrutar los días que tendría libres de su estúpido e ingenuo esposo.
—¡No quiero! —se quejó ella, girando su cuerpo, y quedando boca abajo.
—Si juegas conmigo haré tu tarea de artística.
Sus ojos se abrieron instantáneamente. No era buena en el dibujo, para nada. Esa semana debían presentar un proyecto ambiental, con muchos dibujos de plantas, acuarios, y animales diversos, lo único que tenía hecho era la investigación, y ya empezaba a preocuparse.
—¡Trato hecho! —dio un respingo en su cama, se puso de pie, se calzó sus pantuflas y ambos salieron correteando de la habitación.
En la mesa de estar, habían varios útiles de maquillaje, perfumes y adornos para el cabello. Winnie hablaba por celular. Sabían que estaba prohibido jugar en la casa, pero lo que menos querían era salir al patio, ya que hacía un calor realmente infernal. Se lanzaron la pelota varias veces, nada había ocurrido, hasta que Skyler le hizo un pase a su hermano, quien perdió el equilibrio al tratar de atraparla, cayendo al suelo de bruces. La pelota impactó en la mesa, causando un estruendo en la casa. Varios frascos rompiéndose, Winnie abriendo los ojos desorbitadamente y colgando la llamada, fue lo próximo que sucedió ante los ojos de los niños.