Capítulo 13—Cercanía entre dos almas.
—¿Sabes que mi papá hablará contigo?
Elliot levantó la cabeza rápidamente, luciendo alarmado. Sonreí por su expresión.
—¿Por qué quiere hablar conmigo?
—Estás saliendo con su hija— me encogí de hombros, pero su expresión se transformó en una mueca de horror.
—Pero… ¿crees que me pida que la deje de ver? Es decir, no puedo. Quiero a tu hermana, no la dejaría.
Sonreí ampliamente.
—Eso él lo sabe, Elliot. No te pedirá nada de eso, solo quiere hablar contigo. Supongo que es por lo jóvenes que son.
Apretó los labios y cerró el libro que estaba leyendo.
—¿Tu hermana sabe que hablará conmigo?
—No, se enojaría mucho. Ya sabes que odia que se metan en sus asuntos.
Elliot sonrió.
—Sí, lo sé— se quedó callado por un momento—. ¿Por qué me lo dijiste?
—Solo quería que estuvieras preparado. Mi padre te conoce desde hace mucho, no le caes mal, pero probablemente te diga que la cuides y… ya sabes, lo típico.
Asintió y lució más relajado.
—Gracias por decirme, de igual manera tenía planeado hablar con él, ¿sabes? Quiero que sepa que quiero a su hija y que no le haré daño— pasó su mano por su cabello negro, peinándolo.
Sonreí ampliamente. Me alegraba que por fin mi hermana y él hubiesen decidido estar juntos. Se querían tanto, que sabía que harían cualquier cosa por el otro.
—Estoy segura que él lo sabe.
—Todos lo saben— rio.
Reí con él y, antes de poder contestar, mi hermana llegó con un vaso de jugo.
—¿Quieres? —le ofreció a Elliot antes de sentarse a su lado.
Él asintió y bebió de su vaso antes de besarla en la mejilla. Mi hermana se sonrojó, pero eso no le impidió a darle un pequeño beso en los labios. Aparté la mirada. No quería invadir su privacidad, por lo que decidí ir a la planta de abajo.
—¿A dónde vas? —preguntó mi hermana, abrazada a Elliot.
—Iré a la sala.
—No tienes porqué irte, Alle. Puedes estar aquí— dijo Elliot.
—Hum… creo que mejor me iré— reí y salí de la habitación.
Antes de salir por completo, miré a mi hermana y Elliot acurrucarse en la cama, riendo y dándose pequeños besos en la boca. Entendía que eran muy jóvenes, y que aún les quedaba mucho por vivir, pero también sabía que ese tipo de amor no era uno cualquiera. No era uno que se acababa al siguiente día y se olvidaba con el pasar de los meses. Ese amor era único. Un tipo de amor que se vivía con ganas y en el cual lo dabas todo. Era un amor que nadie podía romper y que unía a las personas mediante un hilo rojo que siempre había existido, y que seguirá existiendo en las siguientes vidas.
Sabía que ese tipo de amor era especial y, en algunas ocasiones, efímero. Deseé que el amor que ellos tenían durara toda la vida.
Cuando llegué a la planta de abajo me acomodé en el sofá con mi libro favorito. Comencé a leer y sumergirme en la historia, haciendo más anotaciones de las que ya tenía y sonriendo como tonta cuando los protagonistas se besaban.
Entre todas esas letras, me puse a pensar. Trist había dicho que el dolor de la muerte de un ser querido era exactamente igual a como lo describían en ese libro, y me pregunté si un dolor como ese era capaz de extinguirse con el pasar de los años. Me pregunté si el sentimiento de asfixia seguiría estando dentro de la persona después de tres, cuatro, cinco años de la muerte de su ser amado.
Esperaba que no. Deseé que ese sentimiento no fuera eterno. Pero… a veces la vida no nos da lo que pedimos. A veces tenemos que sufrir para aprender… perder para agradecer.
El sonido del timbre me sacó de mis pensamientos. Y sonreí, porque sabía quién era.
—Mi amargado favorito— le sonreí a Trist en cuanto abrí la puerta.
Pero él no me devolvió el gesto. Tampoco hizo un comentario burlón sobre mis pantuflas de conejo y mi sudadera con capucha de unicornio. Él… él no lucía bien.
—¿Qué pasa? —no me pude detener de preguntar.
Trist tenía los ojos rojos y cristalinos, acompañados por unas ojeras oscuras por no haber dormido en toda la noche. De inmediato busqué por moretones en su piel, pero no había nada. Esta estaba tan pálida que me pregunté si estaba enfermo.
Trist me miró a los ojos. La inmensa tristeza y el apabullante dolor que había en ellos me golpeó fuerte y duro. Sentí mi pecho encogerse. Pensé que estaba a punto de caerse, pues parecía como si sostenerse sobre sus pies le costase demasiado, era como si estar de pie fuera un gran esfuerzo. Era como si lo único que quisiera fuera dejarse caer en el suelo y nunca más levantarse.
Ese pensamiento me llenó de miedo.
Abrió la boca para hablar, pero después la cerró, arrepentido quizá de lo que iba a decir. Después, negó con la cabeza suavemente. Era como si le costase moverse.
Editado: 28.11.2022